Miguel Betancourt: ‘El arte tiene su lado difícil en el que se da el azar’
La casa del pintor Miguel Betancourt, además de bella y sembrada de árboles que él mismo plantó hace 20 años, queda en las calles Jorge Enrique Adoum y Joan Miró, dos personas que él admira mucho; como poeta, al primero, y como pintor, al segundo. Lo curioso, sin embargo, es que esas calles se llaman así por su iniciativa.
Debe ser algo muy loco vivir en dos calles con esos nombres…
Es la palabra y el color. Miró es uno de los pintores que más amo y aprecio y que de alguna manera revolucionó el arte del siglo XX. Soy uno de los primeros que vive en este cerro. Solo había una calle que, más que para los autos, era para la gente que pasaba con sus animales. A veces querían visitarme los amigos y se perdían. Se me ocurrió ponerle un nombre y yo mismo pinté un rótulo de colores: calle Joan Miró. Luego, el Municipio dejó por sentado ese nombre.
¿Y la calle Adoum?
Era intransitable hasta para los animales. Se llamaba Los Libertadores, que es un nombre común. El Municipio estaba poniendo nombres a estas calles y la poesía es un tema gravitante, un cosmos que ha alimentado mi pintura. Además, como Adoum había muerto hace poco, propuse al Gobierno local que pusieran su nombre, y lo aceptó.
Es un barrio cuyas calles llevan nombres de poetas.
Fue una coincidencia. Había visto que a una le estaban colocando Jorge Icaza. Luego caí en cuenta que la intersección donde vivo era interesante: la palabra y el color.
A la vez que se formaba como pintor, usted estudió literatura.
Tuve una experiencia de un año en Wisconsin, donde hice el sexto curso. Entré a un curso de pintura y fue muy beneficioso a mis 18 años. Me permitió adentrarme en la pintura norteamericana y del mundo: todo ese minimalismo, ese silencio de la pintura frente a la elocuencia y a los giros del barroquismo de nuestro arte en la zona andina. Se creó un conflicto en mi cabeza y eso me llevó a preguntarme por qué se hacía ese tipo de arte allá y este tipo de arte acá. Conversé con Oswaldo Moreno, del grupo VAN, quien fue mi maestro y a quien debo mucho,decidí que tenía que estudiar algo relacionado con la literatura o la sociología para dar sentido a mis cosas, a mi vida, a mi entorno.
¿La literatura como centro o como un plan B de vida?
No. En realidad siempre quise ser pintor, pero lo otro me daba bases. No sabía que iba a subsistir como pintor. Era algo que no estaba muy definido y era un azar. El arte tiene su lado difícil, no así otras carreras en las que tienes titulación y puedes trabajar en algún sitio. En el arte se da este azar, esta incógnita y no sabía si iba a proseguir. De todas maneras, en ese momento el cuestionamiento mayor era saber qué tenía que pintar, adentrarme y seguir con el color, que era la materia pictórica que me interesó siempre.
¿Recuerda el primer cuadro que vendió?
Fue una situación que da risa. Gané un concurso de pintura intercolegial y la exposición se hizo en una galería, que era muy conocida: la Charpentier, que funcionaba donde ahora es el Teatro Prometeo. Yo me sentía feliz. El premio no era en metálico, sino una medalla. Tenía un buen amigo que no había visto el cuadro. Le invité al día siguiente para ir a la galería, donde también se comía y se tomaban unas cervezas. Estaban todos los cuadros menos el mío. Me dirigí a Pablo Charpentier y le pregunté por el cuadro. Me dice: “Ah, sí. Traté de comunicarme con usted. Lo compró un suizo, pero él tenía que viajar hoy al mediodía, así que, con el debido respeto y disculpe, procedí a venderlo”. Me dijo -y le creí- que lo vendió en 500 sucres. Me sentí feliz y a la vez muy frustrado porque no tengo ni siquiera un registro fotográfico.
El título de su último libro es una mezcla de sentidos: ‘Del silencio al color’. Es complejo…
No lo puse yo. El estudio lo hace Sonia Kraemer. En algún momento de mi vida me dio por trabajar solamente con un tono, el azul, sobre un soporte que es de un color marrón. Para mí es el silencio una opacidad, y el color azul de por sí es místico. Y del silencio (paso) a otra etapas pletóricas de color. Me inspiro en los rosetones de la arquitectura gótica o, en otros caos; en los textiles de las culturas de los Andes. Hay como dos vetas, una silenciosa y otra pletórica.
La Virgen de Quito, sobre la que ha trabajado, es ahora una figura polémica como símbolo, con eso de las espaldas al sur y más…
Pero no puedes desdecir o desarmar la implicación de la auténtica Virgen de Bernardo de Legarda y que es una obra maestra, que enorgullece nuestro arte. Su obra es muy importante y por ahí va el asunto. De acuerdo con los especialistas, es un mal remedo lo que hay en el Panecillo. Soy un pintor que trata de combinar diferentes instantes y esencias en un contexto, en un cuadro, en un soporte.
Pero se ve en sus cuadros a la Virgen del Panecillo…
Sí, pero es mi Virgen, es mi recreación y es un tema libre, porque todo es a partir de la memoria. Es un tema que me atrapa. La Virgen de Quito, la Virgen alada, se ha convertido en un símbolo de la ciudad y he estado atento a estas simbologías que configuran nuestra cultura. Estoy pendiente de los códigos de color de algunas áreas de la región andina y eso es lo que he querido mostrar al observador.
La gente discute la del Panecillo.
Quisiera que tomara en cuenta la de Legarda y por eso la muestro. Si alguna función tiene el artista es la de inculcar que se vea lo que amerita verse, como lo hace la gente de otras ciudades, en donde es una práctica cotidiana, sensible y moral ver sus realizaciones. Acá es más como un castigo. El arte debería ayudarnos a vivir.
Y en este trabajo de recreación, se dedicó a las Meninas…
Esa obra es fruto de la inspiración de una obra maestra. La pensé a partir del original de Velázquez, que vi en el museo de El Prado hace unos 10 años. Luego vi todas las variaciones de Picasso en su Museo. Fue algo que me movió todo. Dije, humildemente, voy a hacer algo. Hice tres o cuatros cuadros que es lo que a veces suelo hacer. Las variaciones sobre una obra maestra son un derecho, y varios lo han hecho y, con el debido respeto, ¿por qué yo no? Me salieron más de 60 obras.
Algunos dirán “¡qué atrevido!”.
¿Sabes, que no? En realidad ha tenido buenas críticas.
Trayectoria
Se formó con el maestro Oswaldo Moreno, quien fue parte del Grupo Vanguardia Artística. En 1997 representó al país en la Bienal de Venecia. Ha expuesto su trabajo en varios países de América, Europa y Asia. La Casa de la Cultura Ecuatoriana acaba de publicar su libro ‘Del silencio al color’, con prólogo del escritor Leonardo Valencia; el estudio fue elaborado por Sonia Kraemer.
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