El Barcelona le roba la épica al Madrid

El Barcelona le roba la épica al Madrid

La gente previsora, con esa molesta superioridad moral hacia quienes solo podemos improvisar, malgasta su existencia. Borges, poco antes de morir, o eso le atribuyeron al pobre, tuvo que admitir que si naciera de nuevo, viviría de manera diferente porque había dedicado más del 80% del tiempo a prepararse para problemas que nunca se presentaron. En un partido de fútbol sucede algo parecido: la mayoría de veces se decide todo en ese otro 20% y, a menudo, por cuestiones de carácter y fortaleza mental.

La cabeza se ha convertido en los últimos tiempos en una de las principales obsesiones de los preparadores, a través de psicólogos o del propio entrenador. A Hansi Flick le preguntaron el otro día y admitió que parte de su labor consiste en crear dinámicas de grupo ganadoras, pero, sobre todo, en lograr que los futbolistas disfruten con su trabajo, despreocuparles. Se ve en delanteros como Ferran, que antes pisaban el césped angustiados y hoy se comen al rival (el sábado marcó el gol del empate en el 85). Se observa también en la capacidad del equipo para sobreponerse en determinadas fases del partido y revertir resultados adversos. El Barça, esa es la noticia, le ha robado la épica al Madrid.

La frase la dijo Marcos López en El Larguero el otro día. Y es cierta. Remontarle un partido al Atlético de Madrid, uno de los equipos más complicados de desarbolar cuando va ganando, no es fácil. Mucho menos al Real Madrid, a quien hay primero que robarle la idea sobre la que sustenta su relato y su escudo para levantarle un duelo que vas perdiendo en los últimos minutos. En ambos casos, el Barça de Flick ha logrado voltear resultados y finales, mostrando una actitud y una manera de ver la vida poco familiar en el club, más allá de los recuerdos aislados de grandes noches como la de Kaiserslautern con el gol de cabeza de Bakero el 23 de octubre de 1991; contra el Chelsea, con el tanto de Iniesta en el minuto 93; o la remontada al PSG, con el gol de Sergi Roberto, colofón a un histórico 6-1.

El Barça de Flick confirmó el sábado, mientras el Madrid incorpora a su ADN el histórico victimismo culé en una extraña transferencia de personalidad, que es capaz de resucitar a mitad de partido. La primera vez ocurrió con el Madrid en la final de la Supercopa de España en Arabia, cuando supo recuperarse del temprano gol de Mbappé para terminar ganando 2-5. Sucedió luego en Valencia, en la primera jornada de Liga. Y también en Lisboa, en el partido de clasificación para los octavos de final de la Champions (4-5), donde remontó el 4-2 del marcador en el minuto 78. Incluso hace dos jornadas, cuando le levantó el partido al Celta, que ganaba 1-3 y terminó marcando el cuarto en el 94. “Sabíamos que, aunque nos marcaran un gol, o dos, terminaríamos ganando. Este año no pueden con nosotros”, resumió Lamine el sábado.

La mentalidad y la preparación, si uno no cuenta con el favor del espíritu de Juanito, influyen. Pero hay otro motivo. Da la sensación de que a estos chicos no les pesa nada. A Lamine se le vio más preocupado durante el partido del sábado de colocarse su nuevo peinado rubio que del encuentro. Y podría ser un enorme problema si no fuera porque, en realidad, es un síntoma de la tranquilidad con la que afronta estos encuentros. Lo mismo ocurre con Cubarsí (18 años), Gavi (20 años), Fermín (21) o Gerard Martín (23 años), que con poquísimos partidos en la élite anuló a Rodrygo en la banda izquierda. Más allá del talento, da la sensación de que todo responde a aquella idea de Cocteau: lo hicieron porque no sabían que era imposible. O porque no tenían nada más previsto.