Nixon García: ‘Hay que apostar por una militancia en el humanismo’
Alexander García V. (I)
El Festival Internacional de Teatro de Manta se realizó el año pasado pese a la pandemia, entre funciones presenciales y virtuales. La edición número 34 está prevista para septiembre próximo, con público en su sala. Detrás del evento está Nixon García, dramaturgo y director del grupo La Trinchera, quien trabaja en la creación y difusión del teatro en Manabí desde hace 39 años.
¿Cómo es hacer teatro en Manta y por qué apostar por ello?
Al inicio de los 80, cuando empezamos, Manta era una periferia donde el teatro prácticamente no existía. Y fue un reto enorme, casi un lanzarse al vacío, apostar por este oficio. La mayoría éramos estudiantes de colegio y nos aventuramos por esa pasión que nos despertó tempranamente este oficio. Hubo que dejar de lado otras posibilidades más racionales. Hacer teatro en Manta sigue siendo muy difícil, pero somos privilegiados al contar con una sala de teatro de 300 butacas: es el único teatro de Manabí.
Esa otra posibilidad más racional pudo ser el Derecho ¿Usted renuncia a la carrera de abogado?
Sí. Al mismo tiempo que hacía teatro estudiaba Derecho. Una vez que me gradué, decidí colgar mi título, viéndolo desde un punto de vista pragmático suena a irracionalidad.
¿Sobre todo porque iniciaron haciendo teatro en la calle?
Entre el 82 y el 84 nos embarcamos en la plataforma de un camión, que pertenecía a don Orley Zambrano, este señor idealista que luego construyó el teatro Chusig. Él tenía un negocio de materiales de construcción. En el camión llevaba de lunes a viernes cemento y esa plataforma era nuestro escenario ambulante para ir a los barrios los fines de semana.
¿El teatro de la calle impone otros códigos, es más guerrillero?
Demanda un trabajo mayor, porque tienes que intentar involucrar y convencer a un público muy disperso, que está de paso y hay que pelear contra todo lo que la calle genera: los vehículos, el ruido. Al mismo tiempo ese reto provoca creatividad. El problema es que buena parte del público se queda con el chiste fácil, burdo, el irrespeto al espectador; cuando quieres proponer un teatro mejor logrado artísticamente, con una poética, eso puede generar distancias insalvables.
¿Pero siguieron produciendo obras para el espacio público?
Con el grupo de teatro Contraluz de Portoviejo, que ayudamos a conformar, creamos dos obras de teatro de calle. Una se llama ‘Cleta sinergia’ , en ella las bicicletas se tornan personajes, hacemos corridas de toros, representamos el arrear de las vacas con las bicis, las peleas de gallos o las procesiones. Es un espectáculo visual, un poco circense, que se ha presentado dentro y fuera del país.
En el grupo La Trinchera hay una constante preocupación por mirar a lo político e ideológico desde el teatro, ¿por qué?
Éramos militantes de izquierda. El profesor Bolívar Andrade, el maestro fundador de La Trinchera, nos transmitió a los jóvenes esa visión. Eso incidió mucho en las producciones al punto que en los primeros años pecamos de panfletarios. El estudio del oficio y la guía de maestros nos ayudó mucho a replantear unas exigencias estéticas y éticas que el teatro demanda. Maestros como Arístides Vargas y Charo Francés nos enseñaron un camino que genere pensamiento político, reflexión y rigor estético. Más allá de una vertiente política, apostamos por una militancia humanista, que proyecte, desde el escenario, una valoración al respecto de la libertad, de la dignidad. Hay que apostar por una militancia en el humanismo.
¿Y de dónde viene el interés de su dramaturgia por la migración?
Cuando hubo la hecatombe económica, se dolarizó la moneda y se produjo una diáspora brutal, decidimos trabajar una obra sobre la migración. Tomamos como personajes a cholos de un poblado cercano a Manta, La Travesía, para llevarlos a un país imaginario, extraño, frío y muy distante. Estos manabitas se llevan a un chivito pequeño con la idea de sacrificarlo y celebrar en unos meses sus fiestas tradicionales de San Pedro y San Pablo. En el pequeño espacio donde vivían el chivo creció y se convirtió en parte de la familia, como una mascota. Y luego viene el conflicto cultural: matarlo o no matarlo…
Los refugiados y las crisis de las fronteras también han marcado una obra más reciente.
Sí, ‘Quimera’. Tiene que ver con la migración, con ciudadanos que son expulsados de su país porque su tierra no les ofrece condiciones. Y luego llegan a otro lugar donde tampoco los quieren porque son extraños. Y se ahonda en ese conflicto: ¿quién soy?, ¿cuál es mi identidad?, ¿en qué medida tengo una nacionalidad? La obra aborda también la utilización del discurso de la patria, una manipulación que se convierte en patrioterismo.
Lo quimérico nos habla de aquello que se propone a la imaginación como posible, pero que no lo es ¿Cómo se relaciona con la utopía y lo irrealizable?
Lo quimérico tiene que ver con la idealización, aquello que, seguramente, se diluye como una pompa de jabón. La utopía depende de cómo se asuma y, por supuesto, puede llevar a grandes frustraciones. Sin embargo, la utopía es también necesaria porque es una manera de caminar, de no desmayar ni rendirse. La utopía está a lo lejos, en el horizonte, luego caminas en su búsqueda y mientras más caminas se aleja, no la alcanzas. La meta es una excusa para caminar e ir encontrando realizaciones.
Pero la utopía comunista deja tragedias como las de Cuba.
Desde el punto de vista político y social, por supuesto. Hay formas o maneras de alcanzar la utopía que fracasan. Pero no es que ha fracasado el ideal de construir una sociedad más justa, más solidaria, menos elitista; fracasó una manera, esa receta. Pero pueden existir otras recetas. Lo que sucede también es que como humanos estamos siempre destruyendo unas realizaciones por buscar otras.
Trayectoria
Actor, director teatral, dramaturgo y gestor cultural. Miembro fundador del Grupo de Teatro La Trinchera, de Manta. Director creador del Festival Internacional de Teatro de Manta, fundado en 1988. Fue profesor de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí.
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