El guayaquileño levanta a su ciudad tras la pandemia
Los cantantes Héctor Napolitano y Patricia González representan, como figuras públicas, una de las formas más llamativas de ser guayaquileños. Cada uno a su manera expresa, a través de su personalidad, una cierta chabacanería, desplante y desparpajo, un humor frentero y hasta mal hablado.
Es una forma de ser que puede resultar entrañable, que se encuentra a menudo -en mayor o menor medida- en los guayaquileños de a pie, y que casi siempre se agradece como un oasis de picardía en la rutina del día a día.
Guayaquil celebra hoy 201 años de independencia, una excusa para reparar en la esencia diversa y múltiple de la guayaquileñidad. Hay tantas formas genuinas de ser ‘guayacos’, de sentirse y pertenecer a la ciudad -incluso para los que nacieron fuera- como sus 2,6 millones de habitantes, nada menos que el 18,33% de los ecuatorianos.
Ser un ‘guayaco’ como el ‘viejo Napo’ o González es también una forma de histrionismo, consiste en practicar y en poner en escena un carácter, dice el actor Andrés Crespo, quien ha llevado esta forma particular de ‘ser local’ al cine. Tiene que ver con lo urbano popular -dice-, con las relaciones de igual a igual de la calle.
“Esa cultura marginal guayaquileña se extendió con facilidad a todos los rangos sociales. Esa forma de ser frontal, de hablar y de expresarse, dominó incluso a las clases más altas”, dice el protagonista de películas como ‘Pescador’ (2012). Le resulta contradictorio “el deseo ignorante” de eliminar al otro, de “barrer el margen, cuando este nos constituye”.
El poeta e historiador guayaquileño Ángel Emilio Hidalgo reafirma el papel de lo subalterno. “Hay una identidad de raigambre popular que es parte de la guayaquileñidad de mucho tiempo atrás, con influencias de las culturas afro, montuvia, chola y también influencias extranjeras”, dice.
Hidalgo describe los rasgos identitarios locales como diversos, múltiples y complejos. Como salsero y melómano pone el ejemplo de la música.
Guayaquil -dice- es al mismo tiempo una ciudad de música tropical, salsera, pero por otra parte romántica (fue pasillera y amante del bolero). También es punkera, roquera y -ahora- reguetonera.
La condición mercantil de la formación social en una ciudad portuaria ha hecho en términos generales a los guayaquileños permeables a las influencias foráneas, apunta el historiador.
“Ha sido un puerto abierto a la llegada de gente de afuera, donde los recién llegados se sienten en casa”, indica.
Crespo ha reflexionado mucho sobre la identidad local a raíz de la pandemia. La ciudad fue noticia mundial por una mortandad sin precedentes y ahora que el covid le ha dado un respiro a la urbe ha sobrevenido una crisis de inseguridad.
Antes y después del covid-19 el sujeto local ha estado marcado además por la forma como lidia con el miedo, según el actor, lo que explica que quienes han tenido los medios han cambiado al barrio por la urbanización cerrada. “La forma de protegerse es estar alerta, ser avispado, sin permitir que el miedo te impida seguir adelante”, agrega Crespo.
El arquitecto y urbanista Florencio Compte ahonda en cierta pérdida del sentido barrial de la ciudad en las últimas décadas, debido al aumento de la percepción de inseguridad, lo que afecta también los rasgos de identidad. Apunta que el modelo de dispersión y sectorización que trajo la urbanización cerrada es una respuesta a “nuevas necesidades e incertidumbres”.
Se trata -agrega- de una concepción más anglosajona, en contraste con las ciudades tradicionales hispanas en que las más diversas actividades conviven y se entremezclan. El modelo más cerrado puede estar también operando cambios en las identidades locales.
Compte, cuya familia es de origen catalán, se describe como un guayaquileño de primera generación. El “guayaquileñismo auténtico” es solo un enunciado vacío, para él. “Todas las formas de ser guayaquileño son auténticas en la medida en la que uno se sienta ‘parte de’, que uno le aporte a la ciudad, para retribuir lo que ha recibido de ella”, dice.
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