Cuatro años y medio de internamiento para un joven de 16 años que tenía explosivos en su casa para cometer un atentado yihadista
La Audiencia Nacional ha condenado a cuatro años y medio de internamiento y a cinco años de libertad vigilada a un joven de 16 años que había estado preparando en su casa de Sevilla explosivos con la intención de cometer un atentado yihadista, según han informado fuentes del tribunal. El juez indica en su resolución que el menor había experimentado una progresiva radicalización desde febrero de 2023, y que accedió de manera continuada a contenidos en internet, y había asumido “su papel de cibersoldado o yihadista virtual”. En una de las conversaciones de Telegram intervenidas en el móvil del acusado, y que mantuvo con terceras personas, el joven indicó que iba “a detonar en una comisaría de policía” y reconoció que “también fabricó pólvora, nitroglicerina, peróxido de acetona y TNT”. También le envió a su interlocutor una imagen de sí mismo reconociendo que quería ser “mártir, si Dios quiere”.
En una sentencia de conformidad, el juez José Luis Castro, magistrado del juzgado central de menores de la Audiencia Nacional, ha condenado al joven como autor de los delitos de integración en organización terrorista y de tenencia de explosivos y ha ordenado al equipo técnico del centro de menores que elabore un plan concreto de desradicalización que dará continuidad a los que se acuerden mientras esté en régimen cerrado.
La Policía ya tenía conocimiento de su radicalización desde febrero de 2023, pero una llamada anónima alertó en noviembre de ese mismo año de que el joven se había hecho con varias sustancias para fabricar explosivos, en concreto de “glicerina, ácido nítrico y otra sustancia que podría ser ácido sulfúrico o azufre”. Aquella llamada les informó de que había manifestado públicamente su adhesión al Estado Islámico y que incluso él tenía su misma misión. Ese informante, que ha desempeñado el papel de testigo protegido en la causa, les contó en una declaración posterior que el chico se había “obsesionado con la temática militar y tenía ropa tipo mimetizada o de camuflaje” y que días antes había contado a varios jóvenes que había fabricado un detonador casero con un teléfono móvil para activarlo a distancia.
Durante los primeros seguimientos, los agentes descubrieron en los primeros seguimientos que había ido al campo con un amigo y que en el lugar en el que habían estado, cerca de una casa abandonada, había manchas oscuras que indicaban que en lugar había ocurrido un incendio. En enero de 2024, la Policía observó que tiraba a la basura dos bolsas con una caja de cartón color azul y amarillo con el rótulo “azufre en polvo”, una máscara de protección desechable, unas gafas de protección y un sobre de guantes reutilizables, entre otros elementos, como diferentes pañuelos de papel manchados de sustancias de color rojizo y amarillos. Un día más tarde fue otra vez al campo con una mochila y se escucharon diferentes detonaciones que confirmaron que podía estar haciendo pruebas para comprobar cómo actúan los explosivos. Entonces pidieron la entrada y el registro de la vivienda. El menor fue detenido el pasado 21 de enero, y su arresto desbarató, según fuentes policiales, el plan más avanzado de los últimos años para cometer un atentado yihadista con víctimas en España.
En la vivienda, los agentes localizaron varios armarios con tres componentes con los que se fabrica triperóxido de triacetona (TATP), un explosivo de fabricación casera conocido como la madre de Satán, advierte el juez. Este explosivo es el mismo que había preparado la célula terrorista que cometió los atentados de Barcelona y Ripoll de agosto de 2017 y cuyo estallido accidental mató a tres de sus integrantes. Frente a los armarios, en la habitación del joven, encontraron un “secadero de explosivos”, según la definición que dio el técnico especialista en desactivación de artefactos explosivos (Tedax). Varias bandejas con papel de cocina hacían las veces de papel secante y ellas encontraron restos de explosivo. En otra parte del escritorio había más restos de explosivo y “parte de una bomba con la metralla adosada a la misma, lista para su uso”, y a la que únicamente le faltaba el explosivo para detonarla. Los cajones contenían, según la sentencia, más precursores como azufre y carbón.
El menor tenía en su casa documentos sobre la fabricación de explosivos y cohetes. Uno de los cuadernos, según asegura el juez, tenía anotaciones manuscritas con “la receta” para fabricar el explosivo casero TATP. También le intervinieron un machete, un chaleco táctico militar mimetizado con un portacargadores y una imagen de la bandera del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) enmarcada.
En su móvil, el menor tenía muchos archivos que animaban a la yihad global, otros relacionados con el ISIS y cánticos yihadistas, alguno entonado por él mismo, así como imágenes de armas, explosivos y precursores para fabricar explosivos. En su perfil de una red social aparecía vestido como un combatiente islamista, con la cara tapada y un chaleco táctico. La resolución considera que el chico había hecho un “exhaustivo estudio de las posibilidades de fabricación de artefactos explosivos caseros (...) para la posterior activación remota de esos explosivos mediante un dispositivo electrónico”.
En la resolución, el juez hace un análisis de la situación familiar y personal del menor. El chico, nacido en Damasco (Siria) en una familia de seis hermanos, dejó su país en 2014 por los “grandes problemas y dificultades” que les generó el conflicto armado, tanto de necesidades básicas como de seguridad. Pasaron por Turquía y Grecia hasta llegar a España en 2016 con la condición de refugiados. El joven manifestó no tener amigos ni apoyo social y tuvo conflictos de convivencia y de comportamientos recurrentes en España. Desde su infancia, según añade, ha estado expuesto a múltiples situaciones de violencia grave próxima e importantes carencias de necesidades básicas. De su personalidad destaca que tiene una elevada dureza emocional y cognitiva, y una normalización de la violencia. El menor, concluye, se muestra resentido, con una elevada percepción de injusticia y de conflicto social. “Se evidencian carencias en habilidades sociales, falta de empatía y un nivel elevado de indiferencia social”, añade.
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