Patricia Mothes: ‘Yo me siento humilde entre los volcanes’
No parece una buena idea, antes de entrevistar a la vulcanóloga estadounidense Patricia Mothes, ver la película ‘El pico de Dante’ (1997). Un experto advierte del peligro que corre un pueblo por el volcán que aparentemente estaba muerto. Pero sus superiores y los políticos no querían que se dijera nada porque traería graves daños económicos. Y ocurrió lo que debe ocurrir en un film de acción de Hollywood: la devastación y el coraje del héroe para salvar a la familia de quien será su nuevo amor.
“Hicimos una presentación -recuerda Mothes- de esta película durante la temporada del Tungurahua. En el 2006, pese a que no fue algo catastrófico, fue como un cuento: en Baños la gente salía en pijamas, se colgaba de las ventanas de los hoteles con las sábanas hechas una cadena.
¿No había ningún sistema de evacuación y protección?
Fue raro porque tuvieron simulacros y evacuaciones en el 2006, pero en realidad,todo quedó para el último. Y como la autoridad salió de la ciudad, los mandos medios no tomaron la decisión arriesgada de evacuar la ciudad hasta el último momento, cuando ya era algo bien grave. Afortunadamente no llegaron los fuegos piroclásticos incandescentes. Fue muy interesante ser parte de esto. Estuvimos ahí desde 1999 hasta el 2018. Viviendo en un sitio en el campo puedes conocer a la gente muy de cerca, sus actitudes y hacer amistades con todos los estratos.
En esa misma película se prioriza la decisión política de no generar pánico…
Las autoridades anteriormente quisieron opacar un poco la información técnica que sale de los esfuerzos de monitoreo y nuestro diagnóstico porque ellos mismos no creyeron en principio, y siempre estuvieron preocupados por las consecuencias económicas y el tipo de pánico que se pede generar. Pero la verdad es que hemos visto que la población quiere saber. Siente que tiene derecho a saber y cuando empieza a mermar la información debido a que las estaciones no funcionan o hay cortes de luz, comienza a preocuparse.
Pero el Instituto Geofísico de la Politécnica informa mucho…
Es necesario tener una fluidez de información. En el IG hacemos cualquier cantidad de boletines diarios sobre cuál es el estado, en este caso, del volcán Sangay. Nosotros tratamos de avisar los fenómenos; lo que no sabemos es qué suerte tiene esta información, si está llegando a la población. Porque una cosa es por Twitter o Facebook, pero ¿cuántos campesinos, ganaderos, amas de casa, en las diferentes comunidades, están mirando esta información? Se regaba por radios comunitarias, que llegan al corazón de la gente y que aprovecha esta información para mover su ganado, cubrir la comida, sacar la última cosecha o no lavar la ropa ara este día. Cosas así, prácticas.
Interesante esta relación…
Ah sí, porque en la casa de Tungurahua estuvimos involucrados con ellos todos los días. Ayudaban mucho en atender el monitoreo con los instrumentos en el campo. Hicimos bastantes amistades. No hay que subestimar la importancia de tener muchas amistades cuando unos está haciendo un trabajo de monitoreo de un volcán activo de día y de noche porque es con base en el trabajo de los vigías que podemos evacuar las zonas bajo mayores amenazas. Y sería lo ideal que se distribuya la información de manera adecuada por radioemisoras comunitarias, locales, provinciales.
¿Y usted qué aprendió de la gente de las montañas de aquí?
A mí personalmente me fascina hablar y escuchar a la gente local, porque sé que ellos tienen el oído, están sintiendo y escuchando el volcán. Es su lugar y es gente que mayormente tiene una visión más pura porque no está ahí con su iPhone o Netflix. Estoy hablando de gente que trabaja en el campo, que vive con la radio en el cinturón y el azadón en la mano. Mientras ordeñan el ganado escuchan las noticias en su ‘radiecito’ para saber qué pasa. Nos entrevistaban en las radios dos o tres veces por día y estaban enterados.
Las montañas apasionan, pero las vemos con un paisaje o como objeto de deseo para coronarlas. Usted prefirió entender sus vidas.
Desde muy temprano, yo crecí explorando cavernas. Tenemos muchas cavernas en la propiedad (en EE.UU.), una de ellas es la séptima más grande de todo el país: 64 km de longitud. De joven ,con mi padre y un grupo de científicos, las exploraba y estudiaba para entender por qué la caverna es de una manera por el tipo de roca y a dónde van esos pasajes. Cuando vine aquí, todavía jovencita (se ríe), ya tuve muchos estudios, pero no tanto en volcanes, pero comencé a estudiar los lahares del Cotopaxi. Ahí empecé a saber que no me fascina subir a las nieves ni estar ahí a las tres de la mañana. Puedo llegar al tope del Tungurahua, pero no me provoca goce. Prefiero estar tratando de entender cómo funciona o por qué dejó de funcionar un volcán. Eso, combinado con la conversación de la gente, nos descubre su poder eruptivo y cómo ha sido su influencia.
Usted, que las entiende desde la ciencia, ¿cómo ve que muchos la consideren como una divinidad?
Yo escucho, no. ¿Quién no se siente agradecido cuando se llega a la cumbre de una montaña, de un volcán con su cuerpo y el oxígeno adecuado y que tiene todavía la resistencia? Por ejemplo, como Marco Cruz, con 75 años sigue escalando. Nos ayuda a despejarnos de las calamidades que hay alrededor de la pandemia. Arriba es más puro. No tengo ningún problema. Todo el mundo puede creer en lo que quiera. En Hawaii, la gente ofrenda café, arroz, un mango, a Pele, la diosa de los volcanes. Para mí está muy bien; por lo menos muestra reverencia. Uno siente que hay un poder más grande que uno. Yo me siento humilde entre los volcanes porque podemos tener los datos sísmicos, geodésicos, satelitales, pero no tenemos toda la información. Entonces debemos tener humildad y reconocer los límites de nuestros conocimientos.
Trayectoria
Es estadounidense y llegó al país para estudiar los volcanes en 1987 gracias a una beca de la Fundación Interamericana sobre geomorfología. Participa en la sección de vulcanología del Instituto Geofísico de la Politécnica, donde también es profesora.
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