Hay que parar a Israel
Una vez más se repite el guion. Israel bombardea Irán y tanto los países vecinos como los gobiernos europeos y las grandes potencias (Estados Unidos, China y Rusia) reaccionan pidiendo que pare la agresión y que hable la diplomacia. Es una fórmula tan manida como inútil. No ha servido de nada cuando el ejército israelí ha destruido Gaza (60.000 muertos, miles de mutilados y el futuro de varias generaciones hipotecado), ni tiene visos de servir ahora.
Mientras los analistas debaten sobre si el objetivo del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, es acabar con el programa nuclear de la República Islámica, el cambio de régimen en Teherán o redibujar el mapa geopolítico de Oriente Próximo, la mayoría de los ciudadanos contemplan ―contemplamos― atónitos el derrumbe del orden internacional y el recurso a la fuerza para resolver conflictos. De verdad, ¿no se puede hacer nada? Muchos arguyen que se trata de una huida hacia adelante de Netanyahu, cuyo Gobierno caería si parara la guerra y, fuera del cargo, perdería la inmunidad que le protege de varios casos judiciales.
Netanyahu es asunto de los israelíes. Solo ellos pueden echarlo del poder, si así lo desean. Pero su comportamiento, o los efectos del mismo, hace ya 20 meses que han dejado de ser un asunto interno. Su respuesta al brutal ataque del 7 de octubre de 2023 cruzó muy pronto del “derecho a defenderse” al terreno de la venganza. El propio Netanyahu no evita esa palabra cuando, en respuesta a sus bombardeos, un misil iraní causa víctimas entre los israelíes.
En su particular cruzada, ha llevado a cabo ejecuciones extrajudiciales (“asesinatos selectivos”) y violado reiteradamente la soberanía de Líbano, Siria y Yemen, castigando a sus habitantes por las acciones de grupos armados fuera de su control. ¿Qué habría pasado de haber sido otro país el que actuara así?
A quienes sugieren que ese comportamiento es el resultado de décadas de complacencia occidental con Israel (que ha ignorado todas las resoluciones de la ONU que lo ponían en solfa), se les acusa de antisemitas. La excepcionalidad tiene que acabar. Si Israel quiere ser un Estado como los demás, debe regirse por las mismas reglas y obligaciones.
Está en su derecho de buscar límites y garantías a los programas nuclear y de misiles de Irán (que también provocan recelos en los países de su entorno y las grandes potencias); está en su derecho de buscar el reconocimiento y la aceptación de sus vecinos árabes; y, sobre todo, está en su derecho de querer vivir en paz. Pero no así.
Existe entre los observadores la convicción de que solo EE UU puede poner freno al Israel desbocado de Netanyahu. Dada la imprevisibilidad del actual inquilino de la Casa Blanca, hay pocas esperanzas. ¿Y el resto? ¿Van a seguir haciendo declaraciones que caen en oídos sordos? No se trata de empuñar las armas, que es precisamente lo que se debería haber evitado desde el principio. Se trata de actuar de forma coordinada (y generosa) haciendo ver el coste (económico, diplomático, reputacional) de no poner fin de inmediato a la guerra. Por el bien de todos, incluido el de los israelíes, hay que parar a Israel.
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