Fàtima Valldeperas, la artista floral que rompe una lanza a favor de lo artificial: “Me ha abierto una vía de experimentación”

Fàtima Valldeperas, la artista floral que rompe una lanza a favor de lo artificial: “Me ha abierto una vía de experimentación”

No es tan fácil dar con el Wittmore, un pequeño hotel en el barrio Gótico de Barcelona. Ni a plena luz del día. Pero un rodeo por varios callejones solo hace aumentar el encanto de un edificio histórico que esconde en sus entrañas un impresionante jardín vertical. En la recepción, una mujer da los últimos retoques a una escultura floral. Se mueve con la delicadeza de una bailarina. Nadie osa interrumpirla. Es Fàtima Valldeperas (Olesa de Montserrat, 42 años), la artista que ha renovado la decoración floral de este alojamiento boutique con una mirada rompedora. “Aquí tengo carta blanca y me siento valorada como artista, pues no me han considerado solamente una florista”, se justifica con una tímida sonrisa. Cada tres o cuatro meses, se pasa una mañana entera en el hall con un trajín de bolsas y cajas. En ellas guarda todo el material que usará en la decoración de los espacios comunes y que sigue un hilo argumental que desarrolla previamente. “No se trata de poner un jarrón con flores, sino de hacer pequeñas instalaciones que hablen el lenguaje del espacio. Me encanta crear duda, sorpresa y confusión a quien las mira”. Esto último, lo borda.

Uno de los primeros sorprendidos fue el propietario del Wittmore cuando se enteró de que aquellos centros escultóricos que adoraba eran de flor artificial. Pero enseguida comprendió que aquello iba de vanguardia. “Además, ¿cómo iban a durar tanto unas flores naturales?”, se pregunta Valldeperas, que con un trabajo que transita entre lo orgánico de la flor natural y lo sintético de la flor artificial ha decidido romper una lanza también a favor de esta última. “Muchas instalaciones y esculturas serían inviables con flor natural. Luego está el tema de la sostenibilidad, sobre el que he reflexionado mucho. La flor natural, ya sea nacional o importada de Holanda o de Ecuador, debe transportarse en furgonetas refrigeradas, guardarse en cámaras frigoríficas, hacer cambios de agua y tiene fecha de caducidad. En cambio, la artificial se puede reutilizar y a mí me ha abierto una vía de experimentación”, asegura.

Ella no es una recién llegada en el sector. En 2008, junto con Joan Xapellí, fundó Flowers by Bornay, un estudio creativo que a base de botes de espray y mucha rebeldía revolucionó la floristería convencional hasta convertirla en arte floral contemporáneo. Pero hace un par de años sintió la necesidad de volar en solitario y explorar su propia identidad. “Ahora busco flores artificiales tan bonitas que ya no tengo necesidad de pintarlas. Además, se hacen réplicas tan perfectas que incluso cuesta distinguirlas. ¡Tendrías que morderlas para asegurarte!”, bromea. “Cuando busco una gama de colores, lo que hago es combinarlas con flores naturales, secas y preservadas”. De esta fusión tan ecléctica brota su peculiar estilo: inquieto, divertido y sin límites, un poco como ella misma.

Un centro de flores secas realizado por la florista Fàtima Valldeperas para el hotel Wittmore.

Entre una majestuosa cortina roja y la entrada al jardín vertical del hotel, ha colocado otra de sus esculturas. Con el dedo, señala unas flores camaleón. “Son hibiscus y hortensias reflectantes que encontré en una feria de Venecia. Según lo que pones al lado, toman un color u otro, pero siempre con una pátina metalizada. ¡Me gusta este toque de fantasía tan kitsch!”, exclama. El resultado final, junto con las proteas, los cosmos y las buganvilias, parece de ciencia ficción. “Buscaba un efecto mutante que resaltara el cambio de estación, el tránsito de la primavera al verano, que es cuando también empieza a cambiar el tono de nuestra piel”, continúa.

“Son hibiscus y hortensias reflectantes que encontré en una feria de Venecia. Según lo que pones al lado, toman un color u otro, pero siempre con una pátina metalizada”, explica la artista sobre esta instalación floral.

En sus mininstalaciones, Valldeperas —que pasó por la facultad de Bellas Artes― no solo trabaja con flores naturales, artificiales y preservadas. “Me gusta el collage y conseguir diferentes texturas, por eso utilizo mil cosas más: papeles, madera, látex, objetos inesperados y, especialmente, retales de tejidos que guardo desde la época en la que trabajé con el diseñador de moda Josep Font”, apunta. Otro elemento fundamental en sus composiciones son las bases, en esta ocasión unos jarrones de cerámica. “Le doy mucha importancia a los recipientes, pero siempre quiero ir más allá: que el paisaje se escape del propio jarrón y se cree una continuidad”.

¿Cómo se genera una buena idea? ¿Cómo se racionaliza el proceso creativo? Este es su gran reto cuando la invitan a Shanghái, en China, a impartir cursos de arte floral. “Es una experiencia increíble y también algo surrealista. Los alumnos dominan mucho la técnica, pero les falta creatividad. Mi trabajo es, precisamente, abrirles la mente, ayudarles a encontrar un lenguaje que les haga diferentes. No paran de preguntarme: ‘¿Cómo has tenido esta idea?’. Pero esto es muy difícil de explicar porque para mí es algo intuitivo”, confiesa.

“Le doy mucha importancia a los recipientes, pero siempre quiero ir más allá: que el paisaje se escape del propio jarrón y se cree una continuidad”, dice Fàtima Valldeperas.

Por suerte, no hace falta cruzar medio mundo para participar en uno de sus workshops. “Hago en diferentes lugares, pero pronto tendré acabado mi nuevo estudio en Sant Miquel de Balenyà, un pueblo situado a una hora de Barcelona. Mi idea es que sea un espacio en el que pasen muchas cosas”, afirma. Aquí estará el cuartel general de Valldeperas, que también trabaja en eventos de marcas de lujo (el último para Rolls-Royce), con pequeñas marcas independientes (como los bodegones que acaba de hacer para la firma de accesorios bordados Mon Malé) y en bodas de pequeño formato en las que nunca falta un sorprendente ramo de novia.

Cento realizado por la florista Fàtima Valldeperas para el hotel Wittmore, en Barcelona.

Las galerías también han empezado a fijarse en su obra: en marzo participó en la exposición colectiva Neobotanica, en Load Gallery, y el pasado octubre en la feria de arte contemporáneo SWAB, ambas en Barcelona. Esta nueva línea de actuación le permite crear sin estar sujeta a ningún briefing, dando rienda suelta a su desbordante imaginación. “Mi pareja es el fotógrafo Dani Valdés. A veces improvisamos una sesión de fotos como si fuera una editorial de moda con la excusa de mis esculturas. Hace justo un año disparamos una en la pista de atletismo de Olot. Quedó preciosa, hasta me customicé unos zapatos con flores a juego con el estampado del vestido. Nuestro trabajo creativo conjunto es muy potente y no queremos que quede olvidado en el feed de Instagram. Por eso nos gustaría entrar en el circuito de las galerías y, ¿por qué no?, editar un libro de imágenes inspiradoras. El arte floral no se merece menos”, sentencia.

"Hace justo un año disparamos [su pareja, el fotógrafo Dani Valdés y ella] una en la pista de atletismo de Olot. Quedó preciosa, hasta me customicé unos zapatos con flores a juego con el estampado del vestido", dice la florista.