Una oleada de ataques rusos en Zaporiyia y el temor a una ofensiva mayor elevan la tensión en el sur de Ucrania
Los casi 11 kilómetros de la avenida Soborni que atraviesa Zaporiyia son testimonio de los tiempos que vive esta ciudad industrial del sudeste ucranio. Edificios agujereados, un centro comercial fantasma, cientos de ventanas reventadas. En esta macroarteria soviética se ven las huellas recientes de los constantes bombardeos rusos con misiles, bombas planeadoras y drones kamikazes. Mientras los expertos militares especulan sobre una posible ofensiva de Moscú en el frente sur, algunos de los habitantes que quedan, ansiosos con la intensificación de los ataques, se preparan para marcharse.
A pesar del golpe que han asestado a Rusia este martes los servicios de inteligencia ucranios con el asesinato en Moscú de Ígor Kiríllov por ser el responsable del uso de armas químicas en Ucrania, las tropas del Kremlin avanzan frente a las ucranias en el campo de batalla —a gran velocidad en Donetsk—, mientras bombardean a diario en todo el país. En la región de Zaporiyia —donde se encuentra la central nuclear tomada por las tropas rusas—, en los primeros días de diciembre se registraron casi 2.000 ataques enemigos, con 21 muertos y medio centenar de heridos en dos bombardeos en la capital.
El último ataque letal, el pasado 10 de diciembre a las 15.00, cayó sobre dos centros médicos y unas oficinas a menos de 100 metros del gimnasio Arlex, de Artiom Kireino, que se encontraba entrenando a esa hora. La onda expansiva estalló espejos y ventanas, y tensó aún más los ánimos de este padre de dos niñas de seis y dos años.
Kireino es un ejemplo del nerviosismo y el estrés que pesan sobre los cada vez menos habitantes de Zaporiyia. Como cuenta en una calle desierta de la ciudad, el pasado domingo, se ha mudado tres veces desde el inicio de la invasión a gran escala en febrero de 2022. Cuando empezó la guerra, él y su familia vivían en el sur de la ciudad, en un noveno piso, el último del edificio. “Nos daba miedo, por los bombardeos”. Enseguida se trasladaron más cerca del centro. “Vivimos allí hasta octubre de este año, cuando Rusia atacó al lado de nuestra casa. Ese mismo día nos fuimos a otro piso, al otro lado [en la orilla occidental] del río Dniéper”.
La familia ya busca su cuarto destino, esta vez en Kiev, a más de 550 kilómetros de distancia. “Entendemos que la línea del frente se acerca cada día. No llegarán en un día ni en una semana, pero yo ya tengo un plan”, explica Kireino. Hace dos meses lo habló con sus empleados. La gran mayoría, 25 de 30, se trasladaría también con el negocio a Kiev.
El gobernador de la región de Zaporiyia, Ivan Fedorov, publicó este fin de semana en su canal de Telegram que desde el 22 de septiembre, la ola de ataques rusos a gran escala “ha dañado más de 350 bloques de edificios y más de 1.300 viviendas privadas” en varios distritos de la ciudad. En la región, solo el sábado pasado las tropas del Kremlin lanzaron 429 ataques contra 19 poblaciones. Fedorov rechaza la posibilidad de un recrudecimiento de la ofensiva en el frente del sur para tomar la ciudad, como apuntan algunos analistas —y otros desmienten— en los últimos meses. “Nos llevan asustando desde septiembre”, criticó el gobernador este domingo. “Todo esto forma parte de las operaciones psicológicas, pero está haciendo mella en la sociedad”, reconoció en declaraciones recogidas por la prensa.
Aumento de las operaciones de asalto
El coronel Vladislav Voloshyn, portavoz de las fuerzas de defensa del sur, asegura que en el frente del sudeste “el número de operaciones de asalto rusas crece cada día”, y se registran hasta dos o tres decenas diarias. También aumentan “constantemente” el número de soldados y vehículos blindados, junto a drones y aviones para apoyar esos asaltos en el sector de Vremiev, en Zaporiyia. “El enemigo aumenta sus esfuerzos para intentar llegar a la frontera con las regiones de Donetsk y Dnipropetrovsk”, detalla a través de mensajes de audio.
El portavoz aclara que no se trata de una ofensiva a gran escala, “sino de operaciones de asalto con pequeños grupos de infantería”, formados por entre cinco y diez soldados. “Su tarea es lograr un avance gradual y paulatino en una dirección determinada, capturar poco a poco nuestras líneas y consolidarse en ellas, y luego avanzar despacio hacia adelante, metiéndose en cuña en nuestra defensa”, continúa. Esa misma táctica, que le fue bien a Rusia en Soledar, Bajmut y Avdiivka, se prepara para ponerla en marcha en sectores de Zaporiyia como Huliaipole y Oríjiv.
Tarás Mijalchuk, subcomandante de batallón de la 65ª Brigada Mecanizada de Ucrania, con nombre en código Español, relata los ataques diarios, de noche y de día en Oríjiv, donde está desplegado. “Los rusos van mordiendo por distintos sitios y donde encuentran un punto débil, entran con todo”, explica mientras toma un té en la cocina de su cuartel, a unos 15 kilómetros de la primera línea, desde donde llega el sonido de bombardeos rusos.
Las Fuerzas Armadas de Ucrania se están preparando en ese sector con más armamento y soldados, explica en español Mijalchuk, que emigró a España en 2005, —después de una juventud en la que combatió en tres guerras— y tiene allí a su familia. También se construyen fortificaciones a diario.
Oríjiv, que tenía casi 14.000 habitantes antes de la guerra, se ha convertido en una ciudad fantasma tras los bombardeos rusos que arrasaron con todo. “Entre 200 y 300 personas siguen allí. No tienen a donde ir y no quieren irse porque el Gobierno no ayuda a los desplazados”, critica el subcomandante. En el país hay 3,1 millones de desplazados internos, según los datos de Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados. La ciudad de Zaporiyia es el principal destino de quienes se marcharon del 67% del territorio de la región ocupada por Rusia y no quieren alejarse de su casa.
Mykola Kolodiazhny, cofundador de dos ONG que trabajan con mujeres y niños desplazados en Zaporiyia, explica que la ciudad ha vivido varias oleadas de terror y huida de la población. La primera, cuando empezó la guerra: “Al principio todos teníamos mucho miedo, pero después nos acostumbramos y entendimos que nos teníamos que adaptar”. En el otoño de 2022, Rusia bombardeó intensamente la ciudad con misiles S-300. “La gente volvió a asustarse y muchos se fueron”, continúa. Después de unos meses, algunos de los que se marcharon regresaron, como había pasado con los que se fueron al principio de la guerra. En 2023 y 2024, los ciudadanos de nuevo se acostumbraron y siguieron con sus vidas.
“Ahora, en las últimas semanas, vuelve a haber grandes bombardeos y la gente vuelve a tener miedo”, explica. Las constantes alarmas antiaéreas, que en otros sitios del país se tienden a ignorar, aquí vuelven a tomárselas en serio y cuando suenan, buscan cobijo en los refugios. En la región se construyen varias escuelas subterráneas y hay ya un quirófano operativo bajo tierra.
Sobre la posibilidad de una nueva ofensiva en el frente sur, Kolodiazhny comenta que las autoridades aseguran que no tienen que preocuparse. “Pero precisamente cuando nos dicen eso, nos preocupamos”, dice irónico. Ante el aumento de la intensidad de los bombardeos, Kolodiazhny cree que la gente se prepara para marcharse con tiempo. “Es una preparación psicológica. Es muy difícil tomar la decisión de irse, pero ahora entendemos que no hay que esperar a lo peor, como ocurrió en Mariupol; es mejor irse pronto y prevenir”, afirma en la sala en la que opera su organización en la biblioteca regional de Zaporiyia, en la monumental avenida Soborni.
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