María José y Pablo enseñaron a caminar a los enfermos con covid-19
Cuando despertó de la fase de intubación un paciente creyó que le habían amputado las dos piernas. No sentía nada ni podía moverlas. Entre el desconsuelo y la rabia insistía en que faltaban sus piernas. Había pasado 32 días en cama.
El caso del hombre, de 53 años, internado a causa del covid-19, lo relata la fisioterapeuta María José Moncada. Fue uno de los primeros pacientes que atendió en marzo de este 2021 en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Naval en Guayaquil.
Era un militar y una vez convencido de su equívoco puso toda su predisposición. Moncada recuerda que le dijo: “Quiero que me enseñe a caminar hasta el baño, son 10 pasos y ya no quiero usar pañal”.
Tras ocho días en terapia física el hombre logró ponerse de pie. Y en tres días más pudo caminar. “La emoción más grande fue poder ir solo al baño”.
La necesidad de terapia física se ahonda en el covid por la inflamación, la larga ventilación mecánica (respirador) y el reposo prolongado, sin mencionar la gran cantidad de fármacos administrados.
Los enfermos críticos por el virus pasan entre 20 y 30 días en cama, y puede extenderse hasta tres meses. La falta de acondicionamiento físico puede dar paso a la parálisis.
Moncada, de 35 años, se incorporó al trabajo en la UCI a inicios de este año, primero en la Clínica Guayaquil y luego en el Hospital Naval. Nada en sus 10 años de profesión la preparó para la “experiencia aterradora” de atender la segunda ola de contagios en la urbe.
Ver a 15 o 20 pacientes intubados es estremecedor, dice. “El corazón se hace chiquito cuando descubres que el paciente con el que compartiste el día anterior ya no está; o estallas de emoción cuando alguien vuelve a caminar y grabas en video para su familia”.
El tratamiento físico se inicia desde que el usuario de UCI está intubado de forma estable, con movimientos pasivos de brazos y piernas. Cuando comienzan a despertar del coma inducido “muchos pacientes se desesperan y lloran de impotencia” al verse impedidos de poder acompañar la flexión de sus articulaciones con la ayuda del fisioterapeuta.
El cansancio es un factor determinante en los enfermos críticos; “todo se vuelve agotador”. Contracción de los músculos, fortalecimiento del tronco -y la restitución del equilibrio para volver a sentarse- hacen parte del proceso de rehabilitación que puede incluir ejercicios con bandas elásticas y balones, conforme avanza la recuperación.
Moncada describe como un signo de lucha las formas que encuentran los internos para comunicarse cuando están impedidos de hablar. Se comunican a través de gestos, señalando letra por letra en un abecedario de cartón o escribiendo notas, si tienen fuerzas.
La protección en un cubil de UCI covid incluye cuatro prendas de vestir -una sobre otra-, tres gorros, doble mascarilla y visor. Moncada se ha hecho varios hisopados y hasta ahora no se ha contagiado.
Pablo Jarrín es otro profesional de la fisioterapia que ha atendido en una UCI desde la primera gran ola de contagios en Guayaquil. Y lo ha hecho en una unidad centinela: el Hospital General IESS Los Ceibos.
“En una UCI estamos en permanente contacto con la muerte, en su mayoría son personas con enfermedades crónicas o traumas agudos. Pero fue impactante ver morir en la primera ola a familias enteras por el virus, a jóvenes, a parejas de esposos, de madre-hijo o padre-hijo”. El sentimiento imperante en esos primeros meses era de “pánico”, reconoce.
Cuando la pandemia provocó el aumento inédito de muertes en Guayaquil, el año pasado, “no se sabía cómo era la terapéutica de los pacientes”. El peligro era consumir el poco oxígeno que tenían con los ejercicios, dice Jarrín, con 13 años de fisioterapista. Se elegía la terapia según cada caso.
Ahora existe todo un protocolo, cuenta. Los ejercicios pasivos asistidos para pacientes en coma inducido incluyen movimientos de todas las articulaciones (de los dedos de la mano al hombro y del pie a la cadera); son demandantes para el terapeuta y toman de 20 a 30 minutos por paciente.
Jarrín, de 38 años, estaba recién casado al inicio de la pandemia y pasó meses durmiendo en un cuarto separado en su casa. A pesar del uso de una máscara que cubre todo el rostro, con cristal y dos válvulas, incluso con el uso de mascarilla se contagió con síntomas leves en julio del año pasado.
Por cada 24 horas de trabajo, Jarrín descansa dos o tres días. El Gobierno le dio un certificado por heroísmo.
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