La agotadora jornada para acceder la primera dosis contra el SARS-CoV-2
Llegar 30 minutos antes -como recomendaba el mensaje de texto- no fue suficiente. Poco antes de las 09:00 de este lunes 5 de abril de 2021, cientos de adultos mayores aguardaban en los exteriores de uno de los puntos de vacunación contra SARS-CoV-2, implementados por el Ministerio de Salud en el norte de Guayaquil.
Las quejas eran recurrentes bajo el intenso sol de la mañana. “Me citaron a las 09:30”, “¿por qué no nos hacen esperar adentro, en la sombra?”, “tanto me he cuidado para terminar en esta aglomeración”. El guardia del lugar solo repetía que el listado del Ministerio no había llegado a tiempo y que el ingreso sería por orden de llegada, no por el horario asignado.
Sosteniéndose de los postes y los cerramientos, apoyados en endebles bastones o esperando el lento avance en sus sillas de ruedas, los convocados por el Plan Vacunarse estuvieron por más de una hora en la sofocante acera de una transitada avenida.
“Esto es denigrante -reclamó Israel Mendieta, quien acompañó a un familiar-. De nada sirven los turnos que dan si no hay una buena organización”.
Cada reclamo encendía los ánimos, pero solo a ratos. La larga espera se reflejaba en los rostros cansados y en los esfuerzos por ocupar la escasa sombra que proyectaban las viviendas aledañas a esa hora. La mascarilla -la mayoría usaba doble protección- más los visores plásticos resultaban asfixiantes.
“No hay distanciamiento y hay personas que no pueden estar tanto tiempo de pie. Esto es inhumano”, dijo Luis Lagos, familiar de otro convocado.
La aglomeración por acceder a la vacuna resulta preocupante porque Guayaquil, al igual que otras ciudades, experimenta un repunte acelerado de los contagios por covid-19 en las últimas semanas. Los adultos mayores son parte del grupo de riesgo.
El tramo final, donde se mostraba la cédula y el turno que llegó vía mensaje o correo electrónico, se volvía tortuoso. La columna se desdibujó ante las protestas por el ágil ingreso de quienes llegaban en vehículos, a última hora.
“Pueden tomar un taxi o, si tienen sus autos, pueden entrar directamente”, decía el mismo guardia que antes pedía respetar la columna. Algunos adultos mayores ya habían aguantado por una hora y más. Al mediodía, la Junta de Beneficencia, entidad que cedió el espacio, aclaró que "la organización del Plan Vacunarse está a cargo del Ministerio de Salud Pública".
En el tumulto frente a la entrada, otros dos guardias revisaban las listas. “Piden el papel de la cita cuando solo con la cédula podemos entrar. Deberían condolerse y dejarnos entrar rápido”, protestó Laura Menéndez.
Constar en el listado era la confirmación para atravesar la puerta de ingreso y respirar con un poco de calma, pero solo por un poco de tiempo. El trayecto hasta el área de vacunación, ubicada en la parte posterior del edificio principal, dejó sin aliento a varios.
Ya en el punto se toparon con una nueva espera. Bajo carpas que cubrían a medias del resplandor y en sillas que no respetaban el distanciamiento social, debían aguardar por una nueva confirmación de los listados. Ese sería el visto bueno para pasar a los cuatro angostos espacios para el monitoreo de signos vitales.
Llegar a ese punto demandó cruzar seis bloques de sillas apretujadas y al menos 20 minutos más. Aquí un grupo de militares equipados con chalecos antibalas trataba de mantener el orden, aunque a ratos lo perdía. Inquietos por avanzar, algunos adultos mayores se adelantaban. Y, nuevamente, empezaban los reclamos.
Tener la presión arterial ideal era un reto después de todo este trayecto. Pero un rato bajo la sombra y en un espacio más ventilado parecía regular los parámetros requeridos antes de la vacunación: temperatura, porcentaje de oxigenación, pulsaciones y tensión arterial. Los datos eran anotados en un papel rasgado.
En otra sala, la de prevacunación, el panorama cambió drásticamente. Había más sillas de espera, pero ahora sí se cumplía con el distanciamiento. Estaban ubicadas frente a dos pasillos que conducían a los cubículos de inmunización.
Aquí todo parecía una carrera a contrarreloj. “¡Uno más al 15, uno al consultorio 3, uno al 12…!”. Llegar con la velocidad que eran llamados resultaba complicado.
Ya casi en la meta, una digitadora hacía preguntas escuetas frente a un computador: “¿Es hipertenso, diabético, alérgico?”. El papel con los datos del monitoreo quedaba sobre el escritorio.
En medio del breve interrogatorio, una enfermera camina hacia la parte posterior del consultorio donde, difícilmente, se podía observar la preparación de la dosis. “Es la de Pfizer”, contestó ante la consulta de un familiar.
La jeringa porta pocos mililitros de la fórmula que promete librarlos de desarrollar síntomas graves de covid-19, al completar las dos dosis. El pinchazo apenas tomó segundos. “No sentí nada”, dijo un hombre de 79 años mientras presionaba un pedazo de algodón contra su brazo derecho.
El tramo final fue en el área de observación, una fase crucial para identificar posibles reacciones. Aquí recibían otro pequeño retazo de papel con la hora en que fueron inmunizados.
Algunos estaban listos para esperar otros 30 minutos, pero el lapso se redujo a 10 por la falta de espacio. Un grupo de enfermeras consultaba, insistentemente, la hora de vacunación para despedir a los adultos mayores y dar las indicaciones finales. “De aquí debe darse un baño y tomar paracetamol cada 8 horas, solo por hoy”.
La puerta de salida estaba abierta y junto a ella una mujer era chequeada por una doctora. Entre los casi 40 inmunizados que esperaban en la sala había sufrido una insistente comezón que desapareció en pocos minutos.
La cita para la próxima dosis llegaría a los teléfonos o al correo electrónico. Pero casi al mediodía pocos preguntaban por la fecha exacta. Era tiempo de volver a casa y descansar tras esta jornada de resistencia.
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