Trump lo USA

El señor Trump siempre dice que está contra el Estado. El señor Trump forma parte de una alianza internacional de grupos derechistas antiestado, de líderes que culpan de todas nuestras desgracias a la intromisión del Estado y quieren –dicen que quieren– acabar con ella y, más allá, con Él. Y, sin embargo, en estos días el señor Trump está usando su Estado para tomar las medidas más extremas con que un Estado puede intervenir en el Mercado: imponer, con arbitrariedad absolutista, unos impuestos –que llaman aranceles– a los productos fabricados en otros estados, con las diferencias que se le ocurren según cada origen. (Los impuestos son impuestos; los tariffs suenan con sheriff.)
Se diría que su política es brutalmente estatista: que usa los recursos de su Estado para modificar a fondo las condiciones del Mercado. Se diría que no hay nada más alejado de su supuesto ideario –por usar una palabra rimbombante para algo que no lo merece– que esta intervención rotunda del Estado en el Mercado. Es la sorpresa.
O quizá no. Los Estados son entes destinados al fracaso: asumen demasiadas obligaciones como para poder cumplirlas y, por lo tanto, siempre están en falta –y muchos políticos se aprovechan de esa fatalidad para denunciarla como perfidia o incapacidad. Los Estados practican, en principio, dos funciones que de algún modo se compensan. Por un lado, son el gran aparato de control social: gracias a su supuesto monopolio de la violencia, gracias a su absoluto monopolio de la justicia, gracias a su aparato y sus policías y sus educadores y su poder simbólico, cada Estado intenta asegurar que toda la población de un país cumpla con las reglas que los poderosos de ese país han instituido en cada momento de su historia.
Y por otro lado, promete –a veces más, a veces menos– que, a cambio de obedecerlo, toda esa población conseguirá el mínimo necesario para seguir viviendo: comida, medicina, seguridad, educación, regulaciones laborales, controles comerciales, con suerte algún techo. Para eso usa el dinero que recauda su fuente principal de ingresos, los impuestos. Lo sabemos: la política de un Estado se define según qué impuestos cobra, qué proporción les saca a los más ricos, cuál a los más pobres. En cualquier caso cada Estado, como contrapeso a la aceptación de su poder, les ofrece a los que tienen menos la garantía de que los que tienen más no podrán simplemente desecharlos o explotarlos o exprimirlos como se les antoje: pone reglas, límites. Por eso los ¿liberales? a la Trump o Milei atacan al Estado: porque no permite que ellos y los suyos usen su poder en el Mercado para cobrar lo que quieran y pagar lo que quieran, explotar como quieran, imponer sus propias reglas sin más límites.
Nos sorprendió: el señor Trump habría roto con esa idea antiestado al usar su Estado para reventar muchos mercados. Y, sin embargo, sospecho que todo este circo de los aranceles es la mejor muestra de lo que pretenden los neoliberales o anarcocapitalistas o antiestatistas varios. Trump intervino a escala global: en ese marco no existen las regulaciones que podría imponer un estado. Los organismos internacionales lo intentaron y lo intentan sin éxito. O sea que lo que hizo Trump fue aprovechar la falta de Estado en el ámbito global para dar un furioso golpe de Mercado: usar su poder económico y político para cambiar las condiciones del intercambio.
Lo que hizo Trump, en síntesis, fue mostrarnos con toda claridad qué es lo que buscan él y sus correligionarios: un mundo –un Mercado– donde ninguna instancia superior más o menos democrática pudiera controlar y regular el poder de la riqueza. Un mundo donde el dinero haría aún más claramente lo que se le cantara, impusiera lo que quisiera a quien quisiera –como Trump trató de hacer en estos días.
No es extraño que haya unos cuantos multimillonarios –y sus políticos/gerentes más devotos– que intenten por todos los medios conseguirlo. Lo raro es que haya tantos pobres y medio pobres que los apoyen en este intento de optimizar las formas de abusar de ellos. El Estado, es cierto, los controla, y a cambio los protege: se trata, por supuesto, de variar las proporciones, menos control, más protección. O los objetivos: qué sector se controla más, cuál se protege más. Así, creo, deberíamos debatir y reformular los Estados –mientras una panda de ricachones intenta destruirlos.
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