Más personas acuden a los bancos de alimentos en Quito y Guayaquil
Una gigantesca olla humeante lleva un bocado de esperanza cada día a cuatro barrios de la Isla Trinitaria. Frente a ella, Marisol Caicedo gira con energía un cucharón hasta que la colada para el desayuno esté en su punto.
Es parte de las voluntarias de delantales azules de la Fundación Cleotilde Guerrero, que surgió en 1996. Su razón de origen fue rescatar de los riesgos sociales a los jóvenes de esta zona popular del sur de Guayaquil con arte y cultura.
Esporádicamente, daban alimentos a las familias. Pero desde el 2020 las coordinadoras de calle alertan las necesidades de su cuadra e identificaron a 150 vecinos, a quienes entregan un plato de comida a diario.
El trabajo informal del que dependían o los emprendimientos se diluyeron con la emergencia sanitaria. Jimmy Simisterra coordina la fundación que lleva el nombre de su madre y recuerda que en el confinamiento hubo familias que apenas consumían agua de cebolla con ajo y un poco de sal.
“Mi mamá lavaba para darnos una comida al día y aún en la necesidad nos enseñó a compartir. Hoy esa necesidad continúa. Ya había problemas antes de la pandemia y aún ahora hay familias que siguen sin ingresos económicos”.
Mucho antes de la pandemia, la meta global de poner fin al hambre en el año 2030 se veía lejana. La pandemia “ha complicado considerablemente este objetivo”, como reconoce la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
En un informe junto a otros organismos alerta que casi 768 millones de personas padecieron hambre en el mundo en 2020, un 15% más que en 2019. Y 2 370 millones -una de cada tres- carecieron de acceso a alimentos adecuados.
Hoy se recuerda el Día Mundial de la Alimentación en medio de una pandemia que está generando una recesión “desconocida desde la Segunda Guerra Mundial”, como advierte la FAO. Y su impacto sobre los sistemas alimentarios de los más vulnerables aún no termina.
En ese escenario desalentador, los bancos de alimentos de Ecuador entregan esperanza con sabor a frutas y vegetales rescatados del desperdicio y productos de todo tipo, donados por empresas aliadas. Su demanda ha aumentado y es una señal de la crisis.
Algunos de los ingredientes de los platos entregados en la Trinitaria salieron de Diakonía, el Banco de Alimentos de la Arquidiócesis de Guayaquil. Esta entidad atendió a más de 2 millones de ecuatorianos de ocho provincias durante los 130 días del pico de contagios de covid-19.
“Nuestra labor aumentó en un 1 500%”, dice Martín Ochoa, uno de los colaboradores que recorrió barrios donde familias llevaban días sobreviviendo solo con canguil. Los kits que entregaban para 15 días eran recibidos como un milagro.
Su trabajo actual también da pistas de un aumento de las necesidades de alimentación. Diakonía pasó de 120 a 157 organizaciones sociales beneficiarias que tienen comedores sociales, asilos, refugios o espacios de nutrición infantil.
Las cifras casi coinciden con las del Banco de Alimentos de Quito. Su director ejecutivo José Luis Guevara explica que cada mes ayudan a 130 organizaciones sociales, pero tienen una base de datos de 300. “No logramos atenderlas a todas, no hay alimento que alcance”.
Cada día más fundaciones buscan apoyo y otras, por problemas de sostenibilidad, corren el riesgo de cerrar. El impacto de la crisis sanitaria también sacude a los donantes; de las 70 empresas aliadas, solo 20 dan contribuciones permanentes.
“El hambre no es estacional -dice Guevara- y los indicadores han empeorado. Según la Cepal (la Comisión Económica para América Latina), la región ha retrocedido entre 10 y 20 años en la problemática del hambre”.
Esas cifras cobran rostro en los beneficiarios. Entre ellos están 36 familias de la Asociación de Servicios de Reciclaje AsoQuitumbe, que laboran al sur de Quito.
Elvia Pisuña administra la organización y es parte de la Red Nacional de Recicladores, que hasta el 2019 reunía a 3 400 personas. El desempleo elevó la cifra a casi 5 000 recicladores.
SDLqAntes se ganaba entre USD 180 y 120 por recuperar una tonelada al mes -cuenta doña Elvia-. Ahora abrimos una funda y adelante hay cuatro recicladores más. La competencia es crítica y por eso el producto del banco es una salvación; nos ayudaron a no morir de hambre”.
Los bancos también promueven el cambio. En la Trinitaria, las mujeres han vuelto a emprender con la ayuda que reciben. Han transformado sacos de verde en variados platillos de la Costa para organizar los Sábados Verdes y obtener recursos. El 23 de octubre harán un festival.
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