Relatos y parábolas
Ahora, que se cumplen diez años del final de la violencia de ETA (el grupo terrorista vasco que llenó España de cadáveres y de dolor durante décadas), me doy cuenta del valor de los relatos, especialmente cuando miro a las jóvenes generaciones, ignorantes de los hechos y de su significado. Cada uno escucha la historia dependiendo de quién se la cuente, de la memoria histórica narrada al amparo de la experiencia, de la ideología o del fanatismo. Recordando y revisando imágenes y cifras tan terribles surgen las preguntas a borbotones: ¿de qué valió tanto dolor? ¿Será suficiente con decir “lo siento”? ¿Habrá arrepentimiento por parte de los verdugos y perdón por el de las víctimas y sus familias? ¿Será posible aprender algo que ayude a forjar un futuro de esperanza y en paz?
Necesitamos narradores, gente que relate la historia en primera persona y nos ayude a descubrir el sentido profundo de los acontecimientos, de las historias que, a unos antes y a otros después, nos toca vivir en medio de la niebla y de la oscuridad. Es decir, necesitamos relatos que nos ayuden a descubrir el sentido de las cosas y de lo vivido para poder construir algo más nuevo y luminoso. No me refiero sólo a la vida política, sino, y sobre todo, a la vida personal siempre necesitada de relatos verdaderos que cuestionen el sentido de la vida. Desde esta perspectiva he leído siempre las parábolas de Jesús: como relatos capaces de cuestionar el valor de la vida, del amor o del dolor.
Cuando uno lee el evangelio se da cuenta de que las parábolas (narraciones sencillas para gente sencilla) son como el mapa de la isla del tesoro que cada uno tiene que buscar dentro de sí mismo, en su propio corazón. O en su conciencia. Ahí está todo: los jornaleros, la viña, la semilla, la mostaza, los caminos, el hijo pródigo y el hermano rencoroso. Nos toca alzar la mirada y ver más allá de nuestros intereses inmediatos de familia, clase o negocio. En las cunetas y periferias sigue habiendo gente herida. Y en el propio corazón sigue habiendo arritmias y latidos de esperanza. Alguien tiene que decirnos qué nos está pasando por dentro, qué pasa a nuestro alrededor…
Quizá lo que escudriñemos nos ayude a comprender la necesidad de no ahogarnos en nuestra propia sangre, en nuestra miseria o en nuestra indiferencia. Por eso, porque eran relatos verdaderos, las parábolas le removían el piso a la gente que escuchaba y los ubicaba ante su propia verdad. Mucha gente (jóvenes y no tanto) viven lejos de la verdad, lejos de sí mismos y de la realidad que un click nunca podrá narrar. Caer, aunque doloroso, no es tan importante. Las víctimas siempre acompañan a esta humana condición de maltratados por la vida o, incluso, por el hermano. Lo importante es alzar el vuelo, pedir perdón, restañar las heridas y hacer el firme propósito de no volver a matar ni con un arma ni con un beso.
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