Paula Barragán: ‘No creo tanto en el entender una obra’

Paula Barragán: ‘No creo tanto en el entender una obra’

Santiago Estrella. Editor (O)

Es divertido hablar con Paula Barragán, que nos recibe en su taller, en Guápulo. Su sentido del humor se tomó esta charla. Hace poco expuso sobre los orígenes de su trabajo en la galería N24.

Es curiosa la discusión sobre el arte, las instalaciones, el banano en la pared…

Para mí se divide en aburrido o no aburrido. Me he llegado a dar cuenta de eso. Hay cosas conceptuales e instalaciones que son fantásticas y no son aburridas. Son raras e incomprensibles, pero causan emoción. Y para mí valen la pena. Pero hay muchas también que son aburridas, se repiten y no te causan emoción. Y tampoco valen la pena.

¿Hay que entender una obra?

Yo no creo que es tanto entender. Y si es que hay que hacerlo ya me aburre, porque si no entiendo, ya no me sirve.

¿El entendimiento no tiene algo que ver con la emoción?

No siempre; tal vez, sí… No… Un poco (risas). Y a veces no entiendes y te emocionas, o hasta has entendido mal algo que no se quiso expresar.

Quizás sea mejor para el artista que haya otras interpretaciones.

Claro, pero uno dice: nada que ver.

¿Qué sientes del público?

Sobre todo, de los niños aprendo mucho. Fui parte del proyecto ‘Aprendiendo a través del arte’. No tenían ningún miedo y se expresaban tan abiertamente y sin ningún problema.

¿Qué le decían?

No solo verbalmente, sino en sus trabajos. Cuando les entregas la arcilla y les enseñas una arqueología y les dices que es la tierra y con el fuego, el agua. Y se imaginan para qué lo habrán hecho los antiguos. Empiezan a decir lo que ven y lo que van a hacer. Y se les ocurren cosas fantásticas, sin límites, sin afectaciones.

¿Y a usted se le ocurren esas cosas fantásticas y sin limitaciones?

Yo siento que…(pausa) sí (risas). Eso ya no pasa tanto porque uno se pone grande y se limita. Empiezas a tener que escoger porque la vida va demasiado rápido. Antes había más tiempo; en la niñez siempre tienes tiempo.

Usted es autónoma, pero en esto del arte se puede dar mucho la procrastinación.

Al comienzo no era tanto esfuerzo venir a dibujar cuando no era un trabajo. Ahí me fui haciendo adicta a esta cosa, a descubrir tantas cosas de un lenguaje. Sí me doy cuenta que (queda en silencio un tiempo) hubo un momento en que odié mi trabajo porque sentí que me quitó todo. De repente, le entregué todo a este trabajo, que me quitó el tener una familia y eso fue súper triste. Y me enojé horrible porque hice tanto y no me di cuenta de que se me pasó el tiempo. Pero no fue solo eso: trabajaba con el ácido y al experimentar, y aspiraba todas esas cosas tóxicas. Cuando eres joven no te das cuenta y dices no pasa nada, no me está pasando nada, solo están amarillos mis dedos. Y de repente te das cuenta que sí pasó. Tenía la respiración hecha bunga. Creo que no me embaracé porque estaba en un proceso de una exposición, estaba grabando al mismo tiempo. Quería hacer todo.

Es duro no tener hijos.

Es triste, pero no para todo el mundo. Tengo amigas que decidieron que no y no tienen problema. Yo no decidí que no quería. Yo sí quería y siempre posponía por alguna exposición o un curso, un viaje, un libro. Estaba queriendo y tratando y ya era muy tarde.

Pero es muy respetable que muchas personas y sobre todo mujeres hayan priorizado su ser, su carrera, su modo de existir en el mundo y no solo con la tarea inevitable de ser madre…

Yo nunca pensé eso. Nunca profundicé eso de mi profesión. Yo simplemente me divertía y me decía qué delicia este trabajo. Me gusta y descubro cosas nuevas. Y estaba enfrascada. Y de repente me empecé a dar cuenta de todos esos niños que iban naciendo: los hijos de mis hermanos, de mis amigos cercanos. Me fascinaban los niños y todo lo que traen a la vida de uno y todo lo que uno se pierde por no tenerlos cerca. Fue terrible que ya no pudiera.

Entre la pasión y el entretenerse.

Claro. Y no solo te entretienes: sufres. Es terriblemente desgastador, agotador, frustrante, cuando tienes que hacer un trabajo creativo y no te sale (se ríe).

¿Cómo la hoja en blanco de un escritor?

No sé, más bien vas poniendo y poniendo cosas, y de repente tienes un lodazal y no hay nada, y tienes que botarlo a la basura.

¿Cuán importante es botar lo que no sirve o conservar lo que podría servir?

Ahora, en la pandemia vine a botar lo que había acumulado. Pero también me di cuenta lo bueno que es no botar. Observé, retrabajé y lo expuse recientemente en la N24. Las semillas fueron un proyecto de hace 20 años y lo iba a botar por viejo. Pero lo recuperé y dije esto puede seguir desarrollándose si evoluciona. No se trata de seguir haciendo exactamente lo que hice hace 20 años, sino crecer hacia otra cosa.

Hace alfombras… Cuesta entender hacer un arte para que la estén pisando.

Más bien me encanta. No están pisoteadas, están siendo vividas. Es chévere que así pase con las obras de arte. Muchos quieren que sean nítidas, que no les pase nada, pero la gente las toca; se manchan, se doblan y eso parte de la vida de esas obras, que son hijos, ya que no tengo (se ríe).

¿Es legítimo pensar en un cuadro como parte del diseño de una casa?

Yo pienso en eso, en algo que quiero para que mi casa sea agradable. No solamente pienso en el valor de una obra. Es legítimo. Lo que no me gusta y siempre me va mal es cuando me hacen un pedido. Ya no hago eso nunca porque las tres veces que me pidieron me fue pésimo y aprendí que eso no funciona.

No habría podido ser una artista de una corte de los siglos pasados.

En el sentido en que el espacio mide seis por cinco y hay una claraboya encima, eso sí hice. Pero si te dicen que el sofá es verde perico y la alfombra es de otro color, ahí ya no puedo.

Trayectoria

Estudió Diseño e Ilustración en el Pratt Institute de Nueva York. Ha realizado exposiciones individuales y colectivas en varias galerías del país, Estados Unidos y Europa. Ha ilustrado libros infantiles y además diseña alfombras.