Ángel Emilio Hidalgo: ‘Nuevos tiempos nos imponen una historia plural’
Alexander García V. (I)
Entre la historia, la poesía y los estudios culturales se mueven los intereses de Ángel Emilio Hidalgo. El investigador y docente guayaquileño ahonda en esta entrevista, además, en nociones de la cultura y música popular.
¿Cómo logra congeniar la poesía con la historia?
Primero fui poeta. Descubrí el poder de la poesía a los 14 años, cuando falleció mi hermano menor, Manuel Fernando, de solo 11 años. En una situación tan dolorosa como esa fue un descubrimiento desde el dolor, pero también me sirvió la poesía para sanar. La poesía es terapéutica, además, siempre la he escrito desde el dolor.
¿La historia vino después?
Formalmente sí. A los 20 años me interesa indagar, primero, en los orígenes familiares, realizo investigaciones genealógicas e históricas. Eso se acrecienta en la universidad como estudiante de ciencias políticas. Pero, en realidad, descubrí mi amor por la historia en las charlas interminables que tenía con mi abuela. Ella era guayaquileña y nació en 1907; me gustaba mucho que me cuente historias de cuando era joven, cuando salía, cuando iba al cine, cuando tenía enamorados. La sociabilidad y la forma en la que ella se relacionaba en las décadas del 10, del 20 o del 30 me llamaba poderosamente la atención. Era como volver al Guayaquil de esos años.
“Los mismos mundos, bajo diversas apariencias emergerán de la luz y las tinieblas”, dice un verso de uno de sus poemas, Arenas movedizas ¿El arte, como la historia, también es circular?
Tengo otro texto que dice así: la poesía es rumor brillante que viene del pasado. Es decir, la poesía está vinculada de cierta forma con la historia porque, a la larga, es la reconstrucción y la recreación en lenguaje figurado de unas experiencias y de las relaciones con los otros.
¿Cómo afrontar el proceso de creación si todo está hecho?
No todo está dicho y creo que siempre hay cosas por descubrir desde el arte. La poesía es también el descubrimiento de la belleza del mundo, en los gestos amables y en la dulzura del corazón, ahí también está. La poesía para mí va más allá del lenguaje.
En sus ensayos ha usado la historia para indagar en los rasgos de la sociedad guayaquileña. ¿Cómo entra al problema de la subalternidad en esa comprensión?
Es fundamental entender lo guayaquileño desde la categoría de lo subalterno. Porque la historia siempre se escribió desde arriba, desde una visión de las élites. Los nuevos tiempos imponen una historia plural, una historia múltiple, donde estén no solo los líderes, caudillos y políticos, sino también el artesano, el comerciante, el informal. Es necesario contar también la historia de los barrios, la historia de las minorías étnicas, de las minorías sexuales… Nuestra historia es abrumadora, política.
¿Lo subalterno descubre todo un nuevo universo?
Nos da pistas de esa riqueza, de esa multiplicidad, de esa diversidad, de lo correspondiente a la formación social de las ciudades. Es crucial para entender nuestra sociedad. Lo subalterno está vinculado con la construcción social de múltiples colectivos.
¿Su interés por el coleccionismo de discos de vinilo tiene que ver con una mera nostalgia?
En parte es algo nostálgico, pero hay una tendencia a regresar al formato analógico, al formato de vinilo, donde literalmente está impresa y grabada la música. Y no hay mejor formato, desde el punto de vista de la calidad técnica del sonido, para la reproducción de la música, que el vinilo. Desde los años 80 comencé a comprar discos de vinilo, el primer álbum que me regaló mi papá fue un disco de Rod Stewart, un sencillo de 12 pulgadas y 45 RPM, donde venía ‘Young turks’, jóvenes turcos. Tenía 9 años y fue un descubrimiento maravilloso: me convertí en un melómano, en un amante de la música.
¿Es decir, que fue un roquero antes que salsero?
El rock latino es la música de mi generación. En 1996, cuando voy a una pasantía en España, un semestre en historia contemporánea en la Universidad de Alcalá de Henares, ahí sí desde la nostalgia, el extrañamiento y la distancia me enamoro de la salsa y de la música afroantillana. Aunque de niño descubrí un casete de mi papá en el que había grabado salsa, y ya había allí una canción que nunca pude olvidar: ‘Ansias’, de Ralphy Santi.
¿Es su canción predilecta?
Muchas canciones me volaron la cabeza, estoy descabezado (ríe). Tengo más de 2 000 discos de vinilo de salsa y otro tanto en CDs. Mi canción favorita es ‘Mis compadres putean son’, de la orquesta Pancho el Bravo, una charanga cubana de mediados del siglo pasado. La línea que más me gusta es la salsa cubana y el son, de donde procede todo el género de la salsa.
¿Estábamos equivocados al decir que Guayaquil con sus palmeras introducidas y sus guayaberas era el último enclave del Caribe?
Para mí el último puerto del Caribe es el Callao, en Lima. Sobre esta identidad caribeña que nos atribuimos puedo decir que Guayaquil es una ciudad diversa, múltiple, compleja; por un lado, es romántica, baladista y fue en un tiempo pasillera. Y por otro lado es una ciudad tropical, salsera. También es punkera. Y mayoritariamente ahora es una ciudad reguetonera; ves: hay espacio para todo.
¿Y qué piensa del reguetón?
Me gustaba el reguetón cuando salió. Hay una relación de continuidad entre música como la de El General, Los cuentos de la cripta, hasta el salto al reguetón como lo conocemos. Tengo un álbum de Tego Calderón, me parecía un trabajo interesante. En 2010, durante un viaje me encuentro en Cuba con grupos reguetoneros como Los 4, Los Salvajes, Gente de Zona, pero pienso que luego los sonidos se fueron simplificando. Y el reguetón perdió la posibilidad de desarrollarse de una forma más rica y experimental como género. Ha caído en una repetición cansina desde el punto de vista rítmico, armónico.
Trayectoria
Historiador, poeta, docente. Se unió en el 2014 a la Academia Nacional de Historia. Tiene título de magíster en Historia de la Universidad Andina Simón Bolívar. Es profesor de la UArtes. Desde inicios de año es director de la Biblioteca Municipal de Guayaquil.
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