Una pareja y sus 10 perros migraron desde Colombia
Catalina Segovia siempre está rodeada por su manada de perros.
Ella abandonó su natal Bogotá no por problemas de violencia en su país sino porque nadie quería darle trabajo ni casa por sus animales.
Ante la falta de empleo y dinero, ella y su esposo Lubier Ruiz empezaron su viaje el 1 de junio último, con una carretilla metálica donde movilizó a sus 10 canes y con sacos de yute donde traían sus pertenencias.
El trayecto desde la frontera colombo-ecuatoriana hasta Santo Domingo de los Tsáchilas les tomó ocho días de caminata. Recorrieron 392 kilómetros. La provincia los acogió desde mediados de junio.
En el trayecto desafiaron frío, calor, lluvias y malas noches en esquinas de plazas y parques. Sus inseparables perros, que llegaron a sus vidas en diferentes circunstancias, siempre se quedaron con ellos.
La relación de Segovia con una parte de los ‘narices frías’ empezó cuando los adoptó al verlos enfermos y sufriendo en las calles de Colombia. Los halló heridos y con enfermedades que ella, quien es enfermera, las fue tratando poco a poco hasta curarlos.
La manada creció cuando Segovia se casó con Ruiz, a quien conoció en medio de esta iniciativa animalista.
Ambos recuerdan que antes de llegar a Rumichaca cruzaron un paso fronterizo no autorizado, por el cierre -en marzo pasado- de la frontera de los dos países por la pandemia.
Para los canes no fue tan complicado. Saltaban caminos difíciles, subían cerros, lagunas y zonas selváticas.
Sus acompañantes eran 12 perros, pero tuvo que donar dos ante los inconvenientes económicos que surgieron para mantener su alimentación.
Las mascotas se quedaron en Carchi, con personas que supieron de sus penurias y que se comprometieron a cuidarlos como la pareja lo hacía.
Hidratarlos no fue difícil, pero la búsqueda de comida resultó complicada en los primeros días de caminata.
A quienes encontraban por las calles les contaban su historia y eso los animaba a la búsqueda de ayuda para dar de comer a los animales.
Ahora, en su estancia en Ecuador, piensan una y otra vez en sus dos mascotas que se quedaron en Carchi. Juraron no volver a entregar en adopción a otros.
Segovia y Ruiz coinciden en que son como sus “niños”. La pareja no tiene hijos y tampoco los puede tener. Por eso a estos ‘narices frías’ los cuidan como si fuesen sus ‘retoños’.
Entre los canes están los de raza mestiza y tres bull terrier, que son los más atentos cuando alguien se acerca. Olfatean los pies del visitante, lo rodean y luego se acuestan.
Segovia siempre ha amado la convivencia con grupos numerosos de canes. Tiene 50 años y desde los 20 se despertó en ella el amor por los perros.
Un episodio de la infancia la inspira. Recuerda que su madre recogió a uno cuando lo vio en la calle, sin rumbo. Ese hecho la motiva a seguir junto a Monstruo, Benji, Sinforosa, Muñeco, Candelaria, Nunú, Lobo, Andrómeda, Estrella y Lola, los nombres con los que los bautizaron desde que llegaron a sus vidas.
A Segovia la mueve la vocación de servicio por los demás.
Es enfermera de profesión y por su estilo de vida, con perros en grupos, se le han cerrado puertas en distintos trabajos. Tuvo empleos eventuales en casas, restaurantes, fincas.
Además, cuidó a personas de la tercera edad. Pero poco a poco, la presencia de las mascotas al parecer incomodó a los empleadores y le dijeron que no podían contratarla más.
Espera que esa limitación no se repita en su nuevo hogar. En su país se sintió excluida ante su negativa de abandonar a sus compañeros de vida.
Su amiga Sandra Gudelo, que ahora está en Colombia pero que tiene una pequeña casa en Santo Domingo, la animó a viajar a este cantón.
La conoció en 2019 en Bogotá, durante una caminata con sus perros y por su iniciativa por el buen trato animal se hicieron buenas amigas. Pero Gudelo se quedó en Colombia, cuando se cerró la frontera.
Ella gestionó contactos en esta provincia para que le dieran estancia y ayuda temporal para alimentar a los perros.
En principio, Segovia pernoctó en un parque del sector de Los Rosales. Ahí se instaló en una de las bancas de la zona. Rodrigo Solano, activista del colectivo Pachamameros, es uno de los animalistas que fue contactado por Gudelo y no dudó en ayudarla.
Con miembros de ese frente de ambientalistas juntó recursos para la compra de comida y también para darle acogida.
Por ahora viven en casa de un amigo de Solano, quien les dio posada junto a sus canes.
En el sitio hay un amplio patio para los perros. Pero la pareja busca un empleo para poder costear la alimentación de sus mascotas.
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