Eugenia del Pino: ‘El azar también está presente en la ciencia’
Eugenia del Pino es una de las investigadoras científicas más destacadas del país. En 2006 se convirtió en la primera científica ecuatoriana en ser admitida como miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, un reconocimiento a su trabajo de varias décadas dedicado al mundo de la biología del desarrollo.
Es profesora emérita de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Entres sus reconocimientos está el Premio L’Oréal-Unesco a Mujeres en Ciencia y el Premio Eugenio Espejo. Es una de las fundadoras de la Academia de Ciencias de Ecuador.
Antes de la pandemia su trabajo ocurría, sobre todo, dentro de un laboratorio, ¿cómo le ha ido durante este último año?
Ha sido un año muy fructífero. Tenía investigaciones que no las había puesto en papel porque con tanta obligación académica no quedaba tiempo para escribir. La revista ‘International Journal of Developmental Biology’ me contactó para que trabaje con ellos como editora invitada. Armé un número especial, que acaba de salir, sobre la biología del desarrollo en Iberoamérica. Fue una experiencia maravillosa. La edición incluye entrevistas y artículos de carácter histórico de cómo esta ciencia se ha desarrollado en esta parte del mundo.
En ‘cristiano’, cuénteme qué es esto de la biología del desarrollo.
Antes había un área, que se originó en Europa y en EE.UU., que se llamaba embriología y que estaba relacionada al estudio de los embriones. Cuando a esos estudios que eran descriptivos morfológicos se unieron a estudios moleculares se cambió el nombre a biología del desarrollo. Esta área estudia la diferenciación celular; cómo una célula alcanza la característica que la define. Cuando la diferenciación celular es anormal se puede desarrollar un tumor. De esto se desprende su importancia en la comprensión del cáncer.
En ese contexto, ¿cómo nace su interés por la rana marsupial?
En esta área, como es difícil tener los embriones de un mamífero, tradicionalmente se ha utilizado a las ranas como modelo de estudio, al igual que los erizos de mar. Cuando volví al país, después de hacer mi doctorado en Estados Unidos, no tenía acceso a la rana que se usa en el laboratorio para estas investigaciones, así que por cosas de azar comencé a trabajar con la rana marsupial.
¿Cómo fue ese primer encuentro con esta rana?
Ni bien llegué a la Universidad Católica me hicieron directora del Departamento de Biología, entonces tenía muchas tareas académicas y administrativas. Como soy inútil en el campo porque crecí en la ciudad, comencé a buscar una rana en los jardines de la universidad. Recuerdo con claridad ese día. Me acerqué a unos claveles rojos, alcé la mata y, con la suerte que tiene un principiante, encontré una rana marsupial gorda, llena de hijitos en su espalda. Fue una cuestión de mucha suerte porque si en vez de estar en Quito hubiera estado en Guayaquil nunca me hubiera encontrado con esta rana.
Pero trabajó ahí un tiempo.
Cuando regresé al país la Universidad Estatal de Guayaquil me contrató para que brinde un seminario avanzado. En medio del calor me pasaba todo el día estudiando para dar mis dos horas de clase por la noche. Recuerdo que los estudiantes me miraban con una atención y un entusiasmo únicos. Al final del curso les tomé un examen y ahí me di cuenta que no tenían ninguna base para comprender lo que les había tratado de explicar. Al final, uno de ellos se me acercó y me dijo que, si bien era cierto que no entendían lo que les decía, les fascinó el entusiasmo que ponía en las clases.
¿Ahí se dio cuenta que la enseñanza universitaria también era otro camino para usted?
Ahí me dije que si yo podía contribuir a formar mentes en este país para que puedan salir adelante a eso era a lo que me quería dedicar. Ahí la investigación se unió con lo que sucedió el resto de mi vida, que es la docencia. No es que yo a priori dijera: ¡mamacita, papacito quiero ser investigadora científica! Eso vino con el doctorado porque obtenerlo significa que una persona es capaz de hacer investigación y hacer ese trabajo requiere mantener a la mente en un constante entrenamiento.
Ha hablado del azar y de la suerte, ¿cuánto de azaroso puede haber en una investigación científica, o eso no existe?
En una investigación científica el azar está presente todo el tiempo. En una investigación usted puede trazar un camino pero no sabe a dónde le va a conducir. Si supiéramos la respuesta de antemano no habría para que dedicarse a la investigación.
¿Qué ha sido lo más complicado de dedicarse a la investigación científica en este país?
Uno de los retos ha sido tener reconocimiento de las autoridades y de la sociedad. Como le decía, estoy muy agradecida con la Universidad Católica de que me haya dejado hacer lo que yo quería con mi tiempo. La obligación que tenía era dictar algunas materias y dirigir tesis. Eso es algo positivo que en la actualidad se ha vuelto más difícil. Ahora, si usted es un investigador joven que obtuvo un puesto en una universidad le piden que en un tiempo determinado saque cierto número de publicaciones, en revistas indexadas y a veces eso no es posible. La sociedad aún no comprende esa parte azarosa a la que está relacionada todo trabajo de investigación científica.
¿De alguna forma las publicaciones en revistas indexadas se han vuelto una carga para los investigadores científicos?
Son una carga pero al mismo tiempo una oportunidad de reconocimiento. Es como ganarse un premio. El problema está en que se imponga cierto número de publicaciones en un determinado lapso de tiempo.
¿La burocracia como un lastre para la investigación científica?
Claro, la burocracia es un lastre para todo. También hay que pensar en cómo está organizada la investigación. En otros países hay personas que se dedican solo a la investigación científica en centros especializados, como ocurre en los laboratorios de biología del desarrollo del Instituto Max Planck en Alemania.
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