La otra guerra de Israel contra Palestina: casi mil muertos en la Cisjordania ocupada desde el inicio de la guerra en Gaza
Najwa Abu Swerim, de 58 años, perdió a su hijo Raja’e, de 39, en una incursión del ejército israelí en el campamento de Nur Shams. “Estaba casado y deja cuatro hijos, dos chicas y dos chicos, de 2, 5, 8 y 9 años”, es lo primero que destaca la madre. “Entraron en la casa y, sin pedir una identificación ni dar explicaciones, la tomaron con mi esposo, mi hijo y mi nieto de 9 años. A mi hijo lo usaron como escudo humano; después, lo lanzaron desde la segunda planta y, cuando lo encontramos muerto le faltaban partes del cuerpo, no tenía medio cerebro ni los testículos, y había balas dentro del torso”, describe con calma, acompañada de su nieta más pequeña, sentada en una silla de plástico muy cerca de donde solía vivir hasta que su familia y su vivienda quedaron destruidas. “Ese día murieron 13 personas, todas civiles”, asegura. “No esperábamos que nos pasara algo así. Mi hijo solo iba de casa al trabajo y del trabajo a casa”.
El hijo de Najwa Abu Swerim es uno de los 943 palestinos, entre ellos al menos 200 niños, que han muerto a manos del ejército israelí o por enfrentamientos violentos con colonos en la Cisjordania ocupada, incluida Jerusalén oriental, en los últimos veinte meses: entre el 7 de octubre de 2023 y el 7 de junio de 2025, según los datos de la Oficina de Coordinación Humanitaria de la ONU (OCHA). Este organismo señala que dos tercios fallecieron por disparos y que ha habido además 9.010 heridos en ese mismo periodo.
La masacre cometida a diario por el ejército israelí en la cercana Franja de Gaza copa la atención internacional, pero la situación en Cisjordania, menos visible, es también alarmante.
La población palestina y las organizaciones que operan en el territorio para brindar servicios de salud, protección o educación coinciden en señalar que, desde el inicio de la guerra en Gaza el 7 de octubre de hace dos años, cuando Hamás asesinó a 1.200 personas y secuestró a más de 250, la violencia y el estado de opresión en Cisjordania se han disparado. En 2025 han notado incluso un recrudecimiento de las hostilidades, con la aprobación de planes para desmantelar los campos de refugiados. De los casi mil muertos en los últimos 20 meses, señala la OCHA, 137 fueron asesinados solo desde principios de este año; 27 eran niños.
El director de la UNRWA para asuntos de Cisjordania, Roland Friedrich, recuerda que “Cisjordania no es una zona de guerra” y que por tanto “se rige por las normas y códigos de conducta internacionales para la aplicación de la ley, que las fuerzas de seguridad israelíes tienen la obligación de respetar”.
Sin embargo, las demoliciones masivas de campamentos de refugiados en el contexto de la operación de las fuerzas israelíes iniciada el 21 de enero continúan en el norte de Cisjordania. Desde el 6 de junio se está desmantelando el campamento de Tulkarem, tras semanas de demoliciones similares de viviendas en el vecino campamento de Nur Shams (sito también en la localidad de Tulkarem), que todavía continúan.

Unas 13.000 personas vivían en Nur Shams. Este campamento fue establecido en 1952 a tres kilómetros al este de Tulkarem, en unas tierras que la UNRWA alquiló al Gobierno de Jordania. Allí construyeron viviendas conectadas a servicios de agua y electricidad para los refugiados que provenían de los pueblos de alrededor de Haifa. Casi 75 años después, la mayoría han nacido y crecido allí.
Como Tulkarem está muy cerca del actual Israel (las torres de Tel Aviv pueden verse desde las áreas más altas), es una de las zonas de Cisjordania con más refugiados de la Nakba, la huida o expulsión de sus hogares de dos tercios de la población árabe en el actual Estado de Israel entre 1947 y 1949, ante el avance de las milicias judías y, luego, del ejército. Con más de 20.000 personas, el campamento de Abu Sariye era el segundo más poblado (después de Balata, en Nablus). El otro de Tulkarem, Nur Shams, albergaba a 13.000 personas, según Nihad Shawish, de 50 años, jefe civil de este campo. “Hoy es una ciudad fantasma”, lamenta.
Desde el comienzo de la guerra en Gaza, los responsables de Nur Shams han contado más de 260 “invasiones” de las fuerzas israelíes que han acabado por dejarlo vacío. Entre los esqueletos de los edificios se ven salir columnas de polvareda allí donde las excavadoras bulldozers siguen destruyendo el pavimento y algunas estructuras. “Su objetivo son las guarderías, centros culturales, centros de salud, mezquitas”, dice Shawish.
“Todos estos números son previos a la última invasión, que empezó el 9 de febrero. Es un gran desastre, han convertido el campamento en un lugar en el que no se puede vivir; es inhumano”, lamenta. Desde el inicio de la guerra en Gaza y hasta hace cuatro meses, 270 casas habían sido demolidas y 1.500 dañadas; en los últimos meses han tirado otras 400. “Veinte las quemaron totalmente. Ya no hay vida, la destruyó el ejército israelí”, cuenta Shawish.

Todas las personas que allí vivían se han mudado a viviendas de parientes o a tiendas de campaña, o han alquilado un espacio con el pequeño subsidio que les ofrece la Autoridad Palestina. Así, cada vez están más hacinados y en peores condiciones. “Tememos que, cuando se marche el ejército israelí, no haya casas a las que volver”, dice este hombre.
En esas incursiones han muerto más de 100 personas; el 80%, menores de 18 años, según los registros del equipo de Shawish, que documenta por escrito toda pérdida humana y material. La OCHA reduce esa cifra a 77 fallecidos desde el 7 de octubre de 2023 en Nur Shams.
El interés de Israel por desmantelar este campo viene de su convicción de que en su interior se han formado grupos terroristas. De hecho, la mayoría de los muertos y heridos en la Cisjordania ocupada se producen en operaciones de búsqueda y captura de supuestos terroristas. “Al final penalizan a toda la gente”, concluye el jefe del lugar. Lo más peligroso, dice, no es únicamente ser forzadamente desplazado por el poder de las armas, sino que Israel está cerrando todos los servicios que prestaba la ONU de educación, salud o culturales.
“Es un genocidio”

En opinión del oftalmólogo Akel Taqz, de 69 años, lo que quiere Israel es acabar con la población palestina de distintos modos: “Hay un genocidio. En Gaza y también en Cisjordania. Allí los bombardean, aquí nos prohíben recibir asistencia médica. No les preocupan los seres humanos”.
Taqz pasa consulta a los refugiados de distintos puntos de Cisjordania con la organización Physicians for Human Rights (Médicos por los Derechos Humanos). La principal dificultad que encuentra es llegar a las clínicas que, cada semana, se instalan en algún edificio en el que unos plásticos delimitan las consultas y dan privacidad. “La mayor dificultad son los checkpoints (puestos de control) en los caminos, porque pueden retrasarte cuatro o cinco horas; y muchas veces no conseguimos venir”, señala mientras le espera su próxima paciente en uno de estos centros de salud en Tulkarem.
Ese mismo día, mientras Taqz revisaba la vista a una mujer, soldados israelíes llevaron a cabo una extensa operación en Nablus, en el centro de la Cisjordania ocupada. Dos palestinos murieron y al menos 15 resultaron heridos, incluidos dos niños. También se produjeron seis efectivos de Israel lesionados en el intercambio de disparos. La ciudad fue sometida a fuertes restricciones de movimiento, y las Fuerzas Israelíes ordenaron a los residentes que no abandonaran sus hogares mientras las maniobras estuvieran en marcha.
La implacable “conquista” israelí de Gaza, en términos del primer ministro Benjamín Netanyahu, sigue su curso a bombazos. Ha causado, desde el 7 de octubre de 2023, más de 55.100 muertos y 127.400 heridos, según el Ministerio de Salud en la Franja, en manos de Hamás. Mientras, el avance en la Cisjordania ocupada se intensifica fuera de foco, metro a metro, casa a casa, muerto a muerto. A finales de mayo, el Gobierno de Israel dio un paso aún más importante en esta empresa con la aprobación de 22 nuevos asentamientos judíos en la Cisjordania ocupada, incluyendo la legalización de varios ya construidos sin autorización gubernamental.
“Solo quiero que la Unión Europea nos pare”. Es lo único que dice una voluntaria israelí de Médicos por los Derechos Humanos, en referencia al Gobierno de su país. Daniel Sehulr, de 76 años, la acompaña en la tarea de prestar atención sanitaria a los refugiados palestinos. Este pediatra israelí retirado pasa consulta voluntariamente tres veces al mes en distintas clínicas de Cisjordania. Además de tratar a los niños de enfermedades comunes que el insuficiente personal de la sanidad pública palestina no logra atender, para él es importante que los niños vean que no todos los israelíes son como los soldados y los colonos que se comportan “de manera inhumana”.
Brenda Galaz Vega, coordinadora de salud mental de Médicos sin Fronteras en el sur de Cisjordania, subraya que los abusos israelíes en el territorio no solo provocan muertes y lesiones físicas, sino también un daño mental. “A nuestras clínicas móviles nos llegan casos de gente que ha perdido algún familiar, con parientes arrestados, que han sufrido incursiones en sus casas o que tienen que superar cada día un sinfín de puestos de control”. Toda esa hostilidad diaria provoca “un impacto invisible” en la salud psicológica en una sociedad que, además, no habla de ello. “Hay una normalización del malestar, con una especie de resiliencia forzada, una adaptación a la violencia diaria”. Para algunas personas, recuerda la experta, la cada vez más difícil existencia en Cisjordania “es la realidad de toda su vida”.
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