Manuel Oto y su familia: guardianes de la historia del botadero de Zámbiza que corren riesgo de ser desalojados, en el norte de Quito

Manuel Oto y su familia: guardianes de la historia del botadero de Zámbiza que corren riesgo de ser desalojados, en el norte de Quito

Sobre lo que alguna vez fue el botadero de Zámbiza, en el norte de Quito, ahora se extiende un campo verde que oculta toneladas de basura enterrada. En este terreno, donde por años se acumuló el desecho de la capital ecuatoriana, se alza una pequeña y humilde vivienda, construida con madera recuperada del reciclaje.

Allí, Manuel Oto y su familia han hecho su hogar desde hace más de cinco décadas. Su historia es la de una lucha constante contra la adversidad, la pobreza y las amenazas de desalojo, pero también es un testimonio de resiliencia y arraigo.

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Manuel llegó a este lugar cuando tenía 15 años. En ese entonces, la zona era una honda quebrada que con el tiempo se fue rellenando con residuos. Cuando fue botadero salió a vivir por ahí cerca y después del cierre del botadero puso su casa sobre la montaña que quedó.

“Antes no reciclaban nada. Todo lo que llegaba aquí era desperdicio”, recordó.

Su primera esposa, ya fallecida, fue una de las primeras en recolectar materiales reutilizables, un trabajo que la familia ha continuado hasta hoy.

Con el paso de los años, Manuel, ahora de 67 años, se ha convertido en un reciclador experimentado.

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A bordo de una camioneta vieja, recorre conjuntos residenciales donde sus clientes le guardan botellas plásticas, cartón y vidrio. En su casa, en grandes fundas blancas se organizan los materiales recolectados.

Ahí, además crían cerdos, gallinas y perros rescatados, conformando una comunidad única que ha crecido en el lugar.

QUITO.- La familia Oto, aparte del trabajo de reciclaje, para mantener su economía, también se dedica a la crianza de cerdos y gallinas en su vivienda ubicada en el ingreso a la parroquia Zámbiza, donde fue un botadero de basura a cielo abierto durante 25 años, desde 1977 hasta 2002. Foto: Alfredo Cárdenas.

A pesar del tiempo que lleva viviendo en Zámbiza, la familia de Manuel ha sido amenazada con ser expulsada en varias ocasiones. “Han venido del Municipio con la fuerza pública a decirnos que debemos salir”, relató.

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Sin embargo, Manuel ha defendido sus actividades con permisos ambientales y su permanencia con la historia que ha pasado en este lugar.

“Yo no hago mal a nadie. Protejo esta zona y hasta ayudamos cuando hubo incendios. Llamamos a los bomberos y evitamos que el fuego llegara hasta Monteserrín”, afirmó.

Las autoridades han intentado argumentar que el terreno es de propiedad municipal, pero hasta la fecha la familia Oto sigue en el sitio.

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Manuel no solo es reciclador, sino también un conocedor de la medicina ancestral. Aprendió de sus abuelos a realizar limpias y atender partos.

“Uso huevos, cuyes y velas para curar el mal aire y el espanto”, contó con orgullo. Aunque estas prácticas han ido desapareciendo, él las mantiene vivas transmitiéndolas a quienes buscan su ayuda.

María Fasso, esposa de Manuel, también es migrante de la provincia de Cotopaxi. “Nos vinimos porque allá la tierra no daba. A veces helaba, a veces la sequía nos dejaba sin nada”, explicó.

QUITO.- María Hortensia Fasso, de 47 años, y su hija Wilma Oto, de 18, en la cocina de su vivienda, ubicada en el ingreso a la parroquia Zámbiza, donde fue un botadero de basura a cielo abierto. Foto: Alfredo Cárdenas.

Ahora, con el reciclaje y la crianza de animales, han logrado mantenerse a flote. Sin embargo, la vida sigue siendo difícil. “No recibimos ayuda. No tengo bono ni nada. Todo lo que tenemos es fruto de nuestro trabajo”, expresó.

Su hogar no solo alberga a su familia, sino también a quince perros que han sido abandonados en la zona. “Nosotros no los botamos. Los recogemos y los alimentamos con lo que sale del reciclaje”, comentó María. Los animales, lejos de ser una carga, se han convertido en los guardianes del lugar.

A pesar de las dificultades, Manuel y su familia no se imaginan viviendo en otro sitio. “Después de tantos años aquí, ya no me puedo ir”, dijo con determinación.

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Desde la Empresa Metropolitana de Gestión Integral de Residuos Sólidos (Emgirs) se confirmó que el terreno donde reside la familia Oto es de propiedad municipal y que su ocupación se considera como ‘ilegal’.

Según explicaron, la empresa tiene previsto realizar un cierre técnico en la zona para garantizar una gestión adecuada de los residuos y prevenir riesgos ambientales. Para ello, será necesario intervenir en los predios de la estación de transferencia norte, lo que implica el desalojo de las familias asentadas en el sector.

“Como funcionarios públicos estamos en la obligación de preservar que los recursos públicos se utilicen de forma adecuada y responsable”, se indicó desde la entidad.

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Sobre la posibilidad de reubicación, Emgirs aclaró que no maneja programas de ayuda social y que cualquier acción en este sentido requeriría una coordinación con el Municipio de Quito. Hasta el momento, han intentado generar acercamientos con la familia para lograr un desalojo voluntario.

No obstante, ante la resistencia de los ocupantes, la empresa evalúa otras alternativas legales, incluyendo la vía penal, ya que, según su interpretación, la ocupación de un predio público constituye un delito.

A pesar de esta postura institucional, la familia Oto sigue aferrada a su hogar y a la historia que han construido en el antiguo botadero de Zámbiza.

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Bajo la hierba que cubre un pasado de desechos, Manuel Oto y su familia han construido un hogar. Son los guardianes de un territorio olvidado, una familia que ha sabido transformar la basura en sustento y resistencia. (I)