La esperanza de Venezuela
Algo extraordinario está ocurriendo en Venezuela. María Corina Machado, valerosa líder con una larga trayectoria de oposición, ha logrado congregar en torno suyo al pueblo que inunda ahora mismo las calles, las plazas y caminos del país para superar pacíficamente, por la vía electoral, al régimen imperante desde hace un cuarto de siglo.
“Gloria al bravo pueblo / que el yugo lanzó / la ley respetando / la virtud y honor”, reza la primera estrofa del himno venezolano. Ese bravo pueblo finalmente ha tomado conciencia del saldo real del régimen, no con estadísticas sino de una manera desesperada y directa. Eso expresan a Machado por donde quiera que va: desean que las familias se reunifiquen y las abuelas conozcan a sus nietos; anhelan un alivio a la miseria, la represión y la inseguridad; quieren que la libertad y la concordia abran paso a la reconciliación nacional.
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Las estadísticas son en verdad aterradoras. Y prueban que la destrucción de Venezuela no comenzó con la muerte de Chávez sino que es obra de ambos: Chávez y Maduro, el original y su caricatura. En 1998, el PIB per cápita de Venezuela era el segundo mayor de América Latina. Hoy es inferior al de Haití. En aquel año, bajo la empresa estatal PDVSA, la producción petrolera alcanzó los 3,5 millones de barriles. Hoy produce 0,75 millones. La infraestructura y los servicios (educación, salud, etc.), que Chávez mantenía con sus “Misiones” gracias a un barril que alcanzó los 150 dólares, han colapsado enteramente. Hacia 2018, un exministro de Chávez calculaba que 300 BDD habían sido robados de los ingresos en veinte años (de un total de 800 BDD). ¿Cuál será la cifra actual? Quizá la tragedia mayor –y la expresión final del fracaso– es la emigración: más de 8 millones de venezolanos (el 25 % de la población) viven desperdigados en América Latina, Norteamérica y Europa.
Políticamente, el régimen ya no es propiamente populista, pero tampoco es de izquierda, como Chile o Brasil. Venezuela es una dictadura político-militar afín a Rusia e Irán y sobre todo a Cuba, su hermana confederada. El instrumento específico de poder ha sido la cooptación y la represión (partidos, candidatos, empresarios, académicos, radio, televisión, periodistas, estudiantes). Hace tiempo que en Venezuela no existe la separación de poderes, la libertad de expresión, las garantías individuales y la confianza en el sistema electoral.
Después de la última manifestación masiva de 2017 contra el desconocimiento de la Asamblea Nacional electa el 6 de diciembre de 2015 (único poder independiente de mayoría opositora que quedaba en Venezuela), la oposición languideció en el desánimo, la deserción, el destierro y la división interna. Los líderes posibles resultaron fallidos. En ese momento extremo apareció Machado. El evidente atropello del que fue objeto al invalidarse su candidatura no hizo más que fortalecer su legitimidad y popularidad. Ahora Machado y Edmundo González (diplomático y académico de 74, candidato de oposición que no ha sido vetado) caminan juntos. Todas las encuestas creíbles los favorecen.
“Esto no lo para nadie”, ha repetido en sus mítines, transmitiendo ante todo un admirable valor personal. Impedida a salir de su país, con sus tres hijos exiliados en el extranjero, con el recuerdo de la empresa de su padre expropiada por Chávez, el programa de esta ingeniera industrial de 56 años y convicciones liberales es importante, pero lo es más su temple y su ejemplo: encarna la esperanza.
Maduro y el grupo gobernante se resistirán a ceder el poder, y recurrirán a toda suerte de subterfugios: inhabilitar a González; impedir el voto de los venezolanos en el extranjero; limitar las condiciones para permitir el registro de nuevos votantes o de personas que han cambiado su domicilio; designar centros de votación en sitios de difícil vigilancia; manipulación del sistema electrónico; coacción a votantes bajo amenaza de retirarles los programas sociales, etc. Pero la ola democrática crece y el agravio a su voluntad de cambio puede detonar la violencia y la represión en las calles. A sabiendas del peligro, hay sectores sensatos del oficialismo (en las gubernaturas, en el propio ejército) que estarían de acuerdo con una solución negociada, pasadas las elecciones.
Esa solución posible, razonable, sería la salida de Maduro y su clique del poder y del país, y un acuerdo general de convocar a elecciones generales. Esas elecciones resultarían en una nueva Asamblea legislativa que a su vez renovaría la Fiscalía y el órgano electoral. No es una utopía. De lograrse, las familias venezolanas se reunificarán. Volverá la inversión productiva. Cuando los populistas hablan de detener la migración venezolana atendiendo a las “causas de fondo”, se refieren a la pobreza. Lo que no dicen es que la “causa de fondo” de esa pobreza ha sido la falta de democracia y libertad.
En 1998 Hugo Chávez prometió que Venezuela “navegará en el mismo mar de felicidad del pueblo cubano”. Su promesa se ha hecho realidad, pero el pueblo venezolano ha decidido que no le gusta navegar en ese mar. En vez de “Patria, socialismo o muerte” (el grito de Chávez) prefiere “Patria, libertad y vida”. Y las conquistarán. (O)
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