’11 fiscales no descifran qué ocurrió con mi familia’
‘Mi padre Holger Montenegro, mi madre Isolina del Carmen León y mi hermano Fernando Montenegro desaparecieron en Cuenca el 28 de junio del 2008. Ese día, ellos fueron a merendar a la casa de mi tío en la ciudadela El Paraíso. A las 22:00 salieron de ahí. Esa fue la última vez que los vieron.
Desde entonces han pasado 13 años y aún no hay rastro de su paradero. Recuerdo que esa noche no llegaron a dormir a la casa, así que creí que pasarían la noche donde mi tío.
Pero al día siguiente, él confirmó que no estaba con ellos. Lo primero que hice fue llamarles a sus celulares, pero ninguno contestó. Los teléfonos estaban apagados, enviaban directo al buzón de voz.
Recuerdo que convoqué a una reunión familiar y les avisé lo ocurrido. Cuando les conté todos se pusieron a llorar. Fue desesperante, porque no sabíamos qué hacer. Lo único que se me ocurrió fue ir a la Comandancia de Policía a pedir que me ayuden a encontrarlos.
Además, esa noche y madrugada fuimos con mis otros dos hermanos, primos, sobrinos, tíos y cuñados a buscarlos en hospitales públicos y privados. Pensamos que tal vez tuvieron un accidente de tránsito.
En esas casas de salud nos confirmaron que no habían atendido a pacientes con las características físicas de mis padres y mi hermano. También fuimos a la morgue de la ciudad, pero no hubo resultados.
Recuerdo que el 30 de junio del 2008 sonó el teléfono. Era medianoche. Contesté y era la voz de un hombre. Me dijo que tenía secuestrada a mi familia y pidió USD 500 000 por su rescate. La llamada duró dos minutos.
En ese tiempo pedí al secuestrador que me deje hablar con mis padres, pero se negó. Solo me dijo que tenía 15 días para reunir el dinero. Luego colgó. Al día siguiente, a primera hora fui a la Fiscalía de Azuay y puse una denuncia por secuestro. A los dos días me asignaron un agente de la Unase (una unidad policial que investiga secuestros).
Por las investigaciones, la Policía descubrió que esa llamada se realizó desde una cabina telefónica en Cariamanga, Loja. Además, a la semana encontraron el vehículo en el que se movilizaban mis padres y Fernando. Estaba abandonado en un bosque de Cuenca. Lucía desmantelado y sin llantas. El auto fue llevado a un patio de retención. A los 10 días fui a reconocerlo. Me acuerdo que debajo de uno de los asientos encontré la funda de los lentes de mi hermano.
A los dos años de investigación, Fiscalía decidió archivar el caso, pues no tenían más pistas, no aparecían ni vivos ni muertos y los supuestos secuestradores nunca volvieron a llamar. Mi vida cambió por completo. Durante todos estos años no he parado de buscarlos, me dedico a tiempo completo a eso. Incluso dejé mi trabajo en una empresa de maquinaria pesada. Con mis familiares mandamos a imprimir afiches de búsquedas y los pegamos en postes, terminales terrestres, buses, puertas de iglesias, hospitales y mercados de Cuenca.
Hicimos lo mismo en todo Azuay. Con mis familiares hemos hecho colectas de dinero para viajar a otras ciudades a pegar más afiches. Pude ir a Quito, Guayaquil, Loja, Machala, Cañar, Bolívar, Riobamba y Esmeraldas.
En el 2013 supe que se creó la Dinased (una unidad especializada en buscar desaparecidos). Viajé a Quito para presentar una nueva denuncia y que los agentes retomen la búsqueda. Por este caso han pasado 10 fiscales y ninguno me ha dado respuestas.
Cuando voy a Fiscalía a pedir avances en la investigación, lo único que me dicen es que están trabajando en el caso y que debo tener paciencia.
Hace seis años envié por redes sociales una carta a Asfadec. El entonces presidente Telmo Pacheco me recibió y desde entonces formo parte de la Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas. Cada año, cuando se conmemora el Día del Desaparecido, viajo a Quito y participo de las marchas y caravanas que se realizan”.
Su vida
El padre de Mariela fue visto por última vez cuando tenía 57 años y su madre, 56. Ambos se dedicaban a la agricultura. Su hijo Fernando era transportista y tenía 37 años.
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