Saqueos y destrozos en la casa palestina que Israel usó de cuartel y que visitó Netanyahu: “El diablo se ha quedado”

Saqueos y destrozos en la casa palestina que Israel usó de cuartel y que visitó Netanyahu: “El diablo se ha quedado”

Hay pequeños detalles que acaban convertidos en símbolos que ayudan a explicar, comprender y recordar los grandes conflictos. Uno de ellos es el famoso salón medio destruido en el que aparece sentado –y herido– en un sillón el líder de Hamás, Yahia Sinwar, instantes antes de morir por un proyectil israelí el pasado octubre en el sur de Gaza, según recogieron varios vídeos grabados por los propios militares. Hay otro salón, también con sus sillones, que forma también parte en la presente contienda en Oriente Próximo del imaginario colectivo, especialmente del palestino. Se trata del empleado por el primer ministro Benjamín Netanyahu durante una reunión con una decena de uniformados en plena ofensiva sobre Cisjordania en una vivienda ocupada por sus tropas en la localidad de Tulkarem.

Aunque esa operación militar continua, hace unas tres semanas que el ejército desalojó el edificio, señalan los propietarios. “Sentimos que el odio de Netanyahu sigue presente en nuestra casa. Ha sido el lugar donde han defecado y comido durante 25 días”, describe Amer (que prefiere no publicar su nombre real, como el resto de los que dan testimonio en este reportaje), de 45 años y propietario del apartamento más alto, donde fue recibido el primer ministro por responsables militares el pasado 21 de febrero. “Buscaban una buena casa, estratégica y bien comunicada”, comenta este taxista que con su furgoneta cubre la ruta entre Tulkarem y Yenín, los dos objetivos principales de la escalada israelí en la Cisjordania ocupada.

Su hijo Hamza, de 16 años, se pasea por el salón que sirvió de centro de mando al enemigo, lo que se ha convertido en la comidilla entre sus colegas. Cuando llegaron los militares acabaron acomodados en casa de sus abuelos. Ahora, en la estancia, ya limpia y ordenada, ha desaparecido la bandera israelí que habían pegado con cinta americana sobre la televisión. Tampoco lucen las fotos con los rostros de soldados caídos en forma de improvisado mausoleo sobre otra pared. Pero los habitantes dan a entender que el lugar ya no es la de antes. Saed, primo de Amer y propietario de uno de los dos apartamentos de la primera planta, sostiene que sobre el edificio flota una especie de maldición, algo irreversible. “El diablo se ha quedado”, comenta refiriéndose a la presencia del “espíritu de mierda” del primer ministro israelí. “También traían rabinos para ceremonias religiosas”, recalca Hamza.

Edificio de Tulkarem (Cisjordania) que tuvieron ocupado un mes militares israelíes y donde Netanyahu se reunió con mandos militares el 21 de febrero.

Fue en la misma tarde de ese 21 de febrero cuando la maquinaria gubernamental israelí difundió las imágenes de Netanyahu en Tulkarem sentado junto a otros militares entre ordenadores, teléfonos, bollería, café, refrescos y agua. Una escena poco habitual. Las fotos pronto corrieron por redes sociales y medios de comunicación. De esa forma, llegaron de inmediato a los propietarios de la casa, que rememoran no sin cierto humor el momento. “Primero vimos la foto de Israel Katz (ministro de Defensa) y empezamos a bromear con que después se metería en nuestra casa Netanyahu. Y acabó haciéndose realidad”, recuerda Hamza entre risas. “El próximo será Donald Trump”, añade Saed, de 31 años, con sorna refiriéndose al presidente de Estados Unidos y férreo aliado del Estado judío.

En una de esas fotografías oficiales, el primer ministro aparece recibiendo explicaciones de la operación asomado por la ventana de la cocina que, a diferencia de la del salón, cubierta con una manta, no aparecía cegada. Se trata de un edificio de tres plantas y cinco viviendas desde donde la panorámica sobre el campo de refugiados de Tulkarem es privilegiada. La terraza permite observar el desolador paisaje de calles impracticables convertidas en reinos del fango y los baches por la acción de las excavadoras del ejército. “Empezamos a ver las fotos en los medios. Fue duro y triste”, señala Amer en conversación telefónica desde Yenín. “Trabajo día y noche para poder tener esa casa y me rompe el corazón ver lo que han hecho”, añade el taxista.

Caja de seguridad reventada en uno de los apartamentos que, durante un mes, mantuvieron ocupado tropas israelíes en un edifico de Tulkarem.

“No pienso volver a mi casa”, asegura su primo Saed mientras se mueve de un lado a otro de su apartamento en medio del desorden, la suciedad y los destrozos. “Los soldados usaron nuestra cama y se mearon en ella”, es el primer motivo que ofrece para dar por terminada su relación con la vivienda. La caja de seguridad aparece reventada en un armario. “Faltan joyas, cheques, perfumes… y mira, en el cajón además de paquetes de tabaco dejaron hachís”, agrega mientras abre la cómoda que hay delante de la cama. “Se llevaron las dos teles, los repetidores de wifi, usaron mi ropa…”, lamenta consciente de que el Estado judío no va a reparar ni compensar los daños. “¿Qué podemos hacer o decir? Solo podemos encomendarnos a dios y rezar”, resuelve.

En paredes y muebles hay mensajes y grafitis dejados como recuerdo por los soldados, algunos con símbolos judíos como la estrella de David. Saed no tiene claro qué va a hacer con la casa. Su mujer está embarazada a término del primer hijo del matrimonio –”hoy, mañana, no sabemos”– y espera en breve poder acabar la vivienda nueva que se estaban construyendo para acomodarse en ella los tres en cuanto sea posible. En otro de los apartamentos, el canal 4 británico, que visitó el lugar con anterioridad, grabó cómo los propietarios sacaban varios cubos de excrementos recogidos a golpe de fregona que los soldados habían dejado esparcidos por el baño mezclados con la ropa de los niños de la casa.

Pintada dejada por militares israelíes en una casa de Tulkarem (Cisjordania) que tuvieron ocupada un mes.

Las tropas han mantenido el edifico como cuartel hasta hace unas tres semanas, calculan los propietarios. Pero la operación sigue en marcha y otras construcciones de la zona siguen tomadas por los soldados, algunos de ellos francotiradores, aseguran los vecinos. A unos 200 metros, se ven aparcados en una bocacalle de la avenida principal, como si se tratase de furgonetas de reparto, tres camiones militares blindados.

Netanyahu viajó a Tulkarem a supervisar la bautizada como operación Muro de Hierro, que se puso en marcha el 21 de enero, casi a la vez que entraba en vigor –lo hizo el día 19 de ese mes– el alto el fuego en Gaza. Además de esa reunión, grabó un vídeo ataviado con chaleco antibalas militar delante del edificio destacando la labor de sus hombres. Esta ofensiva sobre Cisjordania suponía una contrapartida para saciar las ansias bélicas del sector más ultra de la coalición, que sostiene al primer ministro en su cargo y que rechazaba de plano la tregua en la Franja. En un creciente clima de violencia, el alto el fuego en Gaza, donde se acumulan ya más de 50.000 muertos, se rompió el 18 de marzo. Ese día Israel retomó los bombardeos, mientras Cisjordania sigue bajo asedio.

Calle de Tulkarem dañada por vehículos militares israelíes.

Esa ofensiva, que se adentra en su tercer mes, se ha convertido en la más larga e intensa en Cisjordania desde la Segunda Intifada (2000-2005). En estas semanas, son más de 40.000 los palestinos desplazados y cientos las casas destruidas por maquinaria pesada o con explosivos. El ejército no tiene pensado replegarse, al menos, hasta finales de este año, según el ministro de Defensa. Miles de familias habitan en casas o espacios habilitados de forma temporal si saber si podrán regresar alguna vez. Otras ya saben que su vivienda ya no es más que un montón de escombros. “Reconstruiremos nuestras casas, pero más grande es el dolor después de que nuestras autoridades no se hayan interesado por nosotros”, rumia molesto Saed refiriéndose a la tibieza con la que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) afronta la ofensiva israelí.

Junto al edificio que ha servido de centro de mando a las tropas, tiene su sede Panorama Cars, una empresa de componentes para vehículos cuyo propietario Brahim, de 31 años, eleva los daños y pérdidas a unos 200.000 shéqueles (unos 50.000 euros). Cuenta que los soldados le robaron equipos de música, frigoríficos para coches, cargadores… “Pero más que reparar los daños, lo que esperamos es que se vayan den una vez”, reclama. Amer, el taxista, se rinde a la evidencia: “Ellos tienen el poder, son las fuerzas de ocupación y nosotros no tenemos mucho que hacer”.

Vehículos militares israelíes apostados en una calle de Tulkarem (Cisjordania)