Jorge Álvarez: ‘lo generacional marca la visión de las empresas’
Santiago Estrella G. Editor (O)
Jorge Álvarez tiene una misión: continuar con el legado de su padre, José Luis, que se embarcó hace más de 40 años en la industria hotelera en el país. En su haber están Rumipamba de las Rosas, Alameda Real, La Piedra (Bahía de Caráquez) y El Patio Andaluz, que fue el primer hotel boutique del Centro Histórico desde que se llevó adelante su recuperación. Además, son los creadores de El Castillo de Amaguaña.
¿Cómo fue que se decidieron a levantar un hotel en el Centro?
Mi padre lo compró en el año 2 000 durante la alcaldía de Paco Moncayo, cuando comenzó la rehabilitación de todo el Centro Histórico. Fue una linda experiencia porque además de compartir con él esa locura, veíamos cómo se iba restableciendo y recuperando esa zona, que era un mercado de pulgas. Yo era incrédulo.
¿Por qué la incredulidad?
No venía un potencial turístico de la magnitud con la que se dio. Había que ser un poco visionario para entender el enfoque de Moncayo y qué era lo que pretendía hacer. El Patio siempre fue bien visto en los inicios porque fue el primer y único hotel boutique durante cinco o seis años. Luego se reforzó la idea de tener más lugares y se abrieron Plaza Grande, Mama Cuchara, La Ronda y, por último, el proyecto más grande que fue Casa Gangotena.
Toda una sucesión de hoteles…
El hecho de haber sido los primeros siempre es bueno porque es el primer grato recuerdo del Centro. Y es porque en ese entonces alguien se atrevió a soñar en que iba a ser lo que es ahora y dio la pauta para que se establezcan otros negocios importantes.
Pero el Patio ya existía…
Claro. Es una casa histórica de 400 años. Dentro del círculo social quiteño era reconocido como uno de los sitios de encuentro de mucha gente. Al pasar los años, quedó como parte patrimonial, pero en un estado de deterioro alto. A través del Fonsal se restauraron algunas casas y a esta se la hizo con la intención de que fuera un hotel. Lo único que necesitaban era quien se arriesgue a ponerlo. A la vez recuperaron casas para tiendas pequeñas, restaurantes. Y hubo gente que apostó a la idea de Paco Moncayo…
O sea que el audaz de esta historia es su padre porque usted no quería. ¿Qué discutían?
Mis objeciones eran por ese sitio de Quito donde no estaban fortalecidos el turismo ni la seguridad. Cuando me llevó a conocer el hotel, le dije que estaba loco porque alrededor era un desorden absoluto. Yo lo veía como una persona de visión cortoplacista o a mediano plazo. Pero mi padre siempre tuvo esa espinita empresarial de antaño que es la visión a largo plazo. Y por eso sus caprichos empresariales tuvieron éxito y trascendieron en el tiempo. Y esa es la idea que queremos mantener.
¿Quiere decir que las nuevas generaciones de empresarios ven a corto plazo?
A partir de los años 30, 40 y 50, el motor productivo del país se movió por gente que siempre tuvo visión de largo plazo. Lamentablemente, si bien las tradiciones aún no se pierden, los intereses de las nuevas generaciones son diferentes por el cambio que vive el mundo. La mayor parte de empresas de mi padre sobreviven: Castillo de Amaguaña, Holcim, Rumipamba de la Rosas, pero las nuevas generaciones van perdiendo interés porque se han venido originando nuevos proyectos y ambiciones profesionales. Vamos quedando poco que estamos interesados en no perder el patrimonio familiar. Sería, entonces, una diferencia de compatibilidades de generaciones.
Supongamos que viene una gran corporación y le ofrece una fortuna difícil de rechazar.
Te hace pensar. Sopesas cuál es la verdadera crisis que vive la empresa a corto y mediano plazo. Creo que las cosas caen por su propio peso. Hay que saber tomar las decisiones en el momento oportuno, teniendo en cuenta las dimensiones de lo que puede pasar de aquí a cierto tiempo. Pero esto también se debe analizar con la parte joven de la familia. Entre mis hijos y sobrinos no existe mucho interés en que esta empresa familiar trascienda más allá de lo que ya lo ha hecho. Si mañana viene esta corporación con la oferta, ten por seguro que el voto a favor será de ellos; el voto en contra, de nosotros, los tíos.
Usted habla de decisiones, y una de ellas fue desprenderse de un ícono de la hotelería como Rumipamba de las Rosas. Viendo desde afuera, se diría que no pudo haber sido mayor el error.
Viendo de afuera sí, pero objetivamente, si antes me ofrecían comprar La Piedra o el Patio Andaluz, los hubiera tenido que vender. Para bien o para mal tuve una oferta para Rumipamba y con el dolor del alma tuvimos en conjunto que tomar esa decisión porque la disyuntiva era: quedarnos con todos los activos y deudas y sin poder pagar a todo el personal o buscar la manera óptima de salir adelante. Fue por el destino que nos tocó vender, el tener que hacerlo sin querer hacerlo para mantener la ilusión de que renazca el Patio. Trabajé y viví en Rumipamba durante 35 años y para mí realmente es un golpe bastante fuerte. Pero así es la vida: uno debe aprender a tomar decisiones y canalizar los sentimientos. La idea es que esta empresa de mi padre pueda seguir trascendiendo.
¿Qué fue lo que les motivó crear El Castillo de Amaguaña?
Fue fijarse en una población emergente, de la clase media. Fue un gran acierto de mi padre y el punto de partida para que se lo conociera como tal. Él pensó en la sociedad que tenía capacidad económica, pero no tenía acceso a clubes de la élite. Era un segmento que tenía necesidad de un sitio para reunirse familiar y socialmente. El gran golpe fue hacer la primera pista de patinaje sobre hielo en el país; las membresías crecieron brutalmente. La idea siempre fue delegar la administración del club a sus propios miembros y hasta la actualidad se sigue manejado así. Les va bien. Trasciende en el tiempo.
Trayectoria
Es empresario hotelero por tradición familiar, pues su padre, José Luis Álvarez, se dedicó a este rubro desde hace más de 40 años. Uno de los mayores logros fue la creación de El Castillo de Amaguaña, hecho para la clase media de Quito que crecía en los 70.
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