Tijeras, armas y drogas: historias de temporeros españoles en las granjas ilegales de marihuana en California

La histórica autovía 101, la llamada carretera de las drogas, conecta el Triángulo Esmeralda californiano. Allí, los temporeros de la marihuana o trimmers buscan granja en la que trabajar en una franja de 400 kilómetros a través de una ruta que ha servido desde los años setenta como arteria clandestina del tráfico de drogas hacia México. El medio financiero Business Insider estima que unas 150.000 personas viajan cada temporada a estas montañas, donde se cultiva el 60% del cannabis que se consume en Estados Unidos. Camareros, abogados, profesores, vendedores ambulantes… Jóvenes y no tan jóvenes con o sin carreras superiores agarran las tijeras para cortar marihuana durante tres meses y con lo ganado poder pagar alquileres, tratamientos médicos o másteres.
Isabel (26 años) ya había donado tres óvulos para pagar el carnet de conducir y comprar un coche cuando tenía 21 años. Estaba cansada de sonreír ocho horas para conseguir propinas como camarera en un bar de San Sebastián. No podía hacer muchos planes de futuro. En uno de sus días libres que acostumbraba a pasar entre cafés y charlas con amigas, una de ellas propuso: “Vámonos a California. En tres meses hacemos 10.000 dólares cortando marihuana y nos volvemos”.
Cinco años después, explica por teléfono que acaba de dar por finalizado su periplo estadounidense. Ella, que pide anonimato como el resto de los entrevistados, es una más de ese pequeño ejército invisible de españoles que decide cruzar el charco para trabajar en las granjas ilegales de cannabis ubicadas en los condados de Humboldt, Trinity y Mendocino, en el norte del Estado de California. “Tengo un compañero que ha visto cómo mataban a un tío delante de él en Covelo [Mendocino] porque pensaban que había robado hierba. Y un amigo italiano al que dispararon en el pecho y acuchillaron porque entró de noche drogado en la granja que no era. Sobrevivió porque le llevaron en helicóptero al hospital”, relata.
La naturaleza desborda los pueblos desperdigados del Triángulo Esmeralda y protege las guaridas de la marihuana. Las comunidades hippies de los setenta, muchas reconvertidas hoy en una especie de cooperativas cannábicas, vieron en esta tierra fértil y en la invisibilidad que otorgan las enormes secuoyas una alternativa perfecta a la vida urbana. Fue así como empezó esta industria incontenible para los sheriffs californianos. A pesar de que “los puntos blancos” —invernaderos donde trabajan los trimmers— son reconocibles entre los valles al adentrarse en la montaña, la Marijuana Enforcement Team Operation (MET), la unidad especial de Humboldt dedicada a desmantelar las plantaciones que operan de manera ilegal, es incapaz de pinchar la burbuja. Tan solo cuando despliegan los helicópteros pueden desarticular alguna de las granjas, arrancar las plantas y quemarlas.
Según datos de la web del Grupo de Trabajo Unificado de Aplicación del Cannabis (UCETF, por sus siglas en inglés), un departamento creado en 2022 para erradicar el comercio ilegal de marihuana en California, se incautaron en 2024 casi 600 millones de dólares —unos 530 millones de euros, según el cambio actual— en cannabis no autorizado, erradicado 583.000 plantas y confiscado 167 armas de fuego en 380 operaciones. Desde 2016 es legal en California consumir marihuana para los mayores de 21 años. La ley limita, eso sí, la cantidad que se puede llevar encima (una onza, unos 28 gramos) y la que se puede cultivar: seis plantas y solo para uso personal.
La legalización de la marihuana recreativa casi ha acabado con el pequeño agricultor y ha sembrado la semilla de los ajustes de cuentas y las desapariciones. Sett, en su granja familiar de Eureka, recuerda: “Mi abuelo pagaba antes mucho más a los temporeros. Me han jodido porque tengo que competir con las empresas legales y los traficantes. Si quiero legalizar mi producción, tengo que darle el 30% de mis beneficios al Estado, otro 15% se va en el salario de los trimmers. Es imposible, no me sale rentable”. En su granja trabajan cada temporada alrededor de 20 jornaleros para cortar una inversión de unos 500.000 dólares en marihuana. Es por ello por lo que muchos se agrupan en cooperativas con el fin de aumentar las ganancias en el mercado legal. Aunque algunas continúan vendiendo en el mercado negro. Según Marijuana Policy Project (MPP), una organización creada en 1995 que promueve la legalización del cannabis, Estados Unidos ha recaudado en los últimos 10 años más de 20.000 millones de dólares —unos 18.000 millones de euros— de la industria cannábica legal. Cifras que secundan artículos periodísticos de Reuters. Según la consultora agrícola Era Economics, en 2024 se produjeron 1,4 millones de libras (635.000 kilogramos) de cannabis legal en California, mientras que el consumo total del Estado fue de 3,8 millones de libras (1,7 millones de kilogramos).
La época de mayor demanda de trabajo se da entre septiembre y enero. Durante estos meses, cooperativas y pequeños productores estadounidenses, junto con las redes provenientes de México, Rusia, Albania, Bulgaria o China, recolectan lo sembrado en terrenos que suelen estar alquilados. Necesitan mucha mano de obra para dos tipos de tareas: el harvest, donde se cuida y corta la planta y con la que se puede ganar unos 100 dólares por día; y el trimming, el paso final antes de que la marihuana entre en el circuito legal o ilegal. Aquí se recortan los cogollos, se limpian de ramas y hojas y se empaquetan en bolsas de 453 gramos (una libra). Entre los años 2000 y 2021, cuando aún no habían enraizado las comunidades hmong —la etnia china más veloz del mercado con la tijera—, ni habían irrumpido las mafias europeas del Este, ni tampoco los carteles mexicanos en estas montañas, se pagaba el trimming a más de 300 dólares por bolsa.
Hace cinco años, en la mejor de las granjas, el precio era de apenas 150 dólares. A pesar de ello, un joven español ganaba en cuatro días más que el salario mínimo interprofesional en España. Ahora, los impuestos al cannabis y el impacto del mercado negro han fijado la horquilla entre los 30 y los 80 dólares por libra. Un trimmer novato puede hacer dos bolsas en cinco horas, dependiendo de su destreza con una tijera de tamaño escolar cuya punta curva da forma al cogollo.
Isabel lo tenía todo planeado. Qué aeropuertos evitar, qué visado obtener y dónde abrirse una cuenta bancaria. “A mis padres no les hizo ninguna gracia, pero para mí era una oportunidad. Tiene sus riesgos y hay mucho hijo de puta que luego no te paga”, cuenta ahora. Pidió dinero prestado y aterrizó en California. “Dormir en un saco con esas heladas, depender de alguien que tenga coche, no parar de trimmear… Fue un cambio muy grande. No todo el mundo vale para esto”, detalla. En la primera de sus cuatro temporadas hizo 4.000 dólares en tres meses. Lejos, eso sí, de los 10.000 que había imaginado. “Lo que no te cuentan es que en muchas de las granjas no tienen agua caliente ni un sitio donde cocinar o dormir. Pero la marihuana suele ser cojonuda y compensa”, recuerda.
Redondo (32 años) también escuchó de boca de un amigo que la solución a la ruina familiar estaba en California. La primera vez que llegó desde Toledo al Triángulo Esmeralda tenía 26 años. Antes de cortar marihuana para rusos, estadounidenses y mexicanos, trabajó como camarero y ayudante de cocina en Londres, vendió contratos de Iberdrola puerta a puerta por 15 euros la hora en Castilla-La Mancha y fue socorrista en Mallorca, donde también estaba empleado en un catering. Todo para pagar un curso de bartender de 2.000 euros que nunca le llevó a ningún sitio. En menos de tres meses, el límite de tiempo fijado en el visado de turista (ESTA) para los españoles en suelo estadounidense, regresó con 5.000 dólares. Pero no fueron suficientes. Volvió dos veces más.
Garberville fue su primer destino. Los murales psicodélicos decoran las fachadas de los edificios y los comercios locales, que sirven de punto de compraventa de las pertenencias de los trimmers que regresan a casa. También es habitual encontrarse con carteles de quienes han desaparecido entre las montañas. Hemos intentado, sin éxito, contactar con el Departamento del Sheriff del Condado de Humboldt para conocer el número de desapariciones vinculadas a la marihuana. El periódico regional North Coast Journal publicó en 2018 que entre los años 2000 y 2016 hubo una media anual de 717 personas desaparecidas, muchas de ellas relacionadas con la industria cannábica ilegal.
A un lado de la carretera principal de Garberville, que parte el pueblo en dos, emerge el supermercado Ray’s Food Place, cuyo aparcamiento funciona como una oficina de empleo. Los grupos de trimmigrantes, fácilmente reconocibles por sus pantalones anchos, sudaderas desgastadas, camisas viejas y botas embarradas, aguardan el nuevo trabajo. Días, incluso semanas, en los que matan el tiempo entre cigarrillos de American Spirit, porros y conversaciones donde se comentan las experiencias en las granjas y que dan pie a nuevos grupos de WhatsApp. Noches donde aprenden a dormir en el asfalto acompañados de tweakers o vagabundos que perdieron la cabeza por la metanfetamina. La rutina es siempre la misma: desayunar en el aparcamiento y esperar a que un farmer (propietario) baje la ventanilla de su polvorienta camioneta y pregunte: “¿Quieres trabajar?”.
En este contacto inicial se acuerdan condiciones como el acceso a un baño, la comida o dónde plantar la tienda de campaña. “El primer año aceptas cualquier cosa. No preguntas cuánto pesa la hierba, ni cuántos trimmers hay ni el tiempo que vas a estar. Coges tu saco de dormir y vas. Estás tan desesperado que solo piensas en hacer billetes. Nos traían bandejas con metanfetaminas para que siguiéramos trabajando”, recuerda Redondo.
Isabel coincide en que la desesperación puede jugar malas pasadas en las montañas donde no hay apenas cobertura. “Cuando veía que podía estar en peligro, me iba”, subraya mientras recuerda cómo un jefe mexicano agarró por el cuello a una compañera que intentó engañarle con el peso de una libra: “No podía hacer nada. El primer pensamiento es de tirarte encima, pero luego ves las armas y piensas que es mejor no hacer nada. Solo gritar”. Redondo también sintió varias veces un sudor frío por todo su cuerpo: “Estábamos trimmeando en Eureka. De repente, el farmer entró drogado diciendo que le habíamos robado un subfusil para quitarle la marihuana. Nos sacó a todos del contenedor y nos vació los coches y las maletas. Hizo arrodillarse a dos argentinos. Con una escopeta los apuntó muy de cerca en la cabeza. Lloraban y pedían que no los matara. Cuando intenté mediar, me hizo caminar y me apuntó por la espalda. Ahí pensé: se acabó. Pero otro trimmer encontró el arma dentro de la casa y todo quedó en nada”.
Las granjas de marihuana siguen una clara jerarquía. En la cima están los farmers, dueños de las tierras y las normas. Un escalón más abajo, los growers, encargados de organizar el trabajo y acordar las condiciones con los trimmers, que ocupan el último peldaño. La ley del patrón varía según para quién trabajes. Los rusos evitan cualquier triquiñuela pesando antes y después cada pound. Los mexicanos, los búlgaros y los albanos prefieren el caos: colocan en el centro un cubo de plástico rebosante de marihuana del que cada temporero coge lo que puede, lo que genera más de un conflicto por ver quién se lleva la más pesada. Porque cuanto más lento es uno, más dinero gana el otro. Los estadounidenses, impredecibles, alternan entre la rigidez y el desorden. En la gran mayoría de las granjas se firman las bolsas con la identificación de cada temporero para evitar peleas.
La inseguridad en el Triángulo Esmeralda no proviene solo de quienes sostienen las armas. Al carecer de papeles y de seguro médico, los temporeros suelen hacerse pasar por ciudadanos sin techo para poder ser atendidos en los hospitales. “Ellos saben que eres trimmer. Están acostumbrados, como la policía. Firmas un documento diciendo que vives en tu coche aparcado en una calle cualquiera y te curan”, explica Redondo, que tuvo durante dos meses un “buen tajo infectado que no se cerraba” en una mano.
Quienes regresan al Triángulo Esmeralda después de haber tenido que dejar EE UU porque el visado caducó evitan los aeropuertos estadounidenses. Así, todos los trimmers tienen un teléfono de alguien llamado Coyote, Guillermo o Juan en la aduana de México que reabre las puertas. Isabel, Redondo o Unai (33 años) volvieron siempre a través de la interminable recta fronteriza de Tijuana tras casi consumir los 90 días del visado. Mientras “pelaba hierba” en su primera temporada, Unai se enteró de que el departamento aduanero mexicano sellaba los pasaportes por 100 dólares en “la fecha que tú quieras”. “La clave está en pasar la frontera andando o en coche y en no gastar todos los días del visado, por si te preguntan algo al entrar en Estados Unidos”, detalla en una videollamada. Ha pelado cogollos en más de 20 granjas en tres años, a veces “con hasta 100 personas a la vez” y en condiciones muy precarias. “Mis días eran trabajar, trabajar y trabajar. Y parar lo menos posible para comer. Pero incluso cuando no trimmeaba durante cuatro o cinco meses, ese año hacía más dinero que en España”, explica. A él, como a tantos otros, muchos de los granjeros no le pagaron el trabajo, pero eso no le ha impedido comprar un terreno en Cancún. No tiene miedo. Asegura que volverá en los próximos meses: “Si no hubiera ido, no tendría lo que tengo hoy”.
Antes de regresar, algunos trimmers acuerdan con los farmers continuar el trabajo en España, especialmente en Cataluña y Andalucía. Los Mossos d’Esquadra han desmantelado en el último año 439 plantaciones de las que 56 eran granjas como las californianas, en descenso por la sequía que atraviesa la comunidad. De hecho, los Mossos desarticularon en 2021 más de 200 instalaciones de este tipo. Ramón Chacón, jefe de Investigación Criminal de los Mossos d’Esquadra, asiente cuando se le describe el paisaje de las tiendas de campañas, los trimmers y las redes criminales del este de Europa y China. Explica que la mitad de los más de 2.000 temporeros de la marihuana que detienen cada año son “jóvenes españoles que trabajan en condiciones pésimas, que no tienen antecedentes y no son conscientes de que forman parte de una organización criminal”. Solo en Cataluña se decomisa más cantidad que en Italia. Chacón recuerda el caso de Pol Cugat, un joven universitario asesinado hace más de tres años que cuidaba con tres amigos una plantación en Les Borges Blanques (Lleida) y cuyo cadáver desapareció: “Vinieron a denunciarlo y, cuando llegamos a la granja, el cuerpo ya no estaba. Todavía lo estamos investigando”.
El mapeo de los Mossos revela que los invernaderos se están desplazando cada vez más hacia los Pirineos para entorpecer la búsqueda. “La paradoja es que la droga que vemos con mejores ojos es la que nos está provocando más homicidios, más implantación de crimen organizado, más tráfico de personas, más narcoasaltos y más secuestros”, dice Chacón, quien remarca que han adjudicado un contrato a tres empresas por valor de 334.700 euros para desbrozar las plantaciones.
Son (40 años) descuelga el móvil para ser entrevistado. Está en España, en un chiringuito de playa. La música perfora el micrófono del teléfono durante la conversación. Regresó de California en febrero. Lleva 10 años yendo a las mismas granjas de estadounidenses en Humboldt y Trinity. Lo máximo que ha ganado han sido 54.000 dólares en nueve meses, sin contar los gastos de comida, hoteles y viajes de ocio. “Eso de que te haces 10.000 dólares en tres meses es mentira. Te haces 4.000 con suerte. Sé de un montón de gente que venía con una idea en la cabeza para sus proyectos y no se acercaron lo más mínimo”, destaca. Él no recomienda a nadie adentrarse ahora en las montañas del Triángulo Esmeralda. El negocio de la marihuana ha cambiado, se ha vuelto más oscuro y los precios actuales no van acorde con el sacrificio, dice. “Ahora lo que mueve la pasta es el hachís”, explica.
—Entonces, ¿por qué vuelve?
—Yo voy solo un par de meses, con mis jefes de siempre. Es una forma de ser libre y no ser esclavo de la sociedad. Si eres buen currante es como cualquier otro trabajo. El sueño americano está dentro de cada uno.
Isabel no se plantea un regreso: “Quiero alejarme de ese mundo. Viajar y trabajar por Europa con mi camión, que es lo que siempre he querido”. Redondo afirma que ese dinero ganado en California le dio libertad, un colchón y la capacidad para ayudar a sus padres. “Pero sientes mucho miedo porque parece que esa va a ser tu vida. Y te preguntas: ¿de verdad tengo que hacer esto? Si lo que quiero es pasar tiempo con mi familia y mis amigos”.
—¿Y si reapareciera la necesidad?
—Pregúntale a un militar si volvería a la guerra.
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