Lucía Yépez Guzmán, ‘La Tigra de plata’: “Quiero estar en la UFC” afirma la medallista olímpica
En los recientes Juegos Olímpicos París 2024, la ecuatoriana Lucía Yépez Guzmán logró que todo un país descubriera, a través de ella, la fuerza que la llevó a convertirse en la primera mujer en obtener una medalla de plata en lucha libre. Su histórico triunfo no es casualidad ni el resultado único de sus entrenamientos. Es el reflejo de la constancia y disciplina que aplica en cada faceta de su vida, dentro y fuera de combate.
Con 23 años, reconoce que encontró en el deporte la forma perfecta de canalizar positivamente su energía y temperamento. “Yo siento que llegué más al deporte porque desde los 10 años sentía que era una niña muy hiperactiva. Me gustaba estar en mi barrio peleando, jugando pelotas con mis amigos, pero cuando llegué al deporte sentía que me enfocaba solo en entrenar y estudiar. Me sacó de las calles y evité los vicios y peligros”, cuenta Yépez.
Creció en el barrio 20 de Febrero, en Quevedo, de donde es originaria, y en la lucha libre halló el pasaporte a las oportunidades. “Mi familia era de bajos recursos y el deporte me permitió ayudar a mi mamá. Si ganaba $ 20, ya tenía para dar para la comida, para comprar un par de zapatos, para ir al colegio o darle a mi hermanita”, relata sobre sus inicios deportivos.
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¿Cómo era Lucía, la niña que creció en el barrio?
Era una chica que peleaba por todo, desde un balón, por una mata de carambola. Mi hermana me armaba las peleas; mi mamá me tenía que entrar. Yo sabía que, si peleaba, me esperaba la paliza en la casa, pero no me importaba.
¿Eras hiperactiva o agresiva?
Las dos cosas. Desde pequeña me gustaba mucho la UFC, veía con mi hermana y hasta con ella peleaba. Mi mamá me tuvo que enviar a la guardería. Allá era terrible: les cortaba el pelo a los niños. Dice mi mamá que una vez me regresaron de la guardería a mi casa.
¿Antes de la lucha libre practicaste otro deporte?
Antes solo jugaba pelota, de ahí solo me dediqué a la lucha libre. Mis amiguitos del barrio ya no salían a jugar, hasta que me contaron que practicaban ese deporte y me fui a escondidas de mi mamá. Cuando llegué vi a todos los niños y me dije: “Aquí es mi lugar para jugar”. Me comenzaron a enseñar técnicas y llegaba cansada a mi casa. Ya no quería pelear en otro sitio.
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¿Quién te descubrió?
Con la licenciada Esther Macías empecé en el deporte. Ella me encontró para seguir mi proceso; desde ahí empecé a entrenar. Ella me decía que iba a ser buena. Peleaba con los hombres. Cuando ya le conté a mi mamá, le pedía dinero para poder ir. Ella tenía que pintar uñas. Yo esperaba sentada a que terminara y le paguen y me iba a entrenar. Como siempre me ha gustado ganarme lo mío, vendía lápices en la escuela, me iba a la finca y cogía ciruelas y mango y los vendía. Mi papá vendía queso; me iba con él.
Fuiste emprendedora ante tiempos de adversidad...
Sí, a veces en el barrio me pedían favores para hacer mandados y me daban propina. Siento que, cuando te esfuerzas por conseguir las cosas, te duran más. A mi mamá siempre le ha gustado todo correcto. Ella siempre me ha aconsejado. De ahí comencé a crecer en el deporte, yendo a campeonatos infantiles, escolares, nacionales.
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¿Cómo fueron esos primeros años en el deporte?
A mí me gustaba entrenar sin zapatos y me alcé la uña. Cuando llegamos a la competencia, no sabía qué era ponerse mallas y botas. Yo entrenaba con shorts y camisas. Me sentía incómoda. Ahí fue que quedé campeona, a los 11 años.
¿Qué te dijo tu familia cuando te dedicaste a la lucha libre?
Mi mamá y mi papá lo tomaron muy bien, pero parte de mi familia, afuera, les decían que mi cuerpo se iba a hacer como un hombre, que no era bueno, que me dedicara a estudiar. Mi mamá me decía que no les prestara atención.
¿Cómo es tu relación con tus hermanas? ¿Cuántas son?
Tengo dos hermanas. La mayor también fue de selección; fue deportista; ahora es entrenadora. Mi cuñado también fue deportista; ahora me ayuda cuando estoy en Quevedo. También son de lucha.
Es una familia de luchadores...
Sí, con mi hermana era terrible. Yo era picadísima. Una vez la noqueé y le decía que no podíamos llegar peleadas a la casa porque mi mamá nos iba a pegar, y nos tomábamos de la mano en la esquina para que mi mamá no nos pegara. Yo creo que mi mamá fue boxeadora, porque ella sí nos daba duro.
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¿Qué te enseñó tu hermana?
Entrenábamos juntas, pero cuando comenzaba a ganarme nos dábamos más duro. Ella me decía que íbamos a salir adelante, que íbamos a estar bien. Me apoyaba mucho.
¿Cómo viviste esa medalla de plata en París 2024?
La verdad que fue lo mejor que me ha pasado en la vida. Yo he tenido muchas caídas, derrotas muy duras. En los Juegos de la Juventud, me había preparado muy duro y perdí. Después de eso, me seguí preparando, ya con mi entrenador Jorge González, y en ese proceso tuvimos muchas caídas, con gente que decía que ya no íbamos a ganar nada. Los únicos que confiaban en mí eran mi entrenador y mi familia y mi mejor amiga, que entrenaba conmigo y dejaba hasta de ir a la universidad para ayudarme. Mi entrenador me dijo: “Algún día, ellos te van a buscar a ti para entrenar y tomarte fotos”.
Sus palabras se volvieron una realidad después de París...
Vi que realmente todo valió la pena, todo el esfuerzo, la dedicación. Vi que nadie confiaba en mí por mi corta edad, por mi falta de experiencia. Cuando clasifiqué en Tokio, el día antes mi entrenador me dijo: “Esto es una fiesta, disfrútalo”.
Si te lesionas antes de una competencia, ¿qué cambia en tu planificación?
Cuando tengo una lesión antes de competencia, sé que me va a ir bien. Ahora, en los Juegos Olímpicos, competí con una bola en la rodilla; se me hizo una bola. Siento que no debo detenerme. Soy resiliente.
¿Cuándo aparece la Tigra?
Eso pasó en Tokio, como a los 18 años. Me lo puso mi entrenador. Yo soy una persona que caza a su rival; veo que está calentando y estoy atenta a todo lo que me rodea.
¿Cómo es tu día antes de un combate? ¿Cómo te preparas?
Yo me levanto, me miro al espejo y me digo: “Yo soy una campeona, lo voy a lograr. Hoy es un gran día, voy a disfrutarlo”. Y cuando voy a salir, yo misma me sorprendo porque me gusta lo que hago. No lo veo como un trabajo, lo disfruto mucho y me convierto en una tigra.
¿Qué sigue después de esta medalla de plata?
Ahorita ya estoy recuperándome de lesiones anteriores y trabajando en pesas, pistas, mejorando parte técnica. Se vienen mundiales, Juegos Bolivarianos, Sudamericanos. Se viene un nuevo ciclo.
La Tigra es una guerrera. ¿Cómo es Lucía?
Yo soy una persona fuerte luchando, muy valiente, muy guerrera, pero lloro cuando me siento sola, cuando no me sale bien lo que planeo, cuando veo que no me sale una técnica, cuando extraño mucho a mi familia. Soy muy sensible.
Te mudaste de Mocache a Guayaquil, ¿por qué?
Vivo aquí porque estoy entrenando acá; mi entrenador es de aquí. Mi vida aquí es bonita. También vive acá mi abuela.
¿A qué otras actividades te dedicas? ¿Qué planes tienes?
Este año quiero comenzar a estudiar Cultura Física. Quisiera ser entrenadora; me gusta mucho enseñar. No salgo a fiestas, no fumo, no tomo, no me gusta pasar mala noche. Mi tiempo libre lo paso con mi familia. Un domingo para mí es sagrado: no salgo de mi casa ni de mi cama, porque necesito recargar energías para rendir bien.
¿Estás enamorada?
No.
¿Qué buscas en una pareja?
Personas exitosas, como yo. Que sepa valorar mi tiempo, porque yo no soy de salir a fiestas. Que entienda mi ritmo de vida. Un hombre no me va a dar lo que me da el deporte; esto es mi trabajo. Para todo hay tiempo.
¿A qué le tienes miedo?
A nada. A mí me puede poner con la campeona o medallista y yo igual me le enfrento. Solo le tengo miedo a mi mamá. Ella sí pega duro. Con ella entrenaba, pero es que le daba suave.
¿Cuál es tu máximo anhelo?
Ser entrenadora, ganar más medallas y estar en la UFC. Quiero ser la primera ecuatoriana en competir ahí. Admiro a Michael Morales, a Chito Vera.
¿Qué sueños ya cumpliste?
Tener mi casa, estar bien, tener a mi familia. (I)
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