Andrea Chávez: ‘Teníamos sueños con Roberto y se truncaron truncaron’
Andrea Chávez es guayaquileña. Tiene 35 años y conoció a Roberto en unas fiestas de Cuenca. Cada mes ofrece una misa en su memoria. Con sus suegros visita siempre la tumba.
‘Despedirme de mi esposo en una sala de hospital ha sido lo más difícil que he vivido. Han pasado nueve meses desde que Roberto (Malta) falleciera luego de ser atropellado (en Guayaquil), y recuerdo claramente la madrugada de ese 5 de septiembre del año pasado.
Yo dormía en mi casa, cuando el teléfono sonó de repente. Era un amigo de él. Solamente me dijo que Roberto había sido arrollado por una mujer y que una ambulancia lo llevaba a una clínica. Al principio no entendía lo que ocurría. Una hora antes había hablado con mi esposo y me dijo que se encontraba bien y que pronto llegaría.
Los dos nos teníamos mucha confianza. Nos contábamos todo. Yo sabía que ese día estaba en una reunión con su mejor amigo. Entonces, apenas colgué corrí a verlo.
Lo encontré inconsciente. Los médicos me dijeron que los golpes que sufrió afectaron todo su cuerpo, pero no lo recibieron, porque no tenía seguro privado. En ningún centro querían internarlo.
Al final llegamos al Hospital Luis Vernaza. Allí luchó por su vida ocho días. En ese tiempo nunca lo dejé solo.
En las noches me acompañaban familiares y amigos de él. Dormíamos dos o tres horas en las gradas o en los bancos del parqueadero. Por la pandemia no había salas de espera ni permitían que la gente permaneciera en las habitaciones.
Todos los días corríamos a buscar medicamentos. Hicimos todo por salvarlo, pero su cuerpo no resistió.
Murió en la unidad de cuidados intensivos a las 22:00 del sábado 12 de septiembre.
Hasta ese momento no me había concentrado en la parte legal por el atropellamiento. Mi prioridad era la vida de Roberto. Después de su muerte me enteré que la mujer que lo embistió conducía en estado etílico. En el expediente del caso está el parte en donde se señala que ella no pasó las pruebas psicosomáticas que la Policía le realizó cuando la detuvo.
Hay videos del atropellamiento y de su intento por fugarse. Algunas grabaciones incluso se difundieron en redes sociales. Yo evito verlas, por el dolor que me causa, pero todo eso está judicializado.
A pesar de todas esas pruebas, un juez la dejó en libertad. Solo le ordenó que se presentara dos veces por semana y le prohibió salir del país.
Ella cumplió esas medidas mientras Roberto estuvo vivo. Después desapareció hasta el día de hoy. La Policía tiene orden para capturarla y hay boletas giradas para buscarla fuera del país. Pero no existen resultados.
No la odio. Lo que quiero es que se presente y acepte su responsabilidad por la muerte. Destruyó una familia. Teníamos sueños por cumplir. Una semana antes del atropellamiento yo perdí un bebé.
Queríamos ser padres. Era nuestro mayor sueño. Llevábamos 10 años juntos y cuatro de casados. El día de nuestro matrimonio fue mágico. Elegimos el 8 de octubre del 2016, porque es el número del infinito, y queríamos que nuestro amor fuese para siempre. Él era economista de profesión, pero tenía un negocio de crianza y venta de larvas.
Era cinturón negro de jiu jitsu. Le encantaba jugar fútbol. El día que nos casamos bailamos hasta la madrugada.
Nuestra boda fue en una hostería en las afueras de Guayaquil. Roberto eligió ese lugar porque tenía canchas de futbol y quería que al siguiente día todos los invitados hicieran un campeonato. El día de su entierro, a pesar de que no estaban permitidos los sepelios con asistentes, fueron muchas personas.
Todos dejaron un mensaje en un álbum de la boda que teníamos los dos.
Ese día fue el más doloroso. Alguna vez me dijo que quería que lo cremaran y que sus cenizas las lanzaran al mar.
La Fiscalía y la Policía no me permitieron cumplir esa promesa. Por cuestiones legales, cuando está abierto un proceso judicial por la muerte de una persona, su cuerpo no puede ser incinerado”.
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