Joaquin Phoenix y Lady Gaga cantan, bailan y arriesgan en ‘Joker: Folie à Deux’

Joaquin Phoenix y Lady Gaga cantan, bailan y arriesgan en ‘Joker: Folie à Deux’

La broma ha ido demasiado lejos. Arthur Fleck quería ser un cómico, hacer gracia. O, al menos, que alguien le escuchara. Pero ha terminado convertido en asesino. Ha matado a cinco personas, incluido un presentador televisivo, en pleno directo. En realidad, los muertos son seis, porque también asfixió a su madre. Pero eso solo lo sabe él. En el arranque del filme Joker: Folie à Deux se pasa los días encerrado en la cárcel de Arkham, y callado. Ya no tiene ganas de contar chistes, por más que los policías se lo pidan cada día. No queda nada de lo que reírse. Y, encima, siguen sin entenderle.

Lady Gaga en la alfombra roja del festival de Venecia.
Lady Gaga en la alfombra roja del festival de Venecia. Louisa Gouliamaki (REUTERS)

Hay, sin embargo, masas que le adoran. Como los enfervorecidos que le proclamaron símbolo de la revolución contra el poder, al final de la primera película, Joker. Y el aluvión de espectadores que, en 2019, hizo que el filme recaudara más de 1.000 millones de euros. Este miércoles, cinco años después, otra riada de cinéfilos acudió al reencuentro con Fleck, que en esta segunda entrega está en prisión. De nuevo en el concurso del festival de Venecia, donde ganó el León de Oro. En el Lido, una chica cuando descubrió que podía acceder a la sala estalló en gritos: “¡Vamos! ¡Siiiiii!”. Cosas del Joker. De Joaquin Phoenix, ahora junto con Lady Gaga, dirigidos por Todd Phillips. Llegó la segunda parte de una de las obras más comentadas, celebradas o criticadas de los últimos años. La Folie à Deux (locura a dos) del título, antes de la proyección, era el delirio de todos.

Después, sin embargo, puede que los prosélitos se reduzcan. Se prometía un musical distinto, una historia de amor oscura y arriesgada. La hubo. Aunque Gaga —que encarna a Harley Quinn y su romance con Joker— no colocaría “necesariamente” el filme en ese género: “La música da a los personajes una forma de expresarse”. He aquí la principal novedad. La banda sonora ya era “un personaje más” hace un lustro, según Phillips. El personaje de Arthur Fleck bailaba y tenía dentro melodías que solo él oía. Pero ahora aparece ella, que también las escucha. Y ambos empiezan a hablarse a través de For Once in My Life, de Stevie Wonder, o What the World Needs Now is Love, de Jackie DeShannon. Todo un giro radical. A costa, eso sí, de algunos pilares de la original: la atrevida reflexión política, el interés hacia la salud mental, el complejo viaje del protagonista. Cuesta explicarse la renuncia. Ya sea hablando o cantando. El resultado podrá verse en los cines a partir del 4 de octubre.

Todd Phillips, Lady Gaga y Joaquin Phoenix, en el festival de Venecia.
Todd Phillips, Lady Gaga y Joaquin Phoenix, en el festival de Venecia. Louisa Gouliamaki (REUTERS)

“Fue más fácil venir a Venecia como el insurgente. Con este filme estoy más nervioso”, confesó Phillips ante la prensa, acompañado por los dos intérpretes. Ella, que pidió ser llamada por su nombre real, Stefani [Germanotta], fue la más ovacionada de los tres. Phoenix, en cambio, representó el mayor imán para las preguntas. Incluida la más incómoda, que nada tenía que ver con su Joker. ¿Por qué hace nada abandonó el rodaje de la nueva película de Todd Haynes a unos días de que empezara a filmarse? “Si digo mi opinión, los otros no están aquí para dar la suya. Así que no voy a contestar”. Puede que tenga que hacerlo en los tribunales, según apuntan los medios estadounidenses.

Tampoco, al principio, quería contar el sueño que contribuyó a poner en marcha Folie à Deux. Phillips se lo sugirió. Él dijo: “No”. Pero una periodista insistió. Resulta que una noche, dormido, Phoenix se vio en el papel de Fleck sobre un escenario, actuando y cantando. Al despertarse, llamó a Phillips y le propuso transformar en realidad aquel show. Todavía no habían rodado ni el primero, y ya preparaban un segundo. Hablaron de llevarlo al teatro, pero concluyeron que era demasiada locura, incluso para ellos. También discutieron mucho sobre la relevancia de la música, con bromas como: “¿Te imaginas que conseguimos a Lady Gaga?”. La pandemia frenó sus planes. Hasta que despejaron sus dudas y optaron por el cine. “Pactamos que sería audaz y distinto. Debíamos crear algo tan inesperado como el original”, agregó el director. Pero ¿cómo superar un fenómeno que puso de acuerdo a crítica, público y hasta los Oscar, con la estatuilla a Phoenix y la banda sonora de Hildur Guðnadóttir? La única vía, concluyeron, era jugársela de verdad.

Joaquin Phoenix y Lady Gaga, en una secuencia de 'Joker: Folie à Deux'.
Joaquin Phoenix y Lady Gaga, en una secuencia de 'Joker: Folie à Deux'.Niko Tavernise (AP)

Por lo pronto, donde había una estrella protagonista, aparecen dos. “El primero me tocó profundamente. La actuación de Joaquin compartía algo con el espectador. A veces las historias sobre personajes incomprendidos dan la oportunidad de mirar a fondo aquel mundo. En esa película hallé algo que quizás nunca hubiera visto”, explicó Germanotta. El título del largo se refiere a un raro trastorno psicótico compartido, que se transmite de un individuo a otro, sobre todo entre seres que viven cerca, pero aislados, sin mucho contacto con otros. Por eso, entre otras razones, Joker y Harley cantan. De una forma aún más particular: las canciones se ejecutaron en vivo en el rodaje, aun a riesgo de desafinar, con un pianista tocando al lado. Debían ser lo más naturales posibles. Cuando ella lo planteó la primera vez, Phoenix contó entre risas que ni se lo creyó: “Eso lo harás tú”. “Trabajamos mucho sobre la manera en que cantamos. Tuve que olvidar cómo respirar y dejar que saliera del personaje”, compartió la artista.

El presupuesto creció junto con la ambición: de los 60 millones de Joker a unos 200 por Folie à Deux. El equipo, en consecuencia, también. Y los retos. “Uno de los más difíciles es parar ese ruido en tu cabeza que te cuestiona”, según Phoenix. El cineasta quiso lanzarse desde todavía más arriba, y sin red de protección. Tanto que a veces, en el plató, admitió a la revista Variety que se preguntaba: “¿Qué demonios hemos hecho?”. Asombro y desconcierto se contagian al público. Y solo cabe aplaudir, en ese sentido, la decisión. Hollywood. Personaje célebre de los cómics. Casi cualquiera habría optado por un más de lo mismo. Y a contar fajos de dólares. Los enésimos, porque Phillips y la taquilla siempre se llevan de lujo, como demostró también la saga Resacón en Las Vegas. El cineasta, en cambio, se complicó tanto la vida que ha llegado a definir como “pesadilla” alguna fase del rodaje.

Por un proceso creativo tan ambicioso como incansable. “Aprendes una canción, una rutina de un baile, ensayas una y otra vez hasta que alcanzas la perfección y entonces te das cuenta de que no da sensación de honestidad ante la cámara”, lo resumió Germanotta. Probaron durante meses un vals, pero revolucionaron su coreografía a pocos días de filmar. Se empeñaron en “vivir el momento”, según el actor y el director, intentando olvidarse del peso de esa secuela. Phillips tampoco se preocupó en absoluto por respetar esencia o tradición de los tebeos, y por segunda vez ignoró a Batman. El filme, además, contiene violencia suficiente para que se calificara como no recomendado para menores en EE UU. Más libertad creativa, aun a costa de perder público.

Gracias a tanto coraje, Folie à Deux contiene unas cuantas secuencias atractivas. Se antojan, sin embargo, más versos sueltos que piezas del mismo puzle. “El objetivo del filme era que pareciera hecho por locos”, declaró Phillips a Variety. “Llegar al plató con una idea preconcebida era un error, nos entregamos a cierto caos. Queremos que cuando se vea, el público piense: ‘No habría imaginado nunca que esto pudiera suceder”, añadió Germanotta. Quizás lo logren. Pero salen dañados la coherencia narrativa y los discursos estimulantes al margen de la trama.

Joker denunciaba cómo el Estado deja arrinconados a los enfermos mentales, mostraba que nadie quiso oír la llamada de auxilio del desesperado, casi condenado finalmente a hacerse oír a través de los disparos. “Música y cine tienen la capacidad y la fuerza de cambiar la manera en la que la gente se siente”, sostuvo Stefani Germanotta. El primer filme también abordaba el poder sensacionalista de los medios y los límites de la lucha antisistema. O incluso los sobrepasaba: el director fue acusado de romantizar a los asesinos y fomentar el nihilismo y las protestas violentas. En Venecia aclaró que Folie à Deux no es “una respuesta” a aquellas críticas: “No era un objetivo del filme corregir el punto de vista. No haces una película como declaración”. Hasta los SWAT, en todo caso, tuvieron que vigilar alguna proyección en 2019.

Con todo ello, la película original mostraba el viaje al infierno de un hombre solo y fragilísimo. La secuela arranca ahí donde terminó la primera. Pero sus ganas de debate se han quedado congeladas, o al menos diluidas. Folie à Deux proporciona un festín de ideas visuales y escénicas. Pero muy pocas, acaso las mismas, sobre el fondo del filme y del personaje, salvo la introducción de la música como vía de escape y expresión. Así, por lo menos, no se restan focos a la historia de amor. Sin embargo, se sustrae mucho interés a la película. La última media hora sí regala varios momentos que dejan poso en mente y corazón. Lo demás entra sobre todo por los ojos y los oídos. Phillips descartó que haya una tercera entrega. Aunque, tratándose de Joker, mejor no dar nada por hecho.

Más profunda se mostró otra película del día en el concurso: The Quiet Son, de las hermanas francesas Delphine y Muriel Coulin. Y más política, sin duda. A veces, de hecho, llega a un solo paso de excederse. Al fin y al cabo, se habla de la radicalización de un muchacho hacia la extrema derecha. Y de un padre que ve cómo su hijo se aleja en alta mar y no logra traerle de vuelta a la orilla. Lo vigilia, lo presiona, lo ataca, lo castiga, intenta hablarle. Un fiasco tras otro. Hasta el naufragio.

Un asunto actual. Tristísimo. Y muy delicado. Por suerte, las directoras evitan banalizar. Los amigos, la rabia, el ambiente ultra en el estadio, los sueños personales truncados, la insatisfacción, eslóganes facilones. Fus empieza a acumular tanta gasolina que solo es cuestión de tiempo para que caiga una cerilla. Más fácil culpar a otros que abordar respuestas complejas, o mirar hacia uno mismo. Y eso que vive aparentemente feliz, con su padre viudo y su hermano menor, aunque estos no compartan sus ideas. Aquí reside precisamente el gran logro del filme: mientras el hijo mayor y el progenitor chocan cada vez más, no dejan de tener también momentos preciosos. Bailan, se abrazan, claramente se quieren. The Quiet Son no narra una familia fallida, sino una normal que fracasa. Y por eso resulta más dolorosa y alarmante. Puede suceder en cualquier casa. Si no está ocurriendo ya.

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