Graciela Pinzón: ‘Llevo 17 años buscando a mi hija y no pierdo la esperanza’
Graciela Pinzón es madre de Magaly Jiménez Pinzón, quien desapareció en el 2004, en Loja. Ella cuenta su testimonio sobre la desaparición de su hija.
“Han pasado 17 años desde la última vez que abracé a mi hija Magaly Jiménez. Ella apenas tenía 25 años cuando desapareció. Recuerdo con claridad todo lo ocurrido. Era 16 de agosto del 2004. Esa tarde, mi hija me ayudó a llevar unas papas para vender en el mercado de Cariamanga, en Loja. Luego se fue a retirar su sueldo al banco.
Antes de irse se despidió de mí con un abrazo y me dijo que no tardaría en regresar. La vi salir por la puerta del mercado y desde entonces no sé nada de ella. Esa noche no llegó a dormir a la casa. No tenía forma de contactarme con ella, porque no tenía celular y tampoco redes sociales. Pensé que se había quedado a dormir en casa de una amiga.
Al siguiente día, me llamaron de la terminal terrestre de la ciudad, donde ella trabajaba de recaudadora, a decirme que no se había presentado a laborar. Ahí supe que algo malo le pasó. Sentía mucha desesperación, pues no tenía cómo contactarme. En ese momento se me ocurrió llamar a los números convencionales de mis familiares, tenía la esperanza de que estuviera en la casa de alguno de ellos, pero nadie sabía su paradero.
Lo primero que hice fue salir a las calles a buscarla. Recorrí tiendas, parques e iglesias. Incluso fui al banco, pero no estaba allí. El personal de esa entidad financiera me confirmó que Magaly nunca acudió a retirar el dinero. A las 20:00 regresé a mi casa. Esa noche fue terrible. De la preocupación no pude ni dormir. Lo que hice fue encender una vela y rezar. Le pedí a Dios que mi hijita aparezca.
El 18 de agosto del 2004, a las 08:00 llegué a Fiscalía a presentar una denuncia. Me demoré cerca de una hora, luego regresé a mi casa pues tenía que cuidar a mis otros seis hijos. Ese mismo día, por la tarde, acudió a mi vivienda un joven que se identificó como amigo de Magaly.
Me contó que el día de la desaparición se encontró con ella en el centro de Cariamanga y fueron juntos a Yambaca, en las afueras de la ciudad.
Tras dar un paseo, tomaron un taxi y regresaron. Ese chico me aseguró que la dejó en el barrio Chile, en el cantón Calvas, y desde ahí no supo nada más de ella. Esa misma información conoció la Fiscalía en el 2007, cuando receptaron su versión. Él habló desde la cárcel, pues ese año fue condenado por asesinar a tres personas, miembros de una misma familia.
En la Fiscalía, el caso ha permanecido durante estos años como investigación previa. De lo que conozco, han pasado cuatro fiscales y cuatro agentes de Policía, pero aún no hay rastros, ni pistas de su paradero.
Recuerdo que el 7 de noviembre de 2007, el GIR (Grupo de Intervención y Rescate de la Policía), con canes expertos en localizar cadáveres, realizó un rastreo en las quebradas y terrenos baldíos del sector donde la vieron por última vez.
Utilizamos machetes para cortar la maleza e hicimos agujeros en la tierra con palos para que los perros olfatearan y rastrearan. Pero no dio resultado, no lograron encontrarla.
Eso lo realizamos durante cinco días consecutivos. Participaron mis otros seis hijos, mis sobrinos, primos, tíos, compañeros de trabajo de Magaly, sus amigos e incluso los vecinos nos ayudaron. Recuerdo que estuvieron alrededor de 100 personas.
En el 2008, 2014 y 2015, la Policía y personal de la Fiscalía de Loja reconstruyeron las horas previas a la desaparición. Recorrieron los sectores El Parco, Trigopamba y Yambaca.
Hace seis años, recuerdo que los agentes de la Dinased (una unidad policial que rastrea a personas desaparecidas) realizaron una búsqueda por tres días en la parroquia Changaimina y en el cantón Gonzanamá. Los policías acudieron allí porque hubo testigos que confirmaron que la habían visto en esos sectores.
Todos estos años he luchado por encontrarla. Por ejemplo, la primera semana de la desaparición acudí a la terminal terrestre donde ella laboraba. Me acercaba a los pasajeros y choferes. Les mostraba una foto de ella y les preguntaba si la habían visto.
Como soy una persona de bajos recursos económicos, en el 2007 las autoridades municipales de Cariamanga organizaron un maratón para recolectar fondos. Muchas personas participaron del evento deportivo.
Con ese dinero pude imprimir miles de afiches de búsqueda con su foto, su descripción física y un número de contacto. Durante estos años he viajado, junto con una de mis hijas, cuatro veces a todos los cantones de Loja. Nos movilizábamos en buses a cada ciudad para pegar los afiches en postes, paradas, terminales terrestres, tiendas, iglesias y mercados.
No he podido viajar a otras provincias a pegar afiches, pero cada vez que algún vecino o amigo viajaba a otra ciudad les pedía que pegaran los volantes. Sé que se han colocado afiches en Ambato, Quito, Guayaquil, Cuenca, Santa Rosa y Machala.
Cada vez que se realizan elecciones en el país, acudo al sitio donde le tocaba sufragar a mi hija. Pero en ninguna ocasión se ha acercado a votar.
Estos años han sido un calvario. Solo quiero esclarecer lo que pasó con ella y encontrar aunque sea sus restos, para darles cristiana sepultura. No puedo permitir que este caso quede en la impunidad. Mi hija era administradora de empresas y tenía muchos sueños por cumplir”.
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