Su casa es el hogar temporal de los migrantes
Ni la pandemia del covid-19 detuvo a María del Carmen Carcelén, para que continuara con su ayuda.
Desde marzo del año pasado ha mantenido su apoyo a los migrantes, especialmente venezolanos, que cruzan por la comunidad de El Juncal, en el norte de Imbabura.
Cuando viaja a bordo de su camión y mira a viajeros que caminan con pesadas mochilas o maletas por el filo de la carretera, recuerda su niñez.
Ella tenía 10 años cuando tuvo que vivir una experiencia parecida. Abandonó su casa, en El Juncal, porque tenía problemas con su padre. Viajó a Ibarra en búsqueda de mejores días. Su hermano mayor, Teófilo, la acogió.
Cuando cumplió 18 años retornó a su pueblo. Un año después se casó con Carlos García. La casa que construyó la pareja para su familia, hace tres décadas, se ha convertido en una especie de ‘estancia de la solidaridad’.
Se encuentra en medio del caluroso valle del Chota. Es un lugar en donde no falta un plato de comida para los caminantes. Ahí pueden bañarse, lavar la ropa, descansar y hasta alojarse, para al día siguiente retomar la travesía.
En un anaquel de la sala de su casa, la mujer conserva una fila de cuadernos y hojas con los nombres de viajeros a los que ha brindado apoyo.
Calcula que desde que empezó con esta labor, 30 000 personas han llegado a su hogar. Lo hace desde agosto del 2017, cuando vio que la cantidad de personas que caminaban por la vía era más notoria. La mayoría es de Venezuela; pero ha acogido a colombianos, peruanos y chilenos, que estaban de paso.
La mujer, que luce orgullosa prendas con símbolos afros, recuerda que en abril del 2019 tuvo uno de los picos más altos. En un solo día recibió a 138 personas, que no habían comido nada.
Ese fue uno de los años que hubo mayor movimiento migratorio. Según datos del Ministerio de Gobierno, ingresaron al país 509 285 venezolanos y salieron 393 439.
Carcelén señala que ahora por el Chota cruzan los migrantes, pero en menor número. Cree que se debe al cierre de la frontera por la emergencia sanitaria del covid-19.
Los venezolanos, como Orlando Contreras, originario del estado de Barinas, comenta que al cruzar la frontera unos compatriotas le recomendaron hacer una parada en esta casa de El Juncal.
El hombre, de 47 años, tiene el rostro bronceado por los días soleados mientras cruzó por Colombia. Su periplo lo inició el 14 de abril; su meta es llegar a Chile.
Carcelén vive con cinco de sus seis hijos y uno de sus dos sobrinos. Ella se hizo cargo de estos dos últimos, tras el fallecimiento de sus hermanas, Alba María, hace 21 años y Mayra del Pilar, hace 13.
Las puertas de la casa de Carcelén están abiertas para los viajeros. Ni siquiera en el funeral de su madre, Luisa Eloína Carabalí, el 4 de agosto del 2019, dejó de atender. Esa día, recuerda, llegó medio centenar de caminantes.
Algo similar ocurrió al cumplir 30 años de casados. Doña Carmen, como le dicen sus vecinos, es reconocida. En marzo del 2019, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) plasmó su historia en un video.
Ilaria Rapido, oficial de información de la Acnur, resalta que Carcelén siempre trata de ponerse en los zapatos de estas personas. Eso la ha motivado a seguir con la labor.
“Nos pareció un ejemplo de cómo el pueblo ecuatoriano sigue siendo solidario y recibe a estas personas con los brazos abiertos”.
La vida de Carcelén gira en torno a El Juncal y a la ciudad de Ipiales, en Colombia, en donde tiene un negocio de venta de frutas. Ahí arrienda dos bodegas para ofrecer tomate, limón, mango, aguacate, entre otros productos.
Con sus hijos se alterna para atender ese negocio. Para llegar allá cruza por los pasos informales.
Ella ha recibido ayuda de varias entidades que laboran en temas de movilidad y personas. En el Servicio Jesuita, por ejemplo, se informó que la ayudaron con alimentación para los migrantes, entre marzo y diciembre del 2020.
En Semana Santa prepara la fanesca y comparte con sus vecinos, quienes llegan con ollas y platos para recibir .
Jovita Lara, vecina de El Juncal, dice que la conoce desde que eran niñas y resalta de ella su solidaridad.
Carcelén es una de las fundadoras de la Asociación Aroma Caliente, un proyecto de turismo comunitario, servicio de alimentación y artesanías. Pero las dos habitaciones que levantó para recibir a los turistas ahora acogen a los migrantes, cuenta Laydi Rodríguez, presidenta de la organización.
Por su voz grave y fuerte, cada domingo canta en la iglesia del poblado. Ella es parte del coro, que está integrado por cinco mujeres. Interpretan ritmos alegres. “El que canta ora dos veces al Creador”, afirma.
Por más de tres décadas, Carcelén ha estado vinculada al Grupo Pastoral de Mujeres de El Juncal. Ha participado en varios encuentros nacionales e internacionales de la Pastoral Afroecuatoriana.
Su anhelo es que la situación en Venezuela cambie, para que ellos sean felices.
Su trayectoria
Nació el 25 de octubre de 1970. Estudió Corte y Confección. Es una de las fundadoras de la Asociación de Turismo Aroma Caliente. Tiene un puesto de venta de frutas en Colombia.
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