Servicios de cuidados paliativos se reinventaron en pandemia
Los centros de cuidados paliativos adaptaron su forma de trabajo durante la pandemia de covid-19. Horarios extendidos del personal, restricciones de visitas y medidas estrictas de bioseguridad fueron parte de las acciones.
Dispusieron nuevos requisitos de ingreso de pacientes y ampliaron sus servicios.
Tatiana Fernández es médica y tiene una especialización en Geriatría. Ella labora en la Clínica Nuestra Señora de Guadalupe, en el norte de Quito. En este espacio hay 109 camas: 26 para problemas de salud mental y 83 para cuidados paliativos. Este último servicio se brinda a ciudadanos que tienen enfermedades crónicas, degenerativas, discapacitantes y terminales, para mejorar su calidad de vida, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Cada 9 de octubre se conmemora el Día Mundial para mostrar su importancia para quienes los reciben y sus familias.
En este sanatorio, por ejemplo, la mayoría de espacios está ocupada; así pasaron durante el último año. “No podíamos parar; seguimos recibiendo gente”.
Los nuevos ingresos presentan una prueba molecular o PCR negativa. Luego permanecen en aislamiento por 15 días; aunque con el paso de los meses esta norma se ha flexibilizado. Hoy -cuenta la galena- se solicita el test o el carné de vacunación. Con ello, el confinamiento dura menos de una semana.
Sin embargo, el trabajo más duro ha sido mantener en contacto a los pacientes internados con sus familiares. Es uno de los ejes esenciales del trabajo en cuidados paliativos, debido a que la idea es que la persona se mantenga tranquila y sienta la compañía de sus seres queridos.
Tatiana se encargaba de esta labor, por medio de una llamada telefónica o por video.
Utilizaban los celulares de la clínica o los propios. “Fue complejo; personas con enfermedades muy graves necesitaban estar con sus parientes. Hacíamos lo posible para que se contactaran”.
Las atenciones a pacientes no internados también se brindaron por este medio. Lo explica Sandra Salazar, gerenta de este sanatorio, que recibe pacientes con y sin recursos o derivados del Ministerio de Salud Pública, Seguridad Social, Fuerzas Armadas y Policía.
Este servicio de videollamada -anota- se dio para aquellos pacientes que no podían acercarse al centro, debido a las restricciones de circulación o a la falta de movilidad. “Guiamos a las familias para un mejor cuidado”.
En el Hospital San Juan de Dios, ubicado en el valle de Los Chillos, también se vivió una dinámica similar, es decir, usaron la tecnología para unir a las familias y a los 21 pacientes internados. “Se limitaron las visitas, por lo que las llamadas y las videoconferencias ayudaron a mantener la relación afectiva”, comenta Maribel Egas, geriatra de este sanatorio.
También -señala- hubo cambios de horarios en el personal para mantener el servicio a quienes más lo necesitaban. Adicionalmente, se potenciaron las visitas domiciliarias. En el Hospice San Camilo, en el norte de la urbe, la atención se suspendió en el inicio de la pandemia: entre marzo y abril de 2020.
En mayo retomaron los recorridos, pero con un equipo menor, para evitar los contagios. Lucía Maldonado es parte del Hospice. Es licenciada en Enfermería y directora ejecutiva de la Fundación Ecuatoriana de Cuidados Paliativos (Fecupal). “Tuvimos miedo por el virus, pero los pacientes necesitaban los servicios”.
Un día -relata- acudió a una visita de un paciente en el sur de Quito. La mujer estaba muy enferma; vomitaba y sentía dolor. Lucía, cubierta con un traje de bioseguridad, la consolaba; estaba muy de cerca de ella. “Un día después nos enteramos de que dio positivo para covid-19. Afortunadamente, no nos contagiamos; seguimos las medidas de bioseguridad”.
En el Hospice también hay pacientes internados. Hasta el miércoles hubo 25 personas hospitalizadas, es decir, el 100% de su capacidad. Lo reconoce Alberto Redaelli, presidente de la Fundación y director del centro.
Antes de la pandemia -dice- solo 14 de las 25 camas estaban ocupadas, por lo que optaron por reforzar las donaciones para brindar atención a quienes lo requieren. “Animamos a empresas y ciudadanía para que donen alimentos, pañales y, sobre todo, medicamentos”.
Quienes tuvieron familiares con alguna enfermedad terminal y fallecieron están en la lista de donadores de fármacos. “Esta ayuda es vital para mantener la atención”.
Elena, abuela de Verónica Ayllón, es otra usuaria de la asistencia domiciliaria. Tiene 97 años. Cada semana, la familia recibe llamadas y se planifican visitas para garantizar su salud. “Tuvo un quebranto; es importante saber cómo cuidarla para que esté bien”.
La mamá de María Narváez, de 58 años, recibe cuidados paliativos. Comenzó en febrero, debido a que tiene problemas de movilidad, tras un accidente cerebrovascular. “Optamos por estos servicios para mejorar su calidad de vida”.
Un jueves al mes recibe las visitas de los equipos de Hospice, quienes entregan guías para fortalecer el cuidado de su madre. Además, cada semana la llaman para hacer un seguimiento. En este servicio se trata a 84 personas.
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