Los gimnasios son espacios para la intensa actividad y la amistad
Patricio Terán, Galo Paguay @patricioteran, @galopaguay Evelyn Jácome Editora (I)
Hay quienes creen que un gimnasio es solo un espacio con máquinas adonde las personas asisten para ejercitarse, pero no es así. Es el lugar donde todos los días Ana María Bastidas, de 38 años, descubre lo poderosa que puede llegar a ser luego de haber perdido 20 kilos en dos años y de hacer sentadillas con 80 kilos de carga, cuando antes no podía hacerlo ni con 10.
Es el espacio donde Álex León, luego de clases, se encuentra con sus amigos del barrio y planifican el entrenamiento diario; donde Marianela Quijos, de 29, aprendió que una hora de baile en las noches le ayuda a sacar todo el estrés del trabajo y le permite dormir mejor.
Dentro de las paredes del gimnasio la vida es intensa. Hay risas, gritos, arengas, a veces lágrimas y, por su puesto, abundante sudor.
Con la pandemia, la dinámica en el gimnasio cambió. Ahora se deben cumplir estrictamente las medidas de bioseguridad: nadie -por más agotado que esté- puede retirarse la mascarilla, cada persona debe desinfectar la máquina en la que trabaja y se debe guardar distancia con los compañeros.
Luis Hernández, 36 años, es el dueño de Action Gym, a dos cuadras del Condado Shopping. Es amante del ejercicio desde los 14 años; hace casi cinco abrió su local.
A su gimnasio acuden más de 100 personas en distintos horarios. Paga USD 600 de alquiler. Durante los siete meses más fuertes de la pandemia debió cerrar. No quebró (como otros del sector) porque el local es propiedad de familiares y logró llegar a un acuerdo. Pero sí cerró una escuela de artes marciales. Ofreció promociones para atraer más clientes: dos personas por USD 50 y sin cobrar matrícula.
Tiene clientes fieles que se entrenan de su mano desde que inauguró el local; y que, apenas abrió tras el confinamiento, regresaron.
Reconocer que es una comunidad de amigos es fácil, por la camaradería entre ellos. Detrás de la mascarilla se notan las sonrisas cuando alguien llega.
Las instructoras de baile logran motivar a su equipo y desbordar tanta energía, como Jessica Matos, una venezolana de 42 años que trabaja en el Metabolic Gym, en la Machala y Carlos V. Ella practica baile tropical y ritmos latinos. Baila desde que tenía 2 años. A esa edad entró a una escuela de ballet y permaneció allí hasta los 18.
Sus clases son momentos en los que las personas dejan de lado el estrés de la casa o del trabajo, y se conectan con sus cuerpos. “Yo las libero de ese peso y las mando a casa libres”, bromea.
Luego de las clases, que cuestan USD 2, los asistentes terminan con la ropa estilando debido al sudor. Nathalia Jaramillo es una de ellas. “Somos un grupo de señoras que la seguimos al gimnasio donde ella vaya. El baile es parte de mi vida”.
En el Smart Fit del Portal Shopping, el control de la bioseguridad es clave. Para ingresar, se debe agendar un turno para no superar el límite del aforo, y saber quién y a qué hora estuvo allí. Mientras se entrenan, por el altoparlante se les recuerdan las medidas.
Enrique La Motta, gerente de Wellness Group, que administra las cadenas Smart Fit y Phsique (que acogen a unas 18 000 personas) cuenta que el protocolo busca limitar el número de personas que comparten la misma sala y acortar el tiempo de permanencia.
En la sala de baile, mujeres y hombres se divierten. Incluso hay quienes prefieren bailar en el gimnasio que en un bar, porque aquí hay más control y menos riesgo.Los clientes de este negocio tienen chats en los que coordinan salidas al aire libre. En Quito hay más de 1 500 establecimientos de este tipo.
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