Intrahistoria de un día sin electricidad (ni apenas tenis) por el apagón en la Caja Mágica

Intrahistoria de un día sin electricidad (ni apenas tenis) por el apagón en la Caja Mágica

Es martes, 29 de abril, y en la Caja Mágica todo transcurre con normalidad. A diferencia del día anterior, lunes de apagón, los embudos van a la inversa y el público se amontona para acceder a la mole metálica del barrio de San Fermín, donde los predicadores desperdigados por el barrio continúan con el intento de captación y preguntándose “cuándo habrá paz”, y la megafonía del CEIP República del Brasil —la Escuela Pública Bilingüe de Infantil y Primaria del distrito de Usera— despide música a todo trapo después de un día extraño, anómalo, surrealista. Marciano. Muy raro. Ha vuelto aparentemente el orden, regresan los raquetazos y habrá ración doble de tenis para recuperar el tiempo perdido, la jornada frustrada, pero antes… Antes, un fundido a negro.

“¿Qué demonios pasa con la luz?”.

A eso de las doce y media de un lunes en el que el torneo sigue echando en falta los alicientes de Alcaraz, Badosa o Djokovic, ya caído el serbio, la iluminación general de la Caja Mágica se corta de forma súbita y la acción se congela por completo. Marcadores fuera, el videoarbitraje también. Todo cae. La película se detiene con el desvanecimiento eléctrico: el juego, el consumo, los teclados. De repente, se hace la oscuridad en los pasillos subterráneos, ahí donde no alcanza la tele, pero donde muchas cosas pasan y muchas cosas se cuecen; galerías largas, hormigón y más hormigón, los conductos desnudos y suspendidos en algunos techos… Y tenistas por los suelos.

“De seis a diez horas mínimo, dicen”, transmite un empelado de seguridad, guardia alta. Ya ha hecho los deberes la joven Mirra Andreeva, que comentará luego aliviada: “Vi que había algún problema y me di prisa en terminar mi partido [ante Starodubtseva]. Menos mal, porque pensé que tendría que aplazarse…”. También ha escapado por los pelos la estadounidense Coco Gauff, afortunada ella porque ha sido una cuestión de minutos. Uf. Así que bromea, siempre mejor el buen humor: “Había pedido jugar en el segundo turno, así que, gracias a los supervisores de la WTA”.

En cambio, maldice Grigor Dimitrov: por un juego, ¡un maldito juego! Ha ido él también rápido, pero no lo suficiente como para sellar el duelo con Jacob Fearnley, interrumpido con 6-4 y 5-4. A falta de micro, los jueces anuncian a grito pelado el desenlace de esos partidos y luego, conforme unos pocos móviles van recibiendo las alertas y la información va difundiéndose, la gente espera coordenadas paseando por los exteriores o entreteniéndose en la pista central. Bah, será temporal. ¿O no? Malas noticias. Así que: “¡Fe-li-ciano, a la pista! ¡Fe-li-ciano, a la pista!”. Se oye algún que otro “¡viva España!” y un “¡la culpa es de Pedro Sánchez!”, pero la reina de la fiesta es ella, al parecer maña porque va acompañada de un muchacho con la camiseta del Zaragoza. Se arranca con un par de jotas a capella, a pleno pulmón, y se lleva el aplauso de los presentes, quienes a eso de las cuatro y media de la tarde, irán abandonando de manera ordenada las instalaciones ante la petición de la organización: “Jornada suspendida”.

La gente abandona las escaleras del recinto.

Curiosa la mezcla, la incomodidad habitual en la relación entre una y otra parte: torneo y barrio. Así desde 2009. Durante un par de horas, el orgullo mestizo y proletario de los locales se entremezcla con el olor a Chanel, los mocasines y los sombreros de mimbre de aquellos forasteros que apuran las horas en las terrazas, a ver cuándo podrán salir de ahí, a ver si van dando la luz verde. La circulación se ha complicado, trasladan los transistores, y el acceso a la M30 es una trampa. “Somos de Torre[lodones]… Nos tomamos algo, y en un par de horas vuelta para allá”. Se empiezan a ver a algunos tenistas por el Paseo de Perales, tratando de dar con el coche de la organización que les conduzca al hotel, pero el grueso sigue dentro, en la zona reservada, doble planta.

En la de arriba, silencio absoluto, Daniil Medvedev consulta el móvil echado, apoyado sobre una columna, mientras Alexander Zverev, casi dos metros de bombardero, lleva cara de mala uva porque se había entrenado por la mañana y todavía no ha podido ducharse. Antes, Conchita Martínez ayudaba con los estiramientos y la entrada en la fase de relajación a su chica, Andreeva, que se estira y dice antes de marchar: “Esto es muy raro, y a la vez emocionante. Está todo superoscuro, pero el ambiente es muy amigable; hablamos todos con todos. Espero que podamos salir y no tener que dormir hoy en el gimnasio”.

Pista 3 de la Caja Mágica, el martes por la mañana.

Iga Swiatek va escaleras arriba con el gesto neutro de siempre y la gran mayoría de sus compañeros se concentra abajo, a la espera de que les asignen vehículo. Entre el desconcierto, unos descansan y otros aprovechan para tratarse con los fisios, al tiempo que los últimos charlan o bien terminan de comer entre velas en el comedor. El diseño industrial de Dominique Perrault concede el paso a algo de luz gracias a la cristalería de la base, pero los jugadores también tiran de las linternas de los teléfonos, hasta que poco a poco va descongestionándose la salida. Se irán para volver al día siguiente, en el que predomina la sensación de que todo ha sido un mal sueño.

Se va a jugar, aunque a primera hora de este martes no haya todavía suministro eléctrico en la Caja y la organización anuncie una demora una hora (de diez a once) en la apertura de puertas. En las taquillas, los compradores de la sesión nocturna cancelada reclaman la devolución y luego, va recuperándose progresivamente la fisonomía tradicional por estas fechas: dos mundos distintos en extraña convivencia. Volvió la luz, volvió el tenis. Y van y vienen los vecinos por la Avenida de los Fueros de San Fermín, por las calles Rochapea, Elizondo o Lekunberri; saliendo y entrando de la línea 3 del metro, la amarilla, ganándose el pan de cada día.