Rodrigo Pérez, el panadero asesinado, es recordado en la Loma de Puengasí
La batidora se prende y las aspas remueven la masa de harina. Los clientes de la Loma de Puengasí, un barrio del centro-oriente quiteño, entran unos tras otros a la panadería. Hace 10 días, en este pequeño local fue asesinado Rodrigo Pérez Rivera. Era su propietario y el caso estremeció a los vecinos.
Ramiro y Alfredo Pérez se encargaron de mantener la producción y cumplir con los clientes. En canastillas de metal acomodan cachitos, enrollados e injertos. En otras bandejas ordenan las empanadas de queso y los volovanes.
Los hermanos conversan sobre lo ocurrido. Cuentan que Rodrigo llevaba 13 de sus 44 años como panadero y que trabajaba de lunes a lunes sin descanso para criar a sus tres hijos, todos menores de edad.
Saben que buscaba ampliar el negocio y comprar otro local en el sector para aumentar la producción, pero hoy todo eso quedó truncado.
En las cámaras de seguridad del local quedó registrado el mortal ataque. Ahí se observa cuando dos sospechosos armados con pistolas ingresaron cerca de las 05:10. Aprovecharon que la puerta corrediza estaba abierta para liberar el calor que producen los hornos a primera hora de la mañana.
En los informes policiales consta el registro del sistema de cámaras que había instalado meses antes. Ahí se observa además que uno de los sospechosos amedrenta a Rodrigo en el mostrador, mientras que otro va hacia la parte de atrás. Allí somete a un empleado.
Las imágenes muestran el momento en el que la persona que apunta a Rodrigo lo golpea en la cabeza con el mango de una pistola. Los dos atacantes se juntan en el mostrador y obligan a Rodrigo a caminar a la caja. Ahí había cerca de USD 300, según la Policía.
En un descuido, él se escabulle y sale a la calle hasta un camión, con el que repartía el pan en tiendas cercanas. De la cabina saca una llave de tuercas, pero le disparan. Según el examen médico legal, recibió dos impactos. Una bala destrozó su corazón y los pulmones.
Alfredo dice haber visto a su hermano desplomarse en la vereda. Él vive en un departamento que está sobre la panadería y esa mañana escuchó que algo pasaba. Salió a ver por la ventana y observó a Rodrigo caer, mientras los asaltantes salían en moto. “Es terrible. No pueden terminar con la vida de una persona honesta de esta forma”. Él ayudaba al hoy fallecido a repartir el pan.
Ramiro y Alfredo buscan que lo ocurrido no quede en la impunidad y engrose las estadísticas de los expedientes sin resolverse. Por eso denunciaron en la Fiscalía de Pichincha y saben que cada minuto cuenta para evitar que los atacantes huyan. De las versiones que hoy están judicializadas se desprende que los victimarios tenían acento extranjero.
La familia Pérez Rivera lleva 35 años en la Loma de Puengasí. Sus padres, Jorge, fallecido en junio anterior por covid-19, y Teresa, quien murió hace 18 años, construyeron una casa que ocupa toda la esquina, en la entrada del barrio.
Ahí, la pareja crió a sus cinco hijos. Rodrigo era el penúltimo. “Éramos guambras, pero ayudamos en la construcción de la vivienda. Cargábamos piedras y bloques. Nos enseñaron el valor del trabajo desde muy chicos”, dice Ramiro.
Desde el 2008, Rodrigo se puso la panadería y mejoró el pan con la práctica, recuerda Alfredo. Ambos iniciaron juntos, pero luego él se puso una bodega. “Al inicio nos salía agrio, muy salado o quemado, pero fuimos aprendiendo”. Tras el crimen, él colaborará con otros hermanos para evitar que el negocio muera.
Solo en este local se producían hasta 10 000 panes diarios.
En el barrio se comenta sobre este asesinato y sobre otros hechos violentos. “El vecino era buena gente. Lo queríamos mucho, porque era alegre y colaboraba”, dice el dueño de una tienda cercana. Frente a la panadería hay taxirrutas que laboran desde las 05:30 hasta las 23:00 y llevan a la gente a sectores altos. Ahí lo recuerdan. “Siempre parábamos a comprar el pan y hablar un poco. La anterior semana comentábamos con él sobre la inseguridad del barrio”, dice José, quien hace esos recorridos.
Los comerciantes instalaron protecciones para evitar asaltos. En un local de víveres, su dueño puso rejas metálicas hace tres meses. Lo hizo porque desconocidos le rompieron a pedradas un refrigerador y se llevaron productos. La dueña de unas cabinas telefónicas también colocó cámaras de vigilancia tras un asalto.
En la panadería está colgada la imagen de una virgen. A ella se encomendaba Rodrigo cada jornada de trabajo.
Una figura de la Virgen del Quinche lo acompañó incluso en su funeral, en la Tribuna del Sur. Ahí, pese a la pandemia, llegaron cerca de 400 personas para despedirse de él, cuentan los familiares. “Sabemos que era muy querido, porque vino gente de todo lado. Eran familiares, amigos, vecinos”.
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