Del ‘campo de los sueños’ a la realidad
Hace 30 años y una pandemia, en medio de los maizales del estado de Iowa (EE.UU.), un hombre escuchó una voz. “Si lo construyes, él vendrá”. Como le hubiese ocurrido a cualquier persona sensata, se quedó intranquilo. Escuchar voces, así sea en las solitarias e inmensas llanuras de Iowa, no era una buena señal.
¿Construir qué? ¿Por qué? ¿Qué quieres de mí? Esas son preguntas que todos se harían, hasta San Francisco cuando escuchó a Dios. Pero esta revelación pagana de Ray Kinsella -tal el nombre de este granjero- le muestra un campo de béisbol. Y eso fue lo que hizo: tiró hectáreas de mazorcas y construyó este parque, que hasta ahora sigue ahí en Dyersville, Iowa, una ‘ciudad’ que actualmente tiene apenas 4 139 personas, quienes miraron anonadados cómo un loco se encaminaba dichoso a la ruina económica.
Este es el comienzo de la película ‘El campo de los sueños’, que dirigió y actuó Kevin Costner y que de inmediato -y como suele ocurrir con los mitos del cine: contra todo pronóstico- se convirtió en una película de referencia en Estados Unidos. Es, quizá, el filme que mejor representa una de las pasiones de ese país: el béisbol, al que se le conoce también como “el pasatiempo nacional”.
Algo tiene el béisbol, ese juego tan extraño e incomprensible para muchos, que es el deporte que tiene las mejores películas. Se puede hablar de ‘Moneyball’ (El juego de la Fortuna, con Brad Pitt), o ‘The natural’ (El mejor, con Robert Redford) o ‘For the love of the game’ (Por amor al juego, también con Kevin Costner).
“Es cine gringo para un deporte gringo”, dice un estudioso del fútbol y a quien, como a la mayoría de ecuatorianos, no le interesa en absoluto el béisbol. Y no es que no haya películas sobre fútbol. Las hay y buenas.
Tienen, sin embargo, un problema: el juego. No hay nada más inverosímil y mal actuado como un partido de fútbol en una película. Como dice el crítico de cine David Arranz, son “dos grandes pasiones que nunca han acabado de mezclar. No hay grandes películas de fútbol. Sí hay un gran número de películas en las que el fútbol tiene un papel secundario, de hilo conductor a veces, pero no sobre el juego en sí mismo”.
Casi siempre son las historias alrededor del juego. Pero el béisbol es coprotagonista, quizá porque técnicamente es más natural su ejecución. Es un juego cuya emoción no se fundamenta en la continuidad. No tiene límite temporal: podría durar hasta el infinito. Una jugada no dura más de 10 segundos. Luego hay una pausa que puede ser más larga, tiempo suficiente para el drama.
Quizá hay un hecho más que les es sustancial: se fundamenta en el error. ¿Hay algo más dramático que eso? A diferencia de otros deportes, aquel que acierte tres de diez puede ser considerado un genio del béisbol.
El jueves pasado, en un acto de mercadeo y espectáculo extraordinario, la Major League Baseball organizó el primer partido en el ‘Campo de los sueños’. Fue, además, el primer partido en la historia de las Grandes Ligas en Iowa.
El juego se disputó entre los Yankees de Nueva York, el equipo de béisbol más reconocido en el mundo, y los Chicago White Sox. Fue por este cuadro que Kinsella construyó ese campo.
En 1919, ocho jugadores de los Medias Blancas aceptaron dinero a cambio de perder en la Serie Mundial ante los Rojos de Cincinnati. Hasta ahora se los conoce como ‘Medias Negras’. Fueron suspendidos de por vida, entre ellos uno de los mejores de todos los tiempos: ‘Shoeless’ (Descalzo) Joe Jackson, quien admitió haber tomado el dinero, pero fue el mejor jugador de la Serie.
Jackson era el ídolo del padre de Kinsella. Y aquí es cuando entra la parte que hace que esta película -pese a la cursilería, lo lacrimoso, incluso-, trascienda lo beisbolero y contenga un sentido universal: la pasión por un deporte y por una camiseta es un legado familiar; une generaciones. Incluso, es lo que puede reconciliar a padres e hijos ante cualquier tensión.
Kinsella era producto de su tiempo, un joven de los años 60. Y por su arrogante superioridad moral, despreció a su padre y dejó de verlo y hablarle luego de decirle que no podía creer que admirara a un delincuente. Pero como siempre ocurre, el hijo quedó con el vacío de nunca haberle pedido perdón, decirle que lo amaba ni presentarle a su nieta.
Como dice el New York Times, “la genialidad de ‘Field of Dreams’, y tal vez la razón por la que la película perdurara, es que sabe que no debería tener sentido”. Al parque llegan otros jugadores que se suman a los ocho condenados, entre ellos el padre de Kinsella (antes de tenerlo) y que no pudo ser profesional como soñaba. No le dice que lo ama, pero enuncia una frase que será el final de la película: “papá, ¿quieres jugar al ‘catch’?”.
Esa frase fue suficiente para desatar las emociones de los estadounidenses, que llevan vidas familiares separadas por razones de trabajo y estudios. Y aplica para cualquier deporte en el lugar del mundo que deseen: ¿quién no daría la vida por volver a patear balón en un ida y vuelta con su padre como cuando era niño?
Una cosa es la emoción y otra la realidad que toma ventaja de ese sentimiento: el mercadeo. No jugaron en el campo mismo de la película, pero a menos de 200 metros construyeron un escenario apto para un partido de grandes ligas y con capacidad para 8 000 personas. Las entradas llegaron a costar hasta USD 4 500 en reventa.
Y el partido tuvo, además, un final de película: un cuadrangular que remontó el partido. Y ya dijeron que harán más partidos en ese estadio retro en medio de los maizales. El béisbol ha tenido capítulos sucios, pero, como dijo Diego Maradona, “la pelota no se mancha”. El juego -cualquiera- siempre mantendrá su esencia. Y el aficionado lo vive así.
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