Trump da un vuelco a Estados Unidos en un primer mes de vértigo

Trump da un vuelco a Estados Unidos en un primer mes de vértigo

Un manotazo en el tablero geopolítico, una guerra comercial a gran escala, la persecución de los inmigrantes sin papeles, la purga revanchista ―y los despidos masivos― en la Administración, muchas mentiras y una guerra cultural a las ideas progresistas han marcado el vertiginoso primer mes de Donald Trump desde su regreso a la Casa Blanca. Con una actividad frenética en la que ha mezclado decisiones de calado con maniobras de distracción, el presidente de Estados Unidos ha redefinido el papel en el mundo de la primera potencia, al tiempo que daba una sacudida al paisaje político, económico y social interior. El país ha virado bruscamente con Trump al timón y el multimillonario Elon Musk como su grumete.

En su primer mes como 47º presidente, Trump ha firmado decenas de decretos, órdenes y memorandos. Algunas de sus decisiones tienen víctimas inmediatas, como los inmigrantes, los trabajadores federales, los receptores de ayuda internacional o las personas trans. Otras son meras declaraciones programáticas o de propaganda sin contenido normativo. El presidente ha comparecido casi a diario ante los medios de comunicación desde la Casa Blanca o Mar-a-Lago (Florida) para presentar como de sentido común sus bulos o ideas más disparatadas, como que Ucrania empezó la guerra con Rusia o que la franja de Gaza debería ser una promoción inmobiliaria propiedad de Estados Unidos.

Trump volvía al cargo con sed de poder. Regresó con cuatro años de experiencia como presidente y cuatro más de preparación para el retorno. Además, asumió el puesto crecido por los obstáculos que tuvo que superar en campaña, incluidas sus imputaciones penales y el intento de asesinato en un mitin que le hace presentarse a sí mismo como un elegido divino. Ejerce con el aval de una sentencia del Tribunal Supremo que declara su inmunidad penal en los actos que realice en desempeño de su cargo. Desde el primer día se ha mostrado dispuesto a probar los límites de su poder y a forzar las costuras constitucionales y la separación de poderes. “Quien salva su patria no viola ninguna ley”, tuiteó el sábado, una frase que se atribuye a Napoleón Bonaparte y que refleja su aproximación actual a su función.

En gran medida, lo que Trump ha hecho en este mes no ha sido ninguna sorpresa. La xenofobia fue plato principal de su campaña, que también venía sazonada con mensajes revanchistas en el plano político y cultural y una promesa de una “reforma drástica” de la Administración encargada a Elon Musk. Deportaciones masivas, aranceles generalizados y persecución de enemigos políticos eran mensajes centrales de su campaña, en la que se avistaba también un apoyo cerrado a Israel y un acercamiento a Rusia a costa del compromiso con Ucrania, la Unión Europea y la OTAN.

Según una encuesta de CBS/YouGov realizada del 5 al 7 de febrero, un 53% aprobaba su actuación y un 47% la desaprobaba, pero el 70% de los votantes consideraba que Trump estaba cumpliendo lo que prometió en la campaña electoral.

Toma de posesion Trump
Donald Trump, con el vicepresidente J. D. Vance detrás, en el acto de investidura presidencial del pasado 20 de enero.Kevin Lamarque (REUTERS)

Desde el discurso de investidura, rompió con la institucionalidad de un acto así, criticando a su antecesor con saña y dibujando una falsa imagen apocalíptica de Estados Unidos, ante la que presentarse como un salvador providencial para llevar al país a una nueva “edad de oro”, según dijo. Ya en ese mensaje inaugural dijo que Estados Unidos iba a “recuperar” el canal de Panamá y anunció que rebautizaba el golfo de México como golfo de América.

Trump no esperó ni siquiera a llegar a la Casa Blanca para dictar sus primeros decretos. En una demostración de populismo en directo, firmó las primeras decisiones en un estadio deportivo cubierto, a modo de circo romano, en el que miles de personas le jaleaban ―y antes que a él, a Elon Musk, con el brazo extendido en lo que recordó a un saludo nazi―. Siguió luego en la Casa Blanca, demostrando que llegaba al Despacho Oval con la agenda clara y sin complejos. El primer día anunció la salida de Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la retirada del Acuerdo de París sobre el cambio climático, y abjuró del acuerdo de la OCDE para establecer un impuesto mínimo del 15% a las multinacionales. En su pulsión soberanista, decretó la suspensión de la ayuda exterior humanitaria y la acogida de refugiados.

Ese 20 de enero declaró una doble emergencia nacional: una energética (pese a que Estados Unidos batió récords de producción con Joe Biden) y otra migratoria (aunque la fase aguda del problema había quedado atrás). Muchas de las medidas iniciales, desde la polémica supresión de la nacionalidad por nacimiento hasta la movilización del ejército y las órdenes para facilitar las deportaciones, tuvieron como foco a los inmigrantes.

El Gobierno de Trump empezó a sobreactuar, retransmitiendo detenciones y deportaciones, que lograron sembrar el pánico y la inseguridad jurídica en algunas comunidades. Las cifras de expulsiones de las primeras semanas no difieren demasiado de las de anteriores mandatos, pero la exhibición de mano dura ―incluido el recurso a Guantánamo― provocó una caída en picado de las llegadas en la frontera con México, un éxito para la política migratoria de Trump.

Guerra comercial

En su primer día en el cargo, Trump también blandió su amenaza arancelaria sobre México y Canadá, a la que puso fecha: el 1 de febrero. Durante el fin de semana, amenazó con aranceles inmediatos a Colombia por no recibir a dos aviones militares con inmigrantes deportados. El Gobierno de Gustavo Petro se vio forzado a ceder a la presión estadounidense. Trump también logró concesiones menores de los gobiernos de Claudia Sheinbaum y Justin Trudeau que le sirvieron para justificar una suspensión de los aranceles del 25% por un mes, hasta el 4 de marzo, tras tener en vilo no solo a los dos países, sino también a los ciudadanos y empresas estadounidenses.

El republicano parecía dispuesto a retrasar también los aranceles del 10% a China a cambio de alguna concesión de Xi Jinping, pero no logró nada parecido y los aranceles entraron en vigor. Sin embargo, en una demostración de improvisación, Trump tuvo que dar marcha atrás y eximir de tributación a la mayor parte de los envíos chinos ante el colapso aduanero y la incapacidad para gestionar el nuevo arancel.

Donald Trump
Donald Trump, en el Despacho Oval de la Casa Blanca, en la firma de decretos y órdenes de su primer día como 47º presidente de Estados Unidos. JIM LO SCALZO / POOL (EFE)

La política comercial de Trump en este mes ha sido caótica, llena de amenazas que no se cumplen, de plazos que se modifican, de argumentaciones cambiantes y sin sentido. El presidente ha anunciado o amenazado con aranceles por el fentanilo, por la inmigración, por el IVA, por el déficit comercial, por no aceptar deportaciones, por los impuestos... En su diseño de guerra comercial no terminan de encontrar encaje piezas como los aranceles generalizados, los destinados a países en concreto, los falazmente calificados como recíprocos o los dirigidos a proteger productos como el acero, el aluminio, los coches, los semiconductores o los productos farmacéuticos.

La idea parece ser dotarse de armas negociadoras para arrancar concesiones económicas. Con su política, Trump hace saltar por los aires todo el sistema internacional estructurado en torno a la Organización Mundial de Comercio (OMC) y sus reglas. Con ello, puede acabar dañando la economía internacional, pero también la estadounidense. Las grandes empresas ya ha alertado de los potenciales impactos de las medidas proteccionistas sobre la cadena de suministros, la inflación o el crecimiento económico.

Gaza y Ucrania

Ese estilo matón que ha puesto de manifiesto Trump con los aranceles no se limita a la política comercial. El presidente coquetea con la idea de apoderarse del canal de Panamá y de Groenlandia y de anexionarse Canadá. Cuando dejó sin palabras a todos, incluidos los republicanos, fue cuando aprovechó la visita del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, a la Casa Blanca, para lanzar su disparatada idea de una limpieza étnica de la franja de Gaza, expulsando a sus habitantes, para que Estados Unidos tome el control del territorio convertido en promoción inmobiliaria con vistas al mar.

Esa propuesta sobre Gaza fue todo un hito para alguien que proclamó que su mandato sería el de “la revolución del sentido común”. Sin embargo, lo que ha hecho saltar de verdad las alarmas en Europa es el acercamiento de Trump al presidente ruso, Vladímir Putin, y el inicio de negociaciones para poner fin a la guerra de Ucrania sin sentar a la mesa ni a la Unión Europa ni al Gobierno de Volodímir Zelenski.

La frase de Trump con que el martes responsabilizó a Ucrania de la invasión rusa desde su mansión de Mar-a-Lago deja muy claro por qué los países europeos empiezan a ver a su principal aliado casi como a un enemigo. Trump no solo ha dado un giro de 180 grados a la posición de Joe Biden con respecto a la guerra de Ucrania, sino que ha roto con la política exterior tradicional de Estados Unidos desde la Guerra Fría. Este miércoles llamó “dictador” a Zelenski, agrandando la brecha con Kiev.

Los recortes de Musk

En el interior, tras la ofensiva contra los inmigrantes sin papeles el foco viró hacia los recortes en la Administración. Trump considera que como presidente tiene prerrogativas sin apenas límite sobre todo el poder ejecutivo. Esta misma semana decretó que los organismos independientes dejen de serlo y dependan de él (con la única excepción, blindada por ley, de la la Reserva Federal en lo tocante a su política monetaria).

La Casa Blanca suspendió el desembolso de partidas multimillonarias de ayudas y préstamos a Estados, municipios y organizaciones sin ánimo de lucro, pese a que estaban aprobadas por ley. Una jueza anuló la resolución, pero el dinero no ha terminado de fluir y la togada acusó a la Administración de incumplir sus órdenes. Los jueces han liderado la resistencia contra las políticas de Trump en este primer mes, con la suspensión cautelar de varias de sus medidas, incluida la derogación del derecho a la nacionalidad por nacimiento. También limitaron o impidieron el acceso de Elon Musk y los empleados del llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) al sistema de pagos del Tesoro.

Donald Trump, con Elon Musk y su hijo X, en el Despacho Oval de la Casa Blanca.
Donald Trump, con Elon Musk y su hijo X, en el Despacho Oval de la Casa Blanca.Kevin Lamarque (REUTERS)

Incluida una insólita comparecencia conjunta en el Despacho Oval con el hijo pequeño de Musk, Trump ha dado carta blanca al multimillonario para abordar los recortes en el Gobierno como si se tratase de una de sus empresas. Su táctica es la de recortar primero y preguntar después. Trump y Musk lanzaron una oferta de bajas incentivadas a la que se adhirieron unos 75.000 empleados federales. Tras ello, pusieron en marcha despidos a gran escala, empezando por los centenares de miles de trabajadores públicos menos protegidos.

Trump y Musk, la pareja de hecho más poderosa de Estados Unidos, han lanzado acusaciones de fraude y corrupción sin aportar pruebas ni presentar denuncias. Con su doble rasero y por conveniencia política, han pedido retirar los cargos en casos como el del alcalde de Nueva York, Eric Adams, donde los indicios delictivos sí estaban claros. A la vez, los dos magnates hacen como si los conflictos de intereses no importasen. Cuando a Trump le preguntaron si Musk se había reunido (en un edificio público) con el primer ministro indio, Narendra Modi, en su calidad de cargo público, el presidente contestó: “No lo sé. Se reunieron y supongo que [Musk] quiere hacer negocios en la India”.

Los esfuerzos de recorte de la Adminitración han venido acompañados de una purga política en el Departamento de Justicia, la Oficina Federal de Investigación (FBI) y el despido de los inspectores generales, una especie de interventores encargados de impedir la corrupción en los departamentos y agencias federales. Trump optó por conceder un indulto general a los que protagonizaron el asalto al Capitolio y tomar represalias contra los que persiguieron los delitos de aquel día.

Como parte de la guerra cultural conservadora, Trump ha despedido a los empleados dedicados a programas de diversidad, igualdad e inclusión y puesto en la diana a las personas trans. También ha rescatado las pajitas de plástico frente a las de papel, ha ordenado dejar de acuñar monedas de un centavo, ha renombrado el golfo de México como golfo de América y ha vetado a la agencia Associated Press en el Despacho Oval y el Air Force One por no adoptar la nueva denominación. En cambio, parece haber dejado de lado sus promesas de hacer bajar los precios.

En 1933, Franklin Delano Roosevelt firmó 76 leyes aprobadas por el Congreso en sus primeros 100 días en el cargo para hacer frente a la Gran Depresión. Desde entonces, ese periodo de poco más de tres meses es el termómetro con que medir la temperatura de cada presidencia. A la Casa Blanca de Trump se le hacía demasiado largo: el 24 de enero, a los cuatro días de jurar el cargo, publicó su balance de las primeras 100 horas, una frenética sucesión de decretos, órdenes y declaraciones. Hasta el 30 de abril, cuando se cumplan los 100 días, Trump deberá definir su política comercial, aclarar su papel en la guerra de Ucrania y empezar a trabajar con el Congreso en sus medidas fiscales, entre otras medidas y a la espera de sorpresas. Las emociones fuertes no han terminado.