La fumata negra abre la pugna entre los favoritos del cónclave en una Iglesia dividida

Una fumata negra que se ha hecho esperar hasta las nueve de la noche de este miércoles —ante una multitud de 45.000 personas que abarrotaba la plaza de San Pedro y escudriñaba la pequeña chimenea del tejado de la Capilla Sixtina— ha sido la señal: en la primera votación del cónclave aún no ha sido elegido el Papa, más de tres horas después de inicio de la ceremonia. El humo salió con notable retraso respecto al horario previsto inicialmente, entre las 19.00 y las 19.30, pero dado el secreto del cónclave no se sabe la razón. Probablemente, se debió al gran número de electores, 133 cardenales, una cifra sin precedentes y que para 108 era su primera elección.
Tras el anuncio del “Extra omnes” (fuera todos), el cierre de puertas a las 17.46 dio inicio oficialmente a la elección del sucesor de Francisco, fallecido el pasado 21 de abril. Pero ningún candidato ha obtenido al menos 89 votos, la mayoría de dos tercios exigida, y se continuará este jueves, con cuatro votaciones, dos por la mañana y dos por la tarde.
Era lo previsible, pues no ha ocurrido nunca que el pontífice surgiera al primer escrutinio, y era aún más improbable en el cónclave más numeroso de la historia, en el que se requiere un porcentaje tan alto de votos. Además, el colegio cardenalicio llega muy enfrentado, dividido entre los que están a favor de la continuidad con la línea de Francisco y quienes desean una corrección de ruta. La pugna decisiva de ese primer choque se decide este jueves.
La gran novedad es que los cardenales se han ido a cenar y luego a dormir, por fin, con una primera fotografía ya clara y real de cómo es el equilibrio inicial de fuerzas. Es al hacer el recuento cuando todas las listas de papables, quinielas y cavilaciones de estos días se desvanecen en el aire. Y empiezan los cálculos con una base cierta. Tras salir de la Capilla Sixtina, las conversaciones en el comedor, en pasillos y habitaciones de la residencia de Santa Marta, darán pie ya a las primeras reflexiones y movimientos de votos.
Previsiblemente, en la primera y segunda votación de este jueves desaparecerán varios de los nombres surgidos el día anterior, que habían recibido pocos apoyos, y dos o tres cardenales comenzarán a acumularlos. Salvo que este proceso sea muy veloz por la mañana, con un efecto avalancha ―algo que solo ocurrió en 1939, tres votaciones, con Pío XII, una elección que se daba prácticamente por hecha―, el momento clave será por la tarde.
Desde luego, en esta ocasión impera la sensación de confusión y desconcierto, pero no sería la primera vez que los cardenales han sabido ocultar sus cartas, trabajar en la sombra y dar una sorpresa. Todo se sabrá la tarde del jueves. Depende, en esencia, de que los bloques de votos se rindan o no. Si todos deciden resistir para impedir el paso al contrario, si ningún candidato consigue despegar y la situación se atasca, se seguirá votando el viernes. Y esto ya será una novedad en casi medio siglo. El escenario ya será diferente a los dos últimos cónclaves, de 2005 y 2013, resueltos en 24 horas con cuatro y cinco votaciones respectivamente. Empezará a parecerse a cónclaves más largos del pasado, como en 1978, 1958 y 1922, en los que hubo que buscar candidatos alternativos de segunda línea, con espacio para la sorpresa. Los aspirantes más escorados de cada bando están destinados a dejar paso a nombres de amplio consenso.
La incógnita de Parolin
Si el cónclave se alarga, todo indica que el perdedor sería Pietro Parolin, el candidato inicial más sólido, al que se atribuyen unos 40 votos de partida, y por tanto, el favorito a batir. Si la elección es rápida podría ser él, según todos los pronósticos, quien se asomara al balcón de San Pedro, pero si no logra crear consenso a su alrededor en unas pocas votaciones perdería sus posibilidades. Otra hipótesis es que triunfara rápidamente un nombre tapado hasta ahora, fuera del radar de la prensa, en una operación urdida estos días en gran secreto.
Los otros candidatos principales que se manejan, dentro de lo resbaladizo de las previsiones, son muchos. Los italianos Matteo Zuppi y Gianbattista Pizzaballa; el francés Jean-Marc Aveline; el estadounidense Francis Robert Prevost; el maltés Mario Grech; el filipino Pablo Virgilio David, que ha ascendido en los últimos días, en detrimento de su compatriota Luis Antonio Tagle. Después se mencionan otros como el sueco Anders Arborelius, el portugués José Tolentino de Mendonça y dos españoles, ambos salesianos, el arzobispo de Rabat, Cristóbal López, y el coprefecto del dicasterio para la Vida Consagrada, el asturiano Ángel Fernández. Pero se han llegado a mencionar 30 nombres estas semanas.

En el trance de decidir si se cede a otro rival, los favoritos en liza deberán sopesar si primar la generosidad, la confianza en la providencia y, sobre todo, lo que más preocupa a los cardenales, la unidad de la Iglesia. No es un secreto que siempre ha causado inquietud que el cónclave se alargue y se transmita al exterior una imagen de división y desacuerdo. Esta vez el pontificado de Francisco ha creado desgarros internos y la polarización también reina en la Iglesia, sobre todo por la feroz oposición del sector más tradicionalista y conservador a sus reformas.
En varias de las reuniones previas de cardenales de estas semanas se ha tratado la cuestión y el decano del colegio, Giovanni Battista Re, se refirió a ello expresamente en la homilía de la misa celebrada antes de la entrada en la Capilla Sixtina: “Es fuerte la llamada a mantener la unidad de la Iglesia en la senda trazada por Cristo a los apóstoles. La unidad de la Iglesia es querida por Cristo; una unidad que no significa uniformidad, sino una firme y profunda comunión en la diversidad, siempre que se mantenga en plena fidelidad al Evangelio”.
Con todo, si el cónclave no se resuelve este jueves, probablemente signifique que la pelea ha seguido y se ha dejado a un lado el temor a lo que se puede pensar fuera. Y no sería una sorpresa, porque los lemas esgrimidos estos días son, por un lado, que el camino abierto por Francisco es irreversible, y por otro, que la Iglesia corre peligro de sufrir un cisma si no se cambia el rumbo. Pero ambos bandos, y sobre todo la gran variedad de pequeños grupos de votos que hay en medio, están abocados a pactar y confluir en un candidato conciliador.
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