Tomás Ochoa: ‘Lo divino está en el encuentro con la tierra’
El nombre de Tomás Ochoa tiene un eco potente en el circuito del arte latinoamericano. En 2019, el Museum of Latin American Art (Molaa) de Los Ángeles, California, exhibió una muestra antológica de su obra, su trabajo realizado en los últimos años en el campo colombiano, donde vive.
No es usual que un artista se vaya a vivir al campo y trabaje desde allí, ¿por qué tomó esa decisión?
El mundo del arte es relativamente pequeño y ahora se puede vivir en casi cualquier lugar del mundo y no estar desconectado del circuito. Afortunadamente puedo desarrollar mis proyectos desde el campo de un país periférico, como es Colombia, pero con una escena artística muy potente, que hace una presencia muy interesante a escala mundial.
¿Cómo es su vida en el campo? ¿No extraña el caos de las ciudades en las que vivió?
El caos de las ciudades no tiene nada extrañable, mientras que estar en una relación directa con la tierra, sembrar árboles o recolectar café puede convertirse en una experiencia contemplativa y hasta mística. Para uno, que no cree en los dioses de las religiones, lo que más se acerca a la idea de lo divino es el encuentro con la potente energía de la tierra. De esta relación dialógica es que han surgido las ideas para mis últimos proyectos.
¿Qué hemos perdido como sociedad al no mantener una relación directa con la tierra?
Lo estamos perdiendo todo al desvincularnos con lo real. La sociedad del espectáculo o el mundo como supermercado nos lleva irremediablemente a habitar un simulacro, lo que equivale a decir que el mundo se ha convertido en un escenario en donde no se vive, sino que se actúa en una representación de la realidad. Como dice el personaje de ‘Matrix’: “Bienvenidos al desierto de lo real”.
¿De ese vínculo con la tierra salió la idea de construir una casa-obra en plena pandemia?
No padecí el confinamiento porque tenía todo a mi alrededor para hacer una casa como una obra: investigar los modos y sistemas constructivos vernáculos, acopiar, experimentar y procesar los materiales de la hacienda: guadúa, fibras vegetales, tierra. Resolví conjugar mis prácticas e intereses artísticos con la arquitectura, para expandir estos campos específicos. Partí de los diseños, técnicas y saberes vernáculos de los Andes para producir una arquitectura híbrida contemporánea. Al incorporar procesos, materiales y tecnologías actuales quise generar un espacio en el cual se potencien y enriquezcan el pasado y el presente. No sé si conseguí hacer de ella una obra de arte, pero sí aspira al atributo de la complejidad.
Vive en el eje cafetero, ¿cómo es su relación con el café?
Cultivar y cuidar decenas de miles de plantas de café puede llegar a ser una tarea extenuante, pero nos propusimos producir cafés especiales, recuperar las variedades arábigas y cuando el barista nos da una alta puntuación en taza, entonces se vuelve algo muy emocionante.
¿Y su relación con Cuenca?
Con mi hermosa Cuenca la relación siempre va a ser entrañable. Ahí están mis amigos de siempre, mis adorables tías que fueron quienes me criaron. Aunque tuve, cuando allí viví, una actitud crítica y conflictiva frente a los marcados rastros medievales de su composición social, ahora extraño sus ríos y su belleza, como se extraña irrevocablemente a la primera novia.
En usted aplica la frase: “Nadie es profeta en su propia tierra”. ¿Se sentía marginado en Ecuador?
Cuando me presenté a los Salones Nacionales y a la Bienal de Cuenca gané premios en casi todos ellos. Desde finales de los 90 la escena del arte ecuatoriano estuvo copada por los curadores que implantaron su modelo, el curador como estrella que dicta a los artistas productores sus recetas y ocurrencias conceptuales ocupando así toda la institucionalidad cultural, con sus propias galerías y su propio Salón Nacional (incluyendo jurados). Su propósito era el de refundar el arte ecuatoriano, dejando por fuera lo que había hasta ese momento y lo lograron. Entonces, o plegabas a su preceptiva o quedabas al margen. Yo me negué a ser parte de ese modelo, pero afortunadamente pude reemprender mi carrera en Europa.
La pólvora siempre ha estado relacionada con los conflictos bélicos y la muerte, ¿qué lo llevó a convertirla en un medio para su trabajo artístico?
He usado todo tipo de medios. Creo que los medios deben subordinarse a las ideas que intentas desarrollar. El uso de la pólvora tiene que ver con la carga simbólica que tiene este material. Los temas que abordo están, casi siempre, relacionados con la violencia. Sin embargo, las imágenes que presento no son de una violencia explícita. Por otro lado, me interesa la noción de “campo expandido”, la cual tiene que ver con hacer borrosos los límites de los medios.
Tuvo una exposición antológica en el Molaa. ¿Qué tan visible es el arte latinoamericano en lugares como Estados Unidos?
El arte que se produce en las periferias ya ha sido integrado a los circuitos internacionales. Una gran cantidad de artistas latinoamericanos se han instalado en las grandes capitales, o concurren a los eventos y ferias porque desde sus países de origen se les proyecta y patrocina.
Y, ¿el arte ecuatoriano?
La frágil institucionalidad del arte y la cultura en el Ecuador no ha permitido la proyección de sus artistas desde su propio país, de modo que para ser visible internacionalmente el artista ecuatoriano tiene solo
una opción: irse.
¿A qué dedica su tiempo cuando no está creando nueva obra?
Casi todo lo que hago, incluyendo recolectar cafés especiales o leer novelas del siglo XIX, está relacionado con mi producción; aparte de eso, me entretengo practicando deportes y no me pierdo un partido donde juegue (Lionel) Messi.
Trayectoria
Nació en Cuenca, en 1965. Tiene un posgrado en Artes Visuales por la Universidad Nacional Autónoma de México. En 2003 participó en la Bienal de Venecia, con ‘Sadco. The Blind Castle Project’, una videoinstalación en la que trató de recuperar la memoria de los mineros de Portovelo.
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